Vértigo argentino: cuando la política acelera el reloj
Los conflictos constantes, la inflación que crece a un ritmo cada vez mayor y las medidas oficiales sorpresivas contribuyen a un clima de incertidumbre que modifica nuestra percepción del tiempo y dificulta pensar en el largo plazo
Cuando se mira hacia atrás en vísperas de fin de año, cualquier balance puede coincidir en una percepción: durante 2012, los hechos –dramáticos, terminales, sorpresivos– se amon-tonaron, unos sobre otros, para lograr un efecto de ciencia ficción que ni la sucesión de fines de semana largos logró compensar: en la Argentina, el tiempo se escurre fatalmente entre las manos. Y no conviene buscar culpables en la aceleración tecnológica, la sociedad de consumo o Internet. Es mucho más probable que la inflación, los conflictos políticos incesantes, los casos policiales trágicos, la ines-tabilidad económica, o la perspectiva de un anuncio por cadena na-cional cada semana tengan mucho más que ver con esta sensación compartida de vivir corriendo.
En el país donde cada gobierno viene a refundar la República, donde casi todos conocen al día la cotización del dólar (el oficial y el paralelo), donde cada década tiene su crisis y muchos empujan el calendario pa-ra llegar al próximo sueldo, la conocida metáfora de Zygmunt Bauman necesita una aclaración: el tiempo "líquido" en el que vivimos se parece más a un caudaloso río de montaña que a un lago inmóvil.
Y si bien es cierto que la tecnología ubicua, la conexión permanente de todos con todo y la oferta imparable de consumo están acelerando los relojes en buena parte del mundo, el contexto político y económico de la Argentina le imprime una velocidad particular, hecha de una mezcla de ansiedad, incertidumbre y memoria de sobresaltos colectivos.
¿Qué impacto tiene esa aceleración en las dificultades de la sociedad argentina para pensar el largo plazo y concebir la política como estrategia para el futuro? ¿Qué efectos sociales tiene vivir perpetuamente en un presente escurridizo?
Como bien saben ansiosos e impuntuales, el tiempo no dura para todos igual, ni en todas las circunstancias, y tampoco en todos los países. Como dice el psicólogo norteamericano Robert Levine en el libro Una geografía del tiempo, recientemente publicado aquí por Siglo XXI, existen ritmos de vida diferentes en distintas geografías: la cotidianeidad es más veloz en los países desarrollados e industrializados, las grandes ciudades, los climas fríos y cuando predominan valores individualistas. Y en la Argentina, podría agregar cualquiera que haya experimentado los últimos doce meses en el país.
"Hay una estimación subjetiva del tiempo que depende de ciertos «relojes» cerebrales. Pero esa percepción está moldeada por el entorno, la emocionalidad y la cantidad de información que el cerebro está procesando", apunta el cronobiólogo Diego Golombek, en cuyo laboratorio, en la Universidad Nacional de Quilmes, trabajan estudiando las formas de percepción subjetiva del tiempo. "En ese sentido, la aceleración del tiempo es universal y se relaciona con la cantidad mayor de información que estamos obligados a procesar. Si pasan muchas cosas, eso acelera la percepción."
Los estados de ansiedad individuales tienen una base química que puede distorsionar nuestra percepción. "La sensación de estar en crisis permanente es absolutamente química. Frente a un peligro, el cerebro secreta cortisol y adrenalina. Cuando estamos estresados por la situación económica, política, familiar, laboral, la máquina del cerebro fabrica estas sustancias, que quedan en sangre por unos días y se arma un círculo vicioso: cualquier cosa que sucede parece urgente y el cerebro vuelve a secretar adrenalina y cortisol. Es una invasión química en nuestra sangre que nos dice que va a explotar todo", describe Estanislao Bachrach, biólogo molecular, autor del best seller Ágilmente (Sudamericana). En ese estado cerebral, cualquier conflicto parece de vida o muerte. "El paro de Moyano o que el subte no funcione aparecen como leopardos hambrientos frente a nosotros. Se activa el área de amenazas primarias y lo importante pasa a ser urgente o grave, todo parece de vida o muerte", apunta Bachrach.
Mundo acelerado
Sin necesidad de tener que enfrentar un viaje en tren o subte diario, un paro sindical o el cepo al dólar, para casi todos, en distintas latitudes, el mundo contemporáneo va más rápido. "Hay dos rasgos de la experiencia social contemporánea que inciden en la percepción de una aceleración del tiempo que promueve ansiedad. Uno es la incertidumbre, que sentimos en casi todas las esferas de nuestra vida: la afectiva, la laboral, la política, la económica. Esta incerteza impulsa a la acción y a la constante reflexión sobre nuestras acciones, a la creatividad y a tomar conciencia de que todo depende de la acción humana, pero convive con la paradoja de que nada es seguro, nada permanece –apunta la socióloga Ana Wortman, investigadora en temas de consumo y cultura–. Otro rasgo se vincula con la dinámica tecnológica que acompaña este proceso social y cultural marcado por cómo circula la información por dispositivos y redes."
Es el contexto en el que la actividad laboral desborda hacia la vida personal y familiar, y llena fines de semana y madrugadas, en el que el ocio ya no se asocia con "no hacer nada", sino con actividades "recreativas" y en el que viajar ya no es descansar, sino vivir "experiencias". Y en el que los movimientos slow –que promueven la lentitud y la conciencia desde la comida y la respiración hasta la crianza de los hijos– aparecen más como señal del desequilibrio que como paliativo eficaz para enfrentarlo.
En la Argentina, sin embargo, la aceleración generalizada tiene manifestaciones particulares. "A diferencia de lo que pasa en los países centrales, en la Argentina lo que ocurre en la esfera política o económica está muy próximo al curso de nuestros acontecimientos cotidianos", dice Wortman. Y quizá sólo sea un aprendizaje: "Acontecimientos como el golpe de 1976, las crisis económicas, la crisis de 2001 supusieron cambios drásticos, trágicos y radicales en los proyectos y el manejo del tiempo de las personas", apunta.
Sin ir más lejos, el calendario político del año fue agotador: el caso Ciccone y sus derivaciones; el 13-S, el 8-N, el interminable 7-D, las perspectivas para las elecciones de 2013 y las previsiones para las de 2015; rimbombantes expropiaciones e inseguridad cotidiana; acusaciones y desmentidas sobre los temas más diversos; anuncios por cadena nacional, supuestamente reservada para casos de excepción; trenes y subtes en duda cada mañana; conflictos que se tapan unos a otros; reelección presidencial o incertidumbre… "Los argentinos estamos entrenados en no saber qué esperar al día siguiente a través de generaciones. Esto nos lleva a un presentismo defensivo, de supervivencia, por si viene la crisis, o hay desabastecimiento, o todo aumenta", describe Orlando D’Adamo, especialista en psicología política. "En un esquema así, el tiempo se escurre y la atención necesita estar permanentemente concentrada en el día de hoy o el siguiente."
El kirchnerismo ha hecho lo suyo para profundizar esta vida en presente que es casi un rasgo argentino. "Hay efectivamente un ritmo de vértigo en la política, muchas veces causado por declaraciones desmesuradas, que también son de la oposición –dice Sergio Berensztein, director de Poliarquía–. La desmesura es propia de un sistema político con instituciones frágiles, donde puede pasar cualquier cosa y las reglas pueden cambiarse por caprichos o para acompañar proyectos individuales de los líderes. «Vamos por todo» y «vamos por todos» implica que todo es posible. La incertidumbre es infinita."
Para D’Adamo, "los políticos hacen poco favor viviendo pendientes de la próxima elección o dando la sensación de que acaban de llegar y están resolviendo la «herencia recibida» aunque lleven una década en el poder. La inestabilidad de las normas abona esta cuestión de vivir siempre en el presente. Si las normas cambian siempre, no hay futuro planificable".
Aunque parezca un problema reducido al ajedrez de la política, un entorno que no da previsibilidad influye en la vida cotidiana. "Como no existen reglas de juego claras, los problemas se acumulan o se postergan –apunta Berensztein–. De los problemas definidos como tales por la ciudadanía, ninguno tuvo mejoras. La inseguridad, la inflación, el desempleo y la corrupción empeoraron, como pasó con la educación y la infraestructura básica, como el transporte. Y en los problemas de la agenda del Gobierno tampoco hubo éxitos: lograr un reclamo regional por Malvinas, fracasó; YPF y la soberanía energética, fracasó; la ley de medios, igual. Éste fue un año de sensación de vértigo general para un gobierno que corrió el límite de lo posible al infinito y en el que se acumuló una agenda de problemas sin resolver."
Sobreconsumidos
El contexto económico cierra el círculo de la aceleración argentina. Si la inflación hace perder valor al peso cada día, y el recuerdo del corralito es uno de los más frescos de la historia reciente, el mejor destino para el dinero es gastarlo ahora mismo, y el ahorro –esa conducta tan vinculada con el largo plazo y la confianza– se vuelve poco atractivo.
A diferencia de otros países, cuando a un argentino se le pregunta por su estado de felicidad, piensa primero en su situación económica. "La esfera económica ha ganado un espacio muy importante en la vida de las personas, más importante que el que debería. Los conflictos económicos y los cambios permanentes, el estar pendientes del valor del dólar o de los precios, la incertidumbre de si los discursos presidenciales van a decir algo que cambie la vida contribuyen a esto", apunta la economista Victoria Giarrizzo, investigadora de la UBA y directora del Centro de Economía Regional y Experimental (CERX). "Si pensamos en los años económicamente malos (como 2002, 2008 o 2009) uno tiene la sensación de que pasaron más rápido. El año 2012 nos deja una sensación parecida de vértigo, con medidas que generaron preocupación y sobresalto", afirma.
La inflación es el acelerador número uno del tiempo. Y las imágenes recientes de shoppings colmados hasta desafiar las leyes de la física pueden verse como una señal preocupante más que como un signo de vitalidad de la economía. "La inflación es la variable que más nos hace ver el efecto de la velocidad, porque hace que no podamos planificar a futuro, desalienta el ahorro y alienta el sobreconsumo. Desde 2006 en la Argentina se sobreconsume y la gente se sobreendeuda, lo que agudiza el efecto shopping, esa sensación de entrar en un centro comercial y perder la noción del tiempo. Las deudas aceleran el tiempo", dice Giarrizzo.
Aunque la sensación de vivir corriendo parezca individual, y sólo compartida cuando se hace un comentario casual de sobremesa, lo cierto es que tiene efectos colectivos visibles y preocupantes. "La sensación de inestabilidad permanente incide en la dificultad de pensar en el largo plazo –describe Wortman–. La lógica de la sociedad de consumo y de la renovación permanente de bienes, la obsolescencia y el descarte influyen en una lógica de vivir el momento, que tiene efectos en cierta informalidad de las relaciones personales, en una falta de paciencia hacia los otros", dice.
"Es costoso psicológicamente, por más acostumbrados que estemos, porque tensiona y no permite reflexionar sobre el presente y soñar el futuro. Potencia la repetición de errores y la toma de decisiones apresuradas. El pasado nunca aquilatado se reabre en múltiples «relecturas» y cuando nos queremos dar cuenta llegó el futuro y seguimos discutiendo las mismas cosas", dice D’Adamo. "Planificar el futuro es un comportamiento de sociedades adultas."
"El tiempo es la manera en que la naturaleza impide que todo suceda a la vez", dice un grafiti callejero que registró Levine en su libro. En la Argentina, al menos en 2012, la naturaleza parece haber descuidado los relojes.
Ranking
Distintos lugares, distintos ritmos de vida
Un grupo de investigadores liderado por el psicólogo norteamericano Robert Levine midió el ritmo de vida en las principales ciudades de 31 países, según tres variables: la velocidad con que los peatones en zonas céntricas caminan 18,29 metros; el tiempo que tardan los empleados del correo en vender una estampilla y la exactitud de los relojes públicos. Suiza es el más veloz y en el otro extremo se ubicó México.
Otros datos
- Más apurados
Ocho de los diez países más rápidos son de Europa Occidental - Más lentos
Las últimas ocho posiciones estuvieron ocupadas por países no industrializados de Africa, Asia, Medio Oriente y América latina - Promedio de horas pagas
En Japón es de 2159, comparadas con 1957 en EEUU, 1646 en Francia y 1638 en Alemania.