Compadrada, pero no golpe institucional
Carlos “Chacho” Alvarez fue el segundo vicepresidente de la Nación que renunció a su cargo; el primero fue Alejandro Gómez, segundo de Frondizi, que lo hizo en 1958. Marcos Paz y Pelagio B. Luna fallecieron en ejercicio de sus funciones, el primero en la época de Mitre, en 1868; el segundo, en la de Yrigoyen, en 1919, sin olvidar a Hortensio Quijano, compañero de fórmula de Perón, que murió en 1952 sin llegar a hacerse cargo de su función por segunda vez, caso similar al de Francisco Beiró, que falleció en 1928 siendo vicepresidente electo.
Dicen que fue Sarmiento quien expresó su desdén por su vicepresidente Adolfo Alsina, cuando adelantó que su única función en el gobierno sería manejar la campanilla del Senado. Esto es más o menos así cuando el primer magistrado está sano y bueno, pero si llega a faltar por cualquier motivo, ese casi desvaído funcionario se convierte en el ciudadano más importante de la República.
Fue el caso de Carlos Pellegrini respecto de Juárez Celman, el de José Evaristo Uriburu con Sáenz Peña (padre), de José Figueroa Alcorta con Quintana, de Victorino de la Plaza con Sáenz Peña (hijo), de Ramón Castillo con Ortiz y de José María Guido con Frondizi.
No es poca cosa, pues, un vicepresidente: es un presidente en expectativa, alguien que por motivos políticos o de salud o por el capricho del azar puede llegar a la más alta responsabilidad del Estado. Y a veces puede desempeñarla muy bien, como pasó en Estados Unidos con Johnson respecto de Kennedy o con Truman respecto de Roosevelt.
Se supone que el binomio presidencial debe fraguarse en una íntima solidaridad entre los términos: lo contrario sería crear una fuente de peligrosos conflictos, como ocurrió entre Ortiz y su vicepresidente Castillo.
Hubo casos en los que esta solidaridad fue ejemplar, como la de Justo con Julio A. Roca (1932) o la de Alfonsín con Víctor Martínez (1983), sin olvidar la solidaridad de alcoba de Perón con su tercera esposa (1973).
Pero también es comprensible que puedan surgir discrepancias entre ambos componentes de la fórmula presidencial, como ocurrió de manera resonante con Alvarez y De la Rúa.
Inestabilidad
Ahora, el bloque mayoritario ha impuesto en la presidencia del Senado, virtual vicepresidente, a un opositor. Es algo inédito. Por cierto, las condiciones actuales del país desvanecen la posibilidad de que esta situación invite a un golpe militar. Pero, sin duda, introduce un factor más de inestabilidad institucional y abre el camino a roces y conflictos que pueden erosionar aún más la gobernabilidad. No es un golpe institucional: más bien es una grosería, una compadrada riesgosa.
Puede ser solamente esto, que ya es bastante, o puede convertirse en un elemento irritativo que se agregue al vía crucis del Presidente. Depende de la prudencia con que se maneje esta situación sin precedente. Y digo prudencia, para no gastar otra palabra que parece caída en desuso: patriotismo.
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