Una (re)visita a los años setenta
En sus días de discursos moderados en busca de votantes de centro, Alberto Fernández anunció que se postulaba para ser el presidente que cierre la grieta. No es el primer peronista que lo promete y soslaya la responsabilidad de su fuerza política en la construcción de la división política de la Argentina.
A principios de los años 90, Carlos Menem promocionó su gesto de reconciliación al visitar al almirante Isaac Rojas en su lecho de enfermo. Y luego justificó con el mismo argumento los indultos a los militares y terroristas condenados o procesados. Fernández vivió esos momentos a corta distancia, como funcionario del equipo económico de Domingo Cavallo.
Más allá en el tiempo hubo otro intento con protagonistas aún más relevantes. Como propuso el intelectual orgánico del kirchnerismo Horacio González tal vez haya que "revisitar los años 70", aunque no precisamente para forjar un homenaje a los grupos terroristas. Y es que en esos años tal vez pueda encontrarse una secuencia que pueda repetirse en poco tiempo.
A su regreso del exilio, Juan Domingo Perón concretó una conciliación con Ricardo Balbín que había comenzado a tramarse en sus últimos años en Madrid. El jefe del radicalismo, que había combatido a Perón y sufrido la cárcel durante su primer gobierno, se reencontró con su adversario el 19 de noviembre de 1972. "Usted y yo representamos el 80 por ciento de la Argentina", lo saludó en el jardín trasero de la casa que el expresidente ocupaba en Gaspar Campos 1065, en Vicente López. Una multitud impidió a Balbín entrar por la puerta principal y debió saltar el cerco de una casa vecina.
Aquel recordado "salto de tapia" del caudillo radical pretendía simbolizar el cierre de una grieta abierta en los años de autoritarismo del primer peronismo. Ambos estaban cerca del final de sus vidas, aunque Perón tuviese más conciencia de que su salud no lo ayudaría para consumar su regreso a la Casa Rosada. Murió en el poder, menos de un año después de asumir. El impulso que ambos tomaron por encontrar más acuerdos que diferencias sobre el futuro de la Argentina llegó hasta la especulación de una fórmula presidencial conjunta. "¿Y qué hacemos con Alfonsín?", preguntó Balbín a su secretario, Enrique Vanoli, cuando le planteó esa jugada. No fue hasta varios años después que el entonces rival interno de Balbín reconocería el valor de esas cumbres en Vicente López. Perón y Balbín creían estar cerrando una grieta con sus encuentros cotidianos, más allá de que la idea de una fórmula presidencial compartida no prosperó. El entorno del propio expresidente terminó imponiendo a María Estela Martínez.
Otra fractura, sangrienta y fatal, se estaba abriendo dentro del propio peronismo en busca de la herencia que la inevitable muerte de Perón dejaría. El propio Perón tomó partido por la ortodoxia y los gremios frente al avance de Montoneros. El asesinato de José Rucci fue para Perón un mensaje inequívoco que asumió como una declaración de guerra. Ese cruel rompimiento entre la izquierda y la derecha peronista se prolongaría luego del derrocamiento de la viuda de Perón en la represión de la dictadura a los grupos guerrilleros con el saldo conocido.
Es imposible no encontrar en la disputa interna del peronismo que se viene una analogía. Por fortuna, estos son tiempos sin la violencia y el salvajismo de aquellos años. El viejo problema de resolver quién manda vuelve a reponerse con el peronismo a las puertas de un hipotético regreso. Esta vez los roles están cambiados. Es la izquierda del peronismo la que impulsa a Alberto Fernández como un candidato moderado. La Cámpora ahora impulsa a un "Cámpora", como entonces fue el propio Perón el que postuló a ese dirigente incondicional que terminaría cooptado por Montoneros.
Es lo que pasó. ¿Se repetirá? Hay una historia todavía por escribirse y es, por ahora, apenas una inquietante insinuación del futuro.