Cuando la campaña tomaba color, llegó la veda
Ironías acerca del fin del proselitismo
En el momento más inconveniente, justo cuando la campaña comenzaba a tomar color, llegó la veda.
Sólo en esta última semana antes de las elecciones los candidatos pudieron alcanzar el mejor punto, la temperatura precisa, el bronceado perfecto. Ahora comenzaban a dar la impresión de que no necesitaban interpretar ningún papel. No hacían de enojados: estaban comenzando a enojarse de veras. Estaban comenzando a transmitirle su pasión a la gente, que los había seguido hasta ahora con cierta indiferencia.
En la provincia, con la arremetida agónica de Chiche Duhalde, Brandoni y López Murphy, pero sobre todo en la Capital, con las denuncias cruzadas de ARI y el Gobierno, admitamos que, desde el punto de vista del espectador, la campaña comenzaba a ponerse linda. Y cuando estaba por llegar al clímax, cuando, como en el cine, uno estaba por saber quién era el asesino, con quién se casaría Julia Roberts o quién se había quedado con el botín, sobreviene esta traba formal, esta herida absurda que deja al hombre común en ascuas, con la boca abierta delante de la urna.
¡Maldita veda! Después ya no será lo mismo, porque una vez que los votos se han contado, la flema de los candidatos se desinfla. Sobreviene la depresión poscomicio y el ánimo de lucha deja su sitio al sueño. Mañana será tarde: quienes habían sufrido la decepción de los anodinos debates porteños, de las propagandas mediocres, de las ocurrencias absurdas de la campaña y sólo habían recobrado el interés por el combate en las últimas horas volverán a su tedio. El vendaval habrá pasado sin haber llegado siquiera a levantar un buen viento.
Para darle algo de emoción a este espectáculo trunco no alcanzarán ni siquiera los resultados. Como se trata de elecciones muy atomizadas, todo el mundo se agarrará del átomo que le quede más cómodo para decir, lo más campante, que ha vencido.
Es increíble lo que podría haberse ganado en estos dos días prohibidos: peleas maravillosas, insultos desconocidos, calumnias y contracalumnias, odios que suben por el pecho a la garganta para enmascarar, tal vez, amores mal correspondidos. La veda nos ha dejado sin el postre, que esta vez prometía ser lo más suculento de toda la comida.
Desde mañana, luego de una breve ebullición final, nuestros campeones entrarán en punto muerto. Harán falta dos años para recargarlos de energía, aunque algunos quedarán tan planchados que ni las presidenciales de 2007 volverán a encenderlos. Lectores y telespectadores no tendrán más remedio que esperar. Tal vez dentro de 24 meses puedan los líderes de nuestro rutilante espectro político dar el canto del cisne que esta vez quedó ahogado en el pico por culpa de esta veda inoportuna.
lanacionar