Alvarez quiere preservar la unidad de la Alianza
El ex vicepresidente Carlos Alvarez conservará su liderazgo en el Frepaso e impedirá cualquier intento de ruptura de su partido con la gobernante Alianza. Sin embargo, los funcionarios radicales deberían descartar que la administración vuelva a contar con el apoyo decidido, incondicional y público que Alvarez le dio, en los primeros tiempos, a la gestión delarruista.
Después de diez días en Brasil (donde comenzó, por segunda vez en este año, un intento para dejar definitivamente el cigarrillo), Alvarez ratificó su vocación aliancista, aunque con un estilo mucho más crítico que antes. Influyeron dos razones para que abriera esa distancia, relativa y corta.
Una de ellas es la visión ciertamente reprobadora que tiene de los manejos de su amigo José Luis Machinea en la conducción económica. Cree que Machinea y Fernando de Santibañes, por motivos distintos, corrieron al Gobierno con el susto desde el mismo momento en que la coalición se hizo cargo de la administración.
Tal vez nunca se han encontrado para hablar de eso, pero su mirada sobre el aumento de impuestos, en los comienzos de la gestión De la Rúa, coincide ahora con una idea que suele rondar en la cabeza del jefe de Gabinete, Chrystian Colombo.
Es ésta: el Gobierno debió esforzarse desde el principio para achicar el déficit homérico que dejó Carlos Menem y, en todo caso, negociar con el FMI de entrada un margen mayor para ese descubierto presupuestario.
Sostienen ambos que lo único que los economistas oficiales no debieron hacer era asestarle más impuestos a una sociedad que venía entonces de un año y medio de recesión. La recesión se quedó, hasta ahora.
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Alvarez fue el primer arrebatado con la idea de conseguir un blindaje financiero externo, con el padrinazgo de Washington; los primeros borradores de ese proyecto, hace unos cinco meses, fueron conversados por el entonces vicepresidente con Machinea y con el jefe de asesores del ministro, Pablo Gerchunoff, un viejo amigo de Alvarez y colega en el vano fanatismo de Racing.
El reciente paquete económico elaborado por Machinea entusiasmó menos de lo previsto a Alvarez. Lo primero que advirtió es que hubo, mal o bien, un plan económico, pero no hubo un plan político. "¿Qué es eso de quedarnos nosotros sólo con la representación de los mercados mientras le dejamos al peronismo las banderas sociales? ¿Por qué debe ser así?", rezonga.
Nadie puede dejar de advertir que su alusión a una carencia de propuesta social golpea muy cerca de su compañera de partido Graciela Fernández Meijide. Alvarez asegura que era posible presentarse ante la sociedad y ante los gobernadores con una propuesta fiscal y con una propuesta social. "Sólo había que usar los fondos que luego consiguieron los gobernadores", explica.
La reforma del régimen de jubilaciones provocó dos reacciones en él. No le gusta esa decisión, en primer lugar. Pero al mismo tiempo le mandó decir al Gobierno que busque la forma de no pasar por el Congreso, porque nunca tendrá posibilidades ciertas de conseguir su aprobación.
Dio instrucciones a sus diputados también para que voten cuanto antes el presupuesto del próximo año.
Adalberto Rodríguez Giavarini solía decir, cuando ninguna disputa separaba a De la Rúa de Alvarez, que el gobierno aliancista no debía perder nunca las condiciones mediáticas del ex vicepresidente. "Es el mejor vocero de nuestra administración", explicaba.
Ya no lo es ni lo será; ése es el cambio sustancial entre aquellos tiempos y éstos. Alvarez se ha vuelto mucho más cauto para el análisis y la aprobación de las medidas oficiales, tal vez porque no participa de ellas. Se muestra, a todas luces, como el jefe de un partido aliado y no como el líder de un partido gobernante.
Veamos la segunda razón de su distancia con el delarruismo. Tiene que ver con la evidente contradicción entre sus intereses políticos y sus emociones. La ruptura de la coalición, propinada por sus propias manos, sería un pésimo negocio electoral para Alvarez. Muy pocos olvidarían que la Alianza llegó al gobierno de la mano de muy pocos dirigentes, Alvarez entre ellos.
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La figura de padre y homicida al mismo tiempo no tiene réditos electorales, y el fracaso de la coalición gobernante podría ser también su propio fracaso, si no sabe administrar con sabiduría los tiempos políticos.
Los intereses políticos lo llevan a preservar la Alianza, pero las emociones lo empujan muy lejos de ella. Jamás habla de eso con nadie, pero siempre parece rumiar la duda de que su renuncia alegró a demasiados miembros del entorno presidencial como para que no haya sido inducida.
Con la cresta del Gobierno conserva además una relación áspera, y desconfiada hasta cierto punto, producto quizá de que no pudo entablar un diálogo sincero y abierto.
De hecho, la única vez que se vio con De la Rúa después de la renuncia, el Presidente le desmintió que se hubiera reunido con Menem en Olivos, en la excéntrica madrugada de un domingo. Alvarez había sido informado de esa reunión por la custodia presidencial de la Policía Federal.
Aunque parece lo contrario, Alvarez no está alejado del Gobierno ni de sus obsesiones políticas. Asediado con mensajes y llamadas telefónicas por Machinea y por Rodríguez Giavarini (y por el propio Presidente), prefirió no hablar con ninguno. Pero ha mantenido sin embargo varias reuniones con dos funcionarios.
Son ellos Marcos Makón, segundo funcionario después de Colombo en la Jefatura de Gabinete y hombre de extrema confianza suya, y Rafael Bielsa, jefe de la Sigen, que lleva varias investigaciones colaterales a la denuncia de sobornos en el Senado.
Cuando termina de hablar con ellos, siempre desenrolla una tesis que encontró y reelaboró en sus días de descanso: la política puede negociar con los mercados, desde una posición de mayor fuerza que ahora, autoexigiéndose eficiencia y transparencia, dice, y sólo ha comenzado.
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