¡Y dale con el municipio!
Buenos Aires tiene infinita variedad de fisonomías que van desde lo positivo hasta lo negativo y viceversa. No todas, aunque podría parecer lo contrario, son de estricto orden arquitectónico.
También puede haberlas, y de hecho las hay, de carácter institucional, legal, político, social, humano y hasta semántico. No queda otro remedio que encuadrar en ese último apartado, en condición de fisonomía negativa, por supuesto -predican ciertos Pérez, razonablemente irritados-, la terminología anacrónica utilizada por quienes al parecer aún desconocen que Buenos Aires es ciudad autónoma en virtud de expresas disposiciones constitucionales.
Hablar con propiedad, sobre todo si por una razón u otra correspondería hacerlo, no es costoso ni demanda mayores esfuerzos. Sin embargo, a estas alturas de los tiempos autonómicos -¡seis años, moneda más, moneda menos!- todavía hay quienes se siguen refiriendo al "gobierno municipal", al "intendente" (por Aníbal Ibarra, es claro) y al " mandatario municipal".
Desde ya, los Pérez de mal talante no son tan ingenuos como para creer que el puro respeto por la terminología adecuada -gobierno autónomo, jefe de gobierno, etcétera- bastaría para solucionar como por arte de magia los problemas y las postergaciones que aún padece la ciudad de sus amores. Así y todo, interpretan que confundir autonomía (estado y condición del pueblo que goza de entera independencia política) con municipio (conjunto de habitantes de un mismo término jurisdiccional, regidos en sus intereses vecinales por un ayuntamiento) podría contribuir a dilatar la solución de las susodichas postergaciones.
Dese el lugar que merece -pretenden- al único distrito urbano que dentro del vasto territorio argentino no es provincia, pero tampoco es municipio. ¿Deliberado menosprecio o pura ignorancia...? Vaya a saberse.
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Y si de fisonomías contradictorias se habla, no debe quedar en el tintero el deprimente aspecto que la mayor parte de las calzadas porteñas les exhibe a propios y extraños. Como para muestra basta un botón (a pesar de que en este rubro en particular hay toda una botonería) baste con recorrer Paraná, desde Corrientes hasta Córdoba.
Penosa multimuestra de emparchamientos de cualquier edad, tamaño y color. Mal remendada alfombra asfáltica que pone a prueba hasta las amortiguaciones más flamantes y sólo hace las delicias de los especialistas en repararlas.
Sí, es sabido. Todos los días se producen 600 nuevos orificios en esos traqueteados pavimentos (1200 en las jornadas lluviosas, según las autoridades). Y no hay quien dé abasto para reemplazar tantos pisos calamitosos.
¿Qué impresión les darán a los turistas esos paupérrimos remedos de la fisonomía lunar? Mejor, ni pensarlo.