Una caja de cartón
Me gusta saber que no sé todo de mi novio. Hace varios años ya que estamos juntos, no de corrido, con una pausa, con una pausa larga, y me encanta que aún le queden cosas por mostrarme. Incluso pese al peligro. Justo el otro día lo hizo. Por la tarde, bien temprano. Estábamos en el living de casa y puso un video en la televisión y me dijo algo así como: "Escuchá lo que dice". Y apretó play y yo escuché una poesía, hermosa, de esas que me gustan a mí, sin rima, lisa, fresca, escrita en cualquier momento aunque no era escrita. Y tampoco era poesía. O sí, depende. Era Antonio Carrizo en 1972.
Yo sabía que a mi novio le gustaba el tango porque esos sábados a la mañana, tan distantes ahora, en que nos subíamos al auto para volver al barrio en que nacimos él siempre ponía la radio de tango. Pero no sabía que le gustaba tanto. Que conocía las letras de memoria. Que recordaba este discurso de este presentador que de tan joven hizo que me doliera un poco la panza. Por el tiempo. Carrizo, alto, filiforme, elegantísimo, los ojos bien verdes en el video que es en blanco y negro, los pómulos en ángulo, bigotes, una voz mullida al tacto y el micrófono esbelto, está parado en uno de los rincones del Teatro Colón y comienza: "Alguien ha dicho de él el sumo sacerdote de nuestro tango. Alguien ha dicho de él el bandoneón mayor de Buenos Aires. Hay una cosa clara y evidente: todos recordamos aquella vieja milonga que al hablar de Gardel dice: ‘Carlitos Gardel añoso, con el cabello canoso, pero tenerte, tenerte’. Nosotros, con el cabello canoso, a Aníbal Troilo lo tenemos. Y lo tenemos y al tenerlo estamos poseyendo a alguien que marca en la historia del tango dos grandes etapas, antes y después de Aníbal Troilo, un compositor genial… Autor de tantos temas inolvidables que sería hasta peligroso enumerarlos porque las omisiones pueden llegar a ser tan importantes o más que los recuerdos. Pero director formidable y ejecutante. Dueño de todos los secretos del mágico bandoneón, Aníbal Troilo es antes que nada un gran personaje de sí mismo. Es casi la más perfecta de sus creaciones. El mismo Troilo es la más perfecta obra de Aníbal Troilo. Eso es lo que vamos ahora a escuchar y a ese personaje vamos a rendir el homenaje de nuestra atención y de nuestro aplauso. ‘El gordo’, ‘Pichuco’, Aníbal Troilo, aquí está, para siempre, en esta noche que un poeta popular diría noche pichuca".
No pude hablar. Pensé que cualquier ruido iba a manchar el aire como una pisada sobre el cemento fresco, como esa gota densa que cae del pincel sobre un cuadro recién terminado. Pero mi novio habló y dijo que encima era todo improvisado y yo dudé, porque alguna que otra vez lo vi mirar hacia abajo, como si leyera, porque siempre dudo, pero él insistió en que no, en que el hombre sabía tanto que no necesitaba y entonces sin saber bien cuál era la verdad me acordé de lo lindo que era improvisar.
Hace unos años, en una vida mía que ahora parece de alguien más, yo iba todos los fines de semana a un curso de improvisación teatral. Me subía al tren Roca en la estación de Lomas de Zamora y bajaba en Constitución y me metía en la línea C de subtes y seguía y combinaba con la B hasta Dorrego. Éramos un grupo de varios. Nos sentábamos en el suelo, el profesor nombraba a algunos, después decía una palabra y listo, ya, el reloj comenzaba a andar y debíamos crear una escena. Todo libre. Todo real. Qué ironía. La verdad puesta, aplastada, toda junta, ahí, en un escenario con personas que actuaban.
Sobre esto hablaba también el otro día con una amiga. Por un comentario que había leído en redes sociales sobre los niños, los niños varones, bien chiquitos, mi amiga estaba indignada porque decía que estamos analizando todo tanto que ya estamos analizando de más. Y como una cosa llevó a la otra nos pusimos a pensar en cuánto improvisamos cuando somos chicos. En cuán cierta es toda esa época. Los niños quieren y hacen, quieren y dicen. Quieren y tocan o muerden o se equivocan o piden o preguntan. Están lejos de esto que soy ahora. A veces pienso que a mí la vida me metió en una caja de cartón que no se ve y ahí voy, caminando, con un espacio para moverme muy cortito porque si avanzo más, rompo, rasgo y las consecuencias, quién sabe. Yo no sé. Y sin embargo de pronto ahí estaba Carrizo. Según mi novio. Hace años. Adulto, tan responsable, improvisando en el lugar más lindo del mundo, ante el mundo, con eso, eso que yo ya no encuentro. Eso que en algún lugar debo tenerlo, tenerlo.