Puerto libre. Videos, fábulas y pecados
No era el de Esopo un mundo más afecto a las fábulas que éste. En aquella época servían para que la moraleja dictara su enseñanza; hoy no sirven ni para aprender de las consecuencias. El fabulario argentino es más fecundo que su reservorio realista. El engaño con escándalo nunca deja de tener rating.
El periodismo juega un rol importante: cuenta las fábulas que protagonizan los otros, pero también las inventa. No me atrevería a decir cuáles son las más creíbles. A veces las segundas son más atractivas que las auténticas. Así trascurren y así perduran, o cambian su relato por otro más inverosímil que convoca más público. De modo que quienes eran héroes en la primera versión se vuelven villanos en la segunda y son desplazados del papel por la que las sigue. Y después aparece el desencanto porque la trama ya no conviene a nuestros deseos. Hasta las del género thriller son apasionantes. Un comisario bonaerense asesinado hace poco ya no parece haber sido muerto por la mafia, como se anunciaba con angurria mediática. No, los motivos serían más policiales: su voracidad sexual múltiple y su desproporcionada vocación ahorrativa. Compartir diez mujeres, por más trato vigilante que hubiera con cada una o combinadas, ya colocaba al occiso en una alta franja de riesgo. Aparte de cardiovascular, de agresión pasional externa.
Nosotros, el público, aceptamos la fabulación según el ingenio del Esopo de circunstancia. Algunos medios se esmeran en no defraudar el deseo colectivo. Hay Esopos y Esopitos encargados de atizar el suspenso. Sólo cuando se desnuda un error a la vista, y se estropea el guión que nos tenía atentos, volvemos al realismo. Aunque este no sea, respecto de la ficción, más verdadero.
La fábula del obispo que renunció por haber desobedecido al menos dos mandamientos -no fornicar y no mentir- puede darse por legítima, dada la confesión del protagonista y su pedido de perdón. Habría que pensar por qué Dios hizo tan atractivo al sexo y a la vez nos pone a prueba con una tentación capaz de doblar a un pastor de almas. El mecanismo canalla que descorrió el velo de una alcoba obispal, de actividad sexual subrepticia, vulnera una trayectoria humanística reconocida por sus pares y sus fieles. La debilidad carnal no tiene ni ideología progresista ni conservadora.
El talón vulneró la heroicidad semidivina de Aquiles. Qué lástima haber sido derrotado por el mísero trasero del pie. Si Aquiles entero hubiera sido invulnerable no habría sucumbido al enemigo. El lamento es tardío. El talón es el talón. Habría que imaginar el desencanto de los griegos cuando el victorioso hijo de Tetis, cediendo a la pasión por Polixena, se distrajo besándola y Paris le disparó la flecha que le dio en el único lugar vulnerable.
Hay fábulas menos densas pero igualmente fábulas. Allí está la del hombre del piano: se "despianizó", se volvió real y clausuró el concierto. No se sabe la fuente o el autor que instaló la mentira de su genialidad pianística. Pero tuvo cómplices en el rebaño de los medios y en la credulidad de la manada. Miguel Wiñazky, sin dudar, la habría incluido en su libro La noticia deseada. Era lindo creer en el concertista amnésico antes que aceptar que era un loquito lindo o un pobre hombre. Es de esperar que el actual desencanto -con identidad bávara- se asiente sobre la veracidad y no sobre la fantasía. No abandonen la duda. Si se ha mentido en la guerra de Irak, por qué no en una fabulita.
Ahora acepten mi arrogancia de cronista: el domingo 22 de mayo último, en pleno fervor pianístico del "lago de los cisnes", escribía en Puerto Libre lo siguiente: "¡Ah! Si el hombre del piano llegara a ser una fábula, una ficción; si se descubriera que su historia es una mentira mediática que nos fascina en manada, el reino de la ilusión perdería otra, entre tantas que pierde. Ojalá no suceda". Sucedió. A cuántos aliviaría que la fábula del obispo fuera inventada.