Y olé
En el club taurino “Guerrita de Buenos Aires”, un grupo de periodistas porteños formaron la cuadrilla “Juventud suicida”. No era para tanto. Las corridas de toros no eran lo que habían sido y toda su peligrosidad ya era cosa del pasado. En 1910 algo parecido podía encontrarse, del otro lado del Río de la Plata, en Colonia del Sacramento.
Hasta allí iban los cronistas ávidos de más emociones de las que ya les deparaba su propio oficio en las redacciones de los diarios. Pero las “ferias de Sevilla” – así se las llamaba– no exponían a peligros mortales, ya que a las cornamentas se las cubría debidamente, aunque los participantes no quedaban totalmente a salvo de algún magullón porque tamaños cuadrúpedos atropellaban y hasta pisoteaban si se les presentaba la ocasión.
En Uruguay los toros tampoco se sacrificaban, pero la coreografía taurina seguía en pie. De hecho, la Plaza de Toros del Real de San Carlos fue inaugurada el 9 de enero de 1890 por los hermanos “Bombita” (nada que ver con el personaje de Ricardo Darín), expertos españoles en el arte de las banderillas taurinas. Luego sufrió años de abandono hasta resurgir después de la pandemia como escenario de paseo público y grandes recitales.