Venezuela y el tic culposo de Cristina,
Fuimos Venezuela. Somos Venezuela. Seremos Venezuela. Los protagonistas de la campaña argentina agitan con frivolidad la tragedia humanitaria de un país que supo ser rico y que hoy agoniza.
Tirarse a Venezuela por la cabeza era un recurso habitual del macrismo para incomodar al kirchnerismo por la alianza fervorosa que mantuvo con el chavismo en sus años en el poder. Si Macri, al ganar en 2015, detuvo o no el camino de la Argentina hacia una tiranía bolivariana es un contrafáctico, sujeto a las creencias personales. Pero es indudable que, a medida que se agigantaba la catástrofe, resultó un argumento eficaz para incomodar a Cristina Kirchner.
Después de años de silencio –para muchos, cómplice–, Cristina se convenció de que Venezuela ya no podía ser para ella un tabú. Lejos de revisar su postura, decidió convencernos de que es Macri quien nos convirtió en Venezuela. Su diagnóstico respecto de que, en cuanto a la comida, estamos "igual" que Venezuela desborda frivolidad desde el "sorry" con que empezó su ya famosa frase. Descolocado, el candidato presidencial Alberto Fernández intentó enmendarla, al decir que en realidad ella hizo referencia a un informe de la FAO (la agencia de la ONU para la seguridad alimentaria) en el que se coloca a la Argentina y a Venezuela entre un grupo de países en los que creció el hambre.
A veces no admitir un error lo agiganta. El último informe de la FAO destaca el aumento de la población "subalimentada" (que pasa hambre) en la Argentina en el período 2016
2018. Son 2,1 millones de personas, el 4,7% del país. Lo compara con el período 2004/2006, respecto del cual distingue un alza de 200.000 personas. Un número por cierto agobiante, pero que nadie con un mínimo de honestidad intelectual consideraría "igual" al de Venezuela, donde pasa hambre –según el mismo informe– el 21,2% de la población. La suba en ese caso fue de 2,8 millones en 2004/2006 a 6,8 millones en 2016/2018. Mucho más del doble.
Cristina revolea eslóganes sobre Venezuela como un reflejo culposo. Ella, que en 2013 le entregó a Maduro la Orden del Libertador San Martín, parece decir a los votantes que ya no va en ese rumbo. Y sin embargo es incapaz de revisar su pasado, condenar los actos de violencia y maltrato a la población civil venezolana, romper con el régimen chavista como hicieron otros líderes latinoamericanos, ofrecerse incluso para hallar una solución.
Alberto Fernández apenas se anima a un poco más. Califica el de Maduro como un "gobierno autoritario" y dice que le impactó el reciente informe de Michelle Bachelet sobre las violaciones de los derechos humanos, como si no hubiera querido creer las noticias escalofriantes de Caracas que inundaron los medios de comunicación los últimos años. O como si ni siquiera se hubiera cruzado en las calles porteñas con ninguno de los miles de venezolanos que llegaron aquí en busca de un refugio seguro.
Ese informe de Bachelet habla de 3,7 millones de desnutridos, de 1557 muertos en los hospitales por falta de insumos en solo cuatro meses, refleja que el salario mínimo está en 7 dólares (y que no cubre ni el 5% de la canasta básica), denuncia 5287 muertes por "resistencia a la autoridad" en 2018 y otras 1569 en los primeros meses de este año.
La falta de un rechazo terminante y a cara descubierta de esto que resultó ser la revolución bolivariana degrada al Frente de Todos. Sus chicanas al Gobierno con el hambre venezolana se diluyen como una broma sin remate. A Macri y su gente les permite coquetear otra vez con la idea de que pudimos ser Venezuela y de que seremos Venezuela en caso de que la fórmula Fernández-Fernández gane las elecciones.
Es la lógica devaluatoria de la grieta. La campaña se consume sin discutir en serio cuál es el camino posible hacia el país desarrollado que soñamos ser. Y los aspirantes al poder se extravían, otra vez, en el debate masoquista sobre los fracasos que fuimos y los que podremos ser.