Ante un desafío histórico
Acaso como nunca antes, el proyecto de presupuesto nacional que entró ayer en el Congreso decide más, mucho más, que las cuentas del país para el próximo ejercicio.
Lo que puede definirse con el destino de esta ley de leyes es, sin concesiones al dramatismo, la suerte de la maltrecha economía, de una moneda que no pocos ya empiezan a despedir, de la credibilidad de la Nación y, quizá, de un gobierno que se juega desde hoy una parada fundamental.
En Wall Street y en la City porteña, en las oficinas del Fondo Monetario Internacional (FMI), en Washington, y en las capitales globalizadas del mundo donde se palpita el destino del caso argentino no se desconoce la dimensión del debate que, de apuro y en medio de azahares navideños, empieza a librarse en Buenos Aires.
Diez días atrás, cuando Cavallo se plantó ante las máximas autoridades del FMI con el recitado de un himno a la recuperación fiscal, sus interlocutores les pusieron nombre y apellido a sus dudas, a sus temores, a su objetivo prioritario: el presupuesto nacional.
A juicio de los hombres que tienen que decidir en los próximos días el envío -suspendido a comienzos de mes por los desajustes de los números de Hacienda- de los ya legendarios 1264 millones, esperados aquí como maná para hacer frente a compromisos de la deuda y evitar caer en default (cesación de pagos), es allí, en el presupuesto, donde debe reflejarse la voluntad del país de superar la crisis. "Entiendo perfectamente la pretensión de los directivos del Fondo -dijo ayer a LA NACION, desde Wall Street, un alto ejecutivo de un banco de inversión-. Ellos creen que un presupuesto bien realista, que ponga en blanco sobre negro los sacrificios que se deben hacer para evitar la hecatombe, es la condición indispensable para analizar seriamente si el país merece seguir siendo ayudado."
No sólo visto desde los fríos días de Washington o Nueva York, sino también desde las altas temperaturas económicas y políticas de Buenos Aires, el proyecto que empieza a discutirse en el Congreso mostrará mejor que nada cómo se reflejan en hechos las encendidas invocaciones de muchos sectores y dirigentes -de Carlos Menem a Raúl Alfonsín, del empresariado a la Iglesia- a la necesidad de alcanzar un gran acuerdo nacional que eche a andar al país.
El presupuesto 2002 puede ser el texto de ese gran acuerdo. El llamado -tardío, dubitativo y enfermo de timidez, es cierto- del Gobierno a una concertación multipartidaria y multisectorial también tiene allí lo que podría ser su documento fundacional.
Más allá de los esperables y entendibles tironeos de toda puja parlamentaria, en la que convive, por definición, la más amplia gama de personas, intereses e ideologías, el Congreso tiene ante sí el compromiso histórico de sancionar una ley que puede disparar, según resulte su texto definitivo, el despegue o asestar, probablemente, el tiro final de la crisis.
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