Una caza de brujas que nos puede llevar a las puertas de nuevos infiernos
¿Quién empuñó realmente el revolver a centímetros de la cara de Cristina Kirchner? El oficialismo juega con fuego
Recomiendan a exalcohólicos y exadictos evitar ambientes, situaciones y entornos que puedan inducir a la recaída.
Alguien que sufrió mucho por la bebida me cuenta que, con tal de seguir “limpio”, rechaza invitaciones a asados porque olores y sabores de ese tipo de encuentros podrían inducirlo a tentarse con una copa de vino y sabe que detrás de “solo una copa” vienen mil más. Un exdrogadicto me comenta también que no asiste a fiestas nocturnas por el peligro latente de reincidir. Mejor no tentar al demonio y mantenerse a distancia.
En términos históricos, la Argentina fue “adicta” a la violencia apenas ayer. ¿Qué son cincuenta años en la vida de un país?
La ofensiva de los terrorismos de ultraizquierda y ultraderecha que mataban a mansalva y la feroz represión de la dictadura militar tiñeron de sangre y de horror a la década del setenta y principios de los años ochenta. Afortunadamente, 1983 trazó la raya del “nunca más”. Un consenso social impresionante abarcó a toda la sociedad con un compromiso férreo de vivir la democracia en paz.
Cada vez que ese pacto social fue esporádicamente quebrado con gravedad (ataque al regimiento de La Tablada, última rebelión carapintada, atentados contra la embajada de Israel y la AMIA, casos Carrasco, María Soledad y Cabezas, muerte violenta del fiscal Alberto Nisman, entre otros), la sociedad no lo dejó pasar y se expresó en forma contundente y sin fisuras.
Es nuestra garantía social de que no nos da igual y que no miraremos indiferentes para otro lado, como en los setenta, porque así -no por casualidad- fue de tremendo aquel baño de sangre que no supimos evitar. Porque, tal como dice el dicho, “el que calla, otorga”.
La vida en democracia, con libertad plena, produce fogosidades cuando confrontan ideas diversas. Que eso suceda es síntoma de un sistema saludable.
¿Cuándo y dónde se empieza a complicar? Si los desencuentros son permanentes y el debate argumentado y de nivel es reemplazado por meras chicanas, agravios personales, montajes insólitos, imputaciones altisonantes y mentiras increíbles, las soluciones a los problemas son cada vez más difíciles de alcanzar porque no hay voluntad ni forma de consensuar nada, y se enrarece el clima político.
¿Todo esto tiene algo que ver con el repudiable atentado fallido a Cristina Kirchner?
Para el oficialismo, una parcialidad del fenómeno descripto tiene la culpa directa del frustrado magnicidio: hace recaer esa responsabilidad en la oposición, la Justicia y el periodismo indignado de un solo lado. No toma en cuenta los mensajes de odio en los principales referentes del poder ni en sus destacados actores de reparto, como tampoco en sus medios adictos ni en la crispada militancia callejera y virtual.
Más allá de las múltiples inconsistencias que rodearon el grave episodio, y que la Justicia deberá investigar a fondo, a la hora de revisar los consumos en la web de quien empuñó el revolver a centímetros de la cara de la vicepresidenta se descubren sitios satánicos, violentos y delirantes que no parecen muy relacionados con las fuertes críticas editoriales de ciertos medios. Igual, sería una gran imprudencia descartar cualquier hipótesis.
Lo que resulta insólito es que desde el oficialismo y sus alrededores el caso ya esté esclarecido. Es que, repiten sin la menor duda, el impulso intelectual de ese revólver provino, sí o sí, de una facción de los comunicadores más encendidos, la Justicia del lawfare y Juntos por el Cambio. Aplicando el mismo razonamiento, pero para el otro lado, se podría decir que la culpa de la aparición de ese “lobo solitario” (un desquiciado, que es lo que parece hasta ahora) fue abonada por las continuas violencias verbales derramadas desde lo más alto del poder, comenzando por la mismísima Cristina Kirchner y su hijo (“están viendo quién mata al primer peronista”, fogoneó Máximo Kirchner horas antes del episodio), más una larga lista de funcionarios y allegados al poder que compiten para ver quién dice la salvajada más provocadora. Pero ¿podemos asegurar que una cosa se vincula directamente con la otra?
Lo que está claro es que machacar con esas argumentaciones y repetir una y otra vez la imagen de la pistola sobre la cara de CFK sí puede llegar a producir cortocircuitos en otras mentes desquiciadas que se sientan inspiradas con esos estímulos. Podría suceder todavía algo peor: que los violentos ya no sean solo “loquitos sueltos”, sino nuevas milicias armadas (hace poco un exguerrillero se jactó de esa deleznable condición durante una entrevista).
La Argentina es un exalcohólico y exadicto reciente en materia de violencia política. La repugnante caza de brujas desatada en los últimos días con nombres y apellidos es de una imprudencia colosal y nos puede llevar a las puertas de nuevos infiernos.