Estudiantes y estudiosos. Violencia escolar
Un alumno de segundo año de una escuela de educación técnica de San Isidro le disparó un tiro en la cabeza a un compañero. El autor del disparo tiene 14 años y no han quedado en claro las razones por las cuales llevó un arma a la escuela. Episodios similares se han registrado, en los últimos tiempos, en distintos lugares del país.
Una docente fue condenada por portar un revólver en su clase. En septiembre último, un estudiante marplatense rompió vidrios de su escuela y amenazó a tres compañeros con una navaja. En agosto, un alumno secundario agredió ferozmente a su profesora de psicología, provocándole heridas que determinaron su internación. El gobierno de la provincia de Chubut destinó una partida de dinero para dotar de detectores de metales a las escuelas, con la remota esperanza de detener una ola de violencia en un lugar del país donde no se podría haber sospechado nada parecido en otros tiempos.
Una forma de violencia distinta se pudo ver, también hace pocos días, en el caso del rector acusado de abuso deshonesto por tres alumnas del establecimiento. En este caso se podría reconocer, quizá, la influencia de los medios de comunicación sobre los chicos, creando reacciones que hubieran sido igualmente impensables no muchos años atrás.
Un caso especial
El lamentable show televisivo que se ve desde hace algún tiempo bien puede estar en la base de estos comportamientos. ¿Cómo reaccionan los adolescentes ante la interminable caravana de jóvenes de mala vida o de conductas dudosas? Es muy factible que adopten, sin saberlo, los antimodelos que se les ofrecen.
Tomemos, ahora, un caso especial: Daniel Herbón, director del colegio Simón Bolívar, de Sarandí, fue acusado por alumnas de su escuela. Herbón tiene 56 años y casi 34 de ejercicio de la docencia, y ha revistado en veintiún colegios. Puede demostrar una foja de servicios intachable, pero no es eso lo que más cuenta, sino la respuesta inmediata de sus alumnos, ex alumnos y colegas, que se movilizaron, de todas las maneras imaginables, para manifestarle su solidaridad. Es profesor de biología, lo mismo que su esposa, con la cual forman un matrimonio ejemplar; tienen dos hijos que son avanzados estudiantes de ingeniería.
Entre sus valores docentes y humanos figuran el haber sido profesor de los chicos discapacitados motrices de Vivienda y Trabajo para el Discapacitado (Vitra). Herbón viajó repetidas veces a una escuela de Misiones, en Cerro Mártires, junto con alumnos de la ex Escuela Nacional de Comercio de Avellaneda, dentro del programa Marchemos a las Fronteras. En esos viajes los chicos hicieron baños para la escuela, colocaron un grupo electrógeno, instalaron iluminación, crearon una biblioteca de mil libros, llevaron medicamentos por valor de 10.000 dólares e instalaron una represa en un arroyo para colocar una bomba de ariete, que permitió proveer de agua al establecimiento.
Herbón espera que su caso sea resuelto en la Justicia y piensa que la repercusión que ha tenido en la opinión podría servir para que su escuela consiga el edificio que no tiene. Uno de sus hijos cree que el problema de su padre puede tener solución, pero no el de la escuela argentina.
Docentes desprotegidos
¿De qué manera se ha transformado el papel de la escuela dentro de la sociedad? ¿Qué ha quedado de la visión tradicional según la cual es un lugar donde se forman las nuevas generaciones? ¿No está a la defensiva, tratando de detener las múltiples agresiones que recibe? ¿No se encuentran sus docentes desprotegidos frente a un medio externo que se ha modificado, y no precisamente para bien? ¿Cuántas historias extraescolares, de alto contenido delictivo, están influyendo en ella? ¿Dónde han quedado sus viejas esperanzas formadoras, en un contexto que la asedia de un modo jamás visto?
Buena parte del antiguo discurso pedagógico está en crisis, aunque siga existiendo en algunas publicaciones especializadas o en los documentos educativos, oficiales o privados. El planteamiento clásico, en el cual se discuten los fundamentos de la educación o los valores que debe cultivar la escuela, suena un poco ridículo ante estas dramáticas circunstancias.
Lo que llega a los medios de comunicación es sólo una parte de lo que sucede a diario en las aulas. No todo es motivo de intervención policial, por cierto, pero alcanza para quitarle al trabajo escolar la paz que indispensablemente necesita para ser medianamente eficaz.
¿Se convertirá la escuela en un lugar más propio de la policía que de las idílicas visiones de otros tiempos? Las heridas que está recibiendo son, probablemente, imposibles de soportar.