Todavía en shock y en medio de un terremoto financiero, Mauricio Macri esbozó hoy su estrategia de cara a las elecciones de octubre tras las catastróficas PASO. Eligió culpar al kirchnerismo por el día negro en los mercados (con el dólar cerrando cerca de 60 pesos y un desplome de los activos argentinos en el mundo) y llegó a advertir que eso es solo "una muestra de lo que puede pasar" si Alberto Fernández resulta efectivamente elegido presidente en octubre.
Prefirió actuar como candidato más que como jefe de Estado. En un intento desesperado por sostener la expectativa electoral, a pesar de los 15 puntos de diferencia del domingo, apeló otra vez a la estrategia del miedo al kirchnerismo.
Una estrategia que se estrelló en las urnas el domingo. Transgredió una regla básica del manual del candidato: nunca culpar a la ciudadanía por el sentido de su voto. Su autocrítica resultó escasa, imprecisa. La limitó a la bronca generada en un sector mayoritario de la población por los resultados económicos, pero dijo que esa situación es consecuencia de la herencia kirchnerista. Cuatro años después.
Por momentos, a Macri le costó ordenar su mensaje. Miguel Pichetto, a su lado, lo ayudó a transmitir las ideas fuerza. "El Presidente está en control", dijo, para desmentir que estuviera en riesgo la gobernabilidad. "No hay una transición", añadió después, para impedir que se instale la idea de que no hay ya competencia electoral.
No se anunciaron medidas, pero hay en análisis una batería de proyectos para ayudar a la clase media. Mejoras en el impuesto a las ganancias, créditos y planes de estímulo al consumo. También eso lo especificó Pichetto.
Las condiciones de Macri para dar la pelea contra Fernández consisten casi en rezar por un milagro. No hay antecedentes en el mundo de un vuelco semejante en apenas dos meses. Con el agravante de una crisis cambiaria cuya magnitud todavía desconocemos.
Macri tiene previsto hablar con Alberto Fernández en estos días. Se tienen tan poco respeto mutuo que cuesta creer que de allí pueda surgir algo positivo.
Fernández no piensa hacerse cargo de la "responsabilidad" que le exige el Gobierno. Lo aclaró al decir que él es la oposición y que no le toca actuar ahora. Es más, sus críticas a la intervención del Banco Central para contener el dólar (con escaso éxito, por cierto) revelan que no le incomoda la megadevaluación en curso. Ya se verán las consecuencias. No hay dudas de que, pase lo que pase, él tendrá a su vez un responsable a quien culpar.
Sus asesores económicos están hablando con inversores extranjeros y grandes empresarios. Les han pedido por favor que Fernández intervenga con algún mensaje tranquilizador que detenga el deterioro de los activos argentinos. La respuesta: "Solo si lo pide Macri. Y en lo posible, públicamente".
Todo lo contrario a lo que demostró el Presidente en su conferencia de prensa. Él aspira a transmitir que está en carrera y que puede revertir el desastre anunciado. Intentará hablar también con Lavagna, pero al economista se lo ve hoy más cerca de Alberto Fernández que de Macri.
En el propio Gobierno hubo figuras importantes que se agarraban la cabeza con el discurso de Macri. "Parecía como si valorara más el voto de los mercados que el de la gente", dijo un encumbrado funcionario.
Los que pedían una autocrítica mayor perdieron. Esos creen que falló un eje básico de la campaña presidencial: apelar solo al miedo al rival puede ser peligroso. Las sociedades suelen buscar una esperanza a la hora de votar. No se resignan, al menos mayoritariamente, a elegir el mal menor. Una porción de los argentinos eligió creer la promesa de una mejora económica que le hizo el kirchnerismo. Y encontró una excusa para exculpar a Cristina Kirchner cuando ella decidió poner por delante a Alberto Fernández y gestionar la reunificación del peronismo.
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