Una lectura menos patologizante
Cuando hace frío temblamos porque así el cuerpo logra calentarse. Cuando hace calor transpiramos porque ayuda a regular el exceso de temperatura. Si nos lastimamos al caer, un mecanismo saludable llamado dolor nos advierte del daño y es allí que podemos tomar conciencia del mismo y hacer lo necesario para restaurar las cosas.
Algo similar ocurre en el plano de la salud mental. Cuando hay dificultades y traumas surge dolor, angustia, rabia, frustración y muchas otras emociones. Son vivencias internas naturales, que se vinculan a una difícil situación del entorno y que por sí mismas no pueden ser llamadas patológicas. De hecho, más preocupante sería no sentir nada cuando un infortunio se hace presente, como lo sería no sentir el dolor que nos advierte que hemos sufrido una herida y que es bueno parar para curarla.
Sabemos que suelen haber grados excesivos de “enganche” anímico respecto de los acontecimientos duros que nos pueden tocar vivir ( “darse manija”, por ejemplo). Sin embargo, insistimos en que no podemos llamar patología al hecho de sentir lo que sentimos cuando tocan situaciones difíciles.
Si además de pasarla mal nos dicen que estamos “enfermos” por tener angustia, miedo o sentir soledad, todo se hace más cuesta arriba. Ya de por sí ser llamado de potencial enfermo no nutre la autoestima de nadie, sobre todo, si no existe de verdad una condición patológica. Además, cuando nos conectamos naturalmente con las emociones antes mencionadas es habitual que de ellas surjan fuerzas para salir del paso lo mejor posible, más allá de que no estamos hablando de procesos placenteros ni mucho menos.
Es importante señalar que cuando los estudios científicos refieren a la salud mental de la población en situaciones como las actuales, generalmente corren el riesgo de enfatizar más en la enfermedad mental de la gente que en su capacidad de salud. A veces se olvida señalar en esos informes los grados de resiliencia, de valentía, de solidaridad, de generosidad y de inventiva, entre otras actitudes que se pueden ejercer aun sintiendo miedo, angustia y dolor emocional.
Obviamente, las situaciones como las actuales enfatizan los cuadros depresivos, dificultades familiares, tensión creciente con la escolaridad frustrada, aislamientos dañinos, etc., y eso debe ser tenido en cuenta, sobre todo, siendo que las redes sociales naturales de contención están heridas con las restricciones. Pero dichos casos no debieran impedir una lectura menos patologizante de nuestra salud mental. Porque no se trata de hacer una “autopsia” de la situación psíquica de todos, sino que hablamos de algo vivo, que se vincula también a los recursos con los que contamos para afrontar el duro trance que hoy nos toca enfrentar.