Prisma. Una tragedia evitable
Todavía era de madrugada cuando un cartonero se detuvo en la calle Salta, entre San Juan y Cochabamba, y comenzó a revolver la basura que había en un contenedor. Dentro de una bolsa plástica, descubrió el cadáver de un niño de entre 3 y 4 años. "Si bien no tenemos los resultados de la autopsia para confirmar la causa de la muerte, el cuerpo estaba muy flaquito. Todo indica que presentaba fuertes signos de desnutrición", informó un jefe de la Policía. No hay palabras para agregar a este caso que atravesó el fin de año de manera casi inadvertida. Difícil encontrar un mayor concentrado de dolor, tragedia y sordidez: alguien obligado a revolver basura para alimentarse se encuentra con el efecto de la desnutrición. El cuerpo estaba envuelto en una frazada, detalle que produce una conmoción adicional, porque significa que hubo una voluntad de cuidado, pero que fue el único cuidado que pudo prodigarle quien allí lo dejó. La vida diaria continúa a pesar de esta imagen que no ha sido extraída de un campo de concentración nazi, sino de la capital contemporánea de nuestro país.
La gravedad del problema del hambre, frente a los relativamente bajos recursos necesarios para combatirlo, permiten pensar que existe una extraña impermeabilización de la conciencia frente al tema, a la que no escapa el mundo en general. Como ha señalado, entre otros, Saramago, los miles de millones de dólares necesarios para salvar a los bancos en todo el mundo aparecieron como por arte de magia, mientras que lo necesario para evitar que nuestros semejantes se mueran de hambre no aparece desde hace décadas. Esto implica una inverosímil distorsión de prioridades y un silencioso crimen por omisión. La crisis mundial está agravando el problema, cosa que le llevo a decir a Jacques Diouf, director general de la FAO: "El año pasado fue la cacerola. El próximo año podría ser el fuego". Y cosa que lo llevó a Benedicto XVI a afirmar que el mundo "se encamina hacia la ruina" si el egoísmo prevalece sobre la solidaridad en el contexto actual. Pero el hambre no es uno de los fantasmas de Buda, una fatalidad que hay que sobrellevar, sino una tragedia esencialmente evitable.
Por suerte hay también una resiliencia generosa que se verifica en estos tiempos. Operadores de bancos de alimentos y otros grupos de ayuda en los EE.UU. destacan que la crisis no ha hecho decaer sino aumentar la voluntad de contribuir a los demás. Esa voluntad puede canalizarse en nuestro país a través de la Fundación Banco de Alimentos, ( lamesamasgrande.com.ar ) mediante la cual los particulares pueden contribuir a combatir este drama que seguramente en breve se agudizará. Aquel chico en el basural es sólo un caso visible de los ocho niños menores de cinco años invisibles que mueren por día en el país por desnutrición, según ha señalado Juan Carr. ¿Cómo es que con suficiente voluntad política no puede alcanzarse el hambre cero en nuestro país? ¿O es que no la hay para ocuparse del hambre además del juego? Sin embargo, no depende sólo del Estado: terminar con el hambre debería ser el mayor objetivo público y privado, la concreción más importante de un deseo y una práctica colectiva para 2009.
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