Análisis. Alberto Fernández en la encrucijada: vacunar más o construir enemigos
Ante la falta de vacunas, el kirchnerismo retoma su vieja receta de fabricar monstruos sociales a quienes culpar de su fracaso; esta vez, en la respuesta a la pandemia
Hay una pregunta sin respuesta que vuelve a la Argentina, insistente, en ocasión de la segunda pandemia del siglo. La primera fue la de la gripe A; la segunda, la del coronavirus. ¿Por qué? ¿Por qué en ambos casos la Argentina se convierte, y se convirtió, en una excepcionalidad negativa? En aquella pandemia de 2009, la Argentina estuvo entre los países con mayor mortalidad. Brasil y México la acompañaron en ese podio dramático: los tres tuvieron una tasa de mortalidad 20 veces mayor que el resto del mundo. Lo dejó claro en 2013 un trabajo de la Escuela de Salud Pública y Servicios de Salud de la Universidad George Washington en Estados Unidos, dirigido por Lone Simonsen, profesora de Investigación del Departamento de Salud Global de esa institución.
Gobernaba entonces en la Argentina Cristina Kirchner. Y la actual ministra de Salud de la Nación, Carla Vizzotti, era la responsable de la Dirección Nacional de Control de Enfermedades Inmunoprevenibles, el área encargada del Plan de Vacunación. En febrero del año pasado, cuando las noticias del coronavirus empezaban a preocupar al mundo entero, Vizzotti, en su rol de Secretaria de Acceso a la Salud de Nación, aseguró: “Aprendimos la lección de la pandemia de 2009”. Y sin embargo, la Argentina está entre los países que lideran hoy los rankings de muertos por millón de habitantes y los contagios se disparan sin control. Mientras buena parte del mundo vuelve a la vida de la mano de un plan de vacunación masivo, Estados Unidos es el ejemplo claro, Argentina repite el mismo guión de 2020, como si el actor principal de la pandemia en 2021, las vacunas, no hubieran llegado a esta temporada. Todo lo que hizo mal Estados Unidos en el manejo de la pandemia, que lo condujo a cerca de 600.000 muertos, lo hizo bien este año con millones de personas vacunadas. Hubo cambio de gobierno, hubo aprendizaje y un recurso nuevo para poner en juego. No es el caso de la Argentina.
En estas tierras se mueren personas por una enfermedad que en el afuera internacional que vemos con la ñata pegada contra el vidrio se puede prevenir o al menos, atemperar en sus efectos. Una señal clara de una Argentina cruel con sus ciudadanos, privados de el nuevo derecho básico que genera una pandemia, el de vacunarse, y de un oficialismo, otra vez el kirchnerista, que no parece haber aprendido demasiado de los errores pandémicos del pasado. A pesar de los dichos de la actual ministra.
¿Qué hace la política kirchnerista entonces cuando falla la maquinaria de la vacunación masiva? Pues aplica una tecnología que se conozca mejor: la de la fabricación de enemigos. Ante la falta de vacunas, la multiplicación de los monstruos sociales. La política convertida en una dimensión de la moral que distribuye buenos y malos a un lado y otro de la grieta. Los malos, por supuesto, siempre del lado opuesto.
Menos vacunas, más enemigos
La máquina de producir enemigos kirchneristas acaba de lanzar un nuevo producto a la calle. Salió de la boca del jefe de Gabinete de la provincia de Buenos Aires de Axel Kicillof. Carlos Bianco estableció una correlación positiva, digamos para no cometer el pecado de la causalidad, entre la oposición de Juntos por el Cambio y las muertes por coronavirus. “La oposición y los medios influyeron en la cantidad de muertes”, afirmó la mano derecha de Kicillof.
El problema de una afirmación tal es los extremos a los que lleva la politización de la pandemia. No se trata de una simple chicana en el marco de una escenario cada vez más marcado por los tiempos electorales. Que un funcionario del peso de Bianco desestime cualquier marco estadístico y científico para analizar la marcha de la pandemia y sus picos más angustiantes y los reduzca a una lógica política descarnada impacta no sólo en la convivencia política sino también en la construcción de un clima social que contribuya a la construcción de confianza en el 41 % de la población que no votó al oficialismo nacional o bonaerense pero cuyo compromiso es imprescindible para controlar la pandemia. Es el uso político de la correlación para atacar al adversario político, convertido en enemigo y ahora, en responsable de muertes.
Hay dos problemas en esta intervención de Bianco. La repetición de la lógica del enemigo que oscurece cualquier análisis racional de la mecánica de la pandemia, por un lado. Por el otro, la insistencia en la explicación moralista de los contagios que atribuye las culpas y los males a un grupo de sujetos, en este caso la oposición o a los que viajaron el fin de semana por turismo y ahora, sin ninguna razón sanitaria, se les prohíbe volver a sus hogares. Antes fue el surfista, la señora que tomaba sol en la plaza, los runners, los padres que quieren clases presenciales. La invención de una cadena de valor agregado de enemigos sociales en lugar de un análisis preciso y basado en datos acerca del funcionamiento de la curva de los contagios y las muertes.
Lo del jefe de Gabinete de PBA es una escalada política sin rasgos de política de comunicación santiaria. Atribuirle a la oposición el pico de muertes es tan anticientífico como polarizador. La pregunta es: ¿quién gobiernan, a qué ciudadano va dirigido un mensaje con semejante sesgo? Sin dudas para el extremo que ya voto oficialismo. Es difícil pensar que esas palabras mejoren la adhesión general a las medidas sanitarias. Tampoco que amplíen el caudal electoral de la coalición gobernante. Entonces, ¿por qué semejante mensaje?
Más vacunas, menos enemigos
La pandemia de 2020-2021 tiene puntos de contacto preocupantes y significativos con la de 2009 en el caso de Argentina. La excepcionalidad negativa, por un lado. El mismo oficialismo al frente de la crisis. Resultados dramáticos, de una escalada todavía mucho mayor en esta pandemia. Y un escenario electoral, otra vez elecciones de medio término en plena pandemia. En aquel 2009, llevó a la derrota a Néstor Kirchner, nada menos, en las legislativas. Cuánto habrá impactado el desgobierno de aquella pandemia en aquellos resultados electorales de 2009 es una pregunta que queda abierta. Lo cierto es que la pandemia y las elecciones fueron un tema de discusión en 2009.
La realización de elecciones en plena pandemia y el aumento de casos que se registró luego obligó al jefe de Gabinete de Cristina Kirchner en esos años, Aníbal Fernández, a reconocer el error de no haber postergado las elecciones. El debate resuena hoy en relación a las PASO y su postergación. ¿La preocupación política del oficialismo kirchnerista modelo 2009 era por los contagios o por los resultados, la derrota de Kirchner? Pregunta que también queda pendiente y repercute en el presente: ¿cuánto de estrategia electoral hay detrás de la postergación de las PASO? Una reciente encuesta de la consultora Synopsis acaba de mostrar que la imagen del gobierno mejora entre aquellos que recibieron la vacuna, sobre todo si se trata de sus propios votantes.
¿Cómo se gana una elección en medio de una pandemia? ¿Cómo se sale de la crisis económica ? ¿Cómo se contiene el conflicto social? En plena pandemia la respuesta argentina a los problemas pandémicos globales es la misma para las tres preguntas: vacunar masivamente.
“En este momento, la mejor política económica es conseguir vacunas para el Covid19”, dijo el ministro de Economía Martín Guzmán en abril, durante su visita a Moscú. Sin vacunas, el impacto en la economía acarrea a su vez impacto electoral. La encuesta de Synopsis mostró también que la preocupación de la gente es primero la economía y luego el coronarivus.
Sin vacunas, el kirchnerismo sigue teniendo un problema, su concepción del poder, que es también un problema para Argentina. Hay una idea de poder del perokirchnerismo que se entrelaza con una concepción del enemigo, del aliado y del consenso.
Para el kirchnerismo, la contracara del poder es precisamente el consenso, pura debilidad. El consenso es imposible pero sobre todo, indeseado porque implica ceder. Carlos Zannini lo graficó muy bien cuando explicó su decisión de vacunarse: no hacer autocrítica ni pedir perdón porque cualquier reconocimiento de responsabilidades propias da poder a la oposición. Es la lógica del poder antes que la del consenso basado en el reconocimiento de los límites propios y de los aportes del otro. Cualquier reconocimiento del punto de vista del otro es un retroceso. En ese esquema, ante el error y el abuso de poder, la negación. Si faltan vacunas, al menos quedan los enemigos y la épica.
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