De la Rúa se retira de la vida política
Sus amigos y ex funcionarios aseguran que no planea volver a la actividad; restó importancia a los episodios de violencia
A último momento, Fernando de la Rúa estiró el epílogo de su gobierno para reescribir el final.
A la imagen del escape en helicóptero desde la terraza de la Casa Rosada, de anteayer, superpuso la del político "con sentido del deber" -en la expresión de un familiar suyo-: volvió ayer a primera hora del día, escribió notas formales de agradecimiento y despedida, firmó autógrafos para sus colaboradores, recibió al ex premier español Felipe González, anuló el estado de sitio y se fue por la puerta principal (sobre lo que también se informa por separado).
Completó así, con cuidada deliberación, no sólo el final de su breve y convulsionada administración, sino el de su carrera política.
"Está tomando una distancia fuerte de la política. Cree que ha cumplido un ciclo personal", afirmó un ex ministro que lo conoce bien.
"Ni una sola vez habló de guardarse un poco y ver cómo volver. Ni siquiera tiene rencores, que suelen funcionar como motivación en casos como éste", apuntó.
Dos viejos amigos y un familiar confirmaron esa impresión a LA NACION. Agregaron que el ex presidente estaba ayer "sereno" y "entero". Más aún, agregaron: sentía alivio.
"El ya estaba con la decisión tomada desde hacía días. Al final, quería irse", dijo un colaborador cercano.
"Está aliviado. Alivia saber que hiciste lo correcto", dijo un amigo, en un intento por mostrarlo como una víctima absoluta.
"En el fondo, se ha sacado un peso de encima", comentó el familiar.
Relato personal
De la Rúa hizo su último esfuerzo por construir un relato histórico que aliviara al máximo su responsabilidad personal en la caída. Dejó explícito lo que había sido evidente la jornada anterior: que aspiraba a que las culpas cayeran sobre el peronismo.
"El justicialismo cometió un error al precipitar los tiempos y negar el apoyo que, con la mayoría parlamentaria, podría brindar para la continuidad institucional", dijo.
Confirmó, también, otra impresión que surgía de los testimonios de sus colaboradores: que fue insensible a los hechos de violencia que sacudían al país (y quedarán marcados a fuego en la historia, sin necesidad alguna de construcción de relatos) y no los consideró como decisivos a la hora de tomar la decisión final.
"He visto los episodios por televisión y he visto una gran agresión que se posesionó de la ciudad. No tengo noticias de que aquí hayan ocurrido esos hechos trágicos", dijo. Los periodistas que lo escuchaban no dieron crédito a sus oídos. Uno de ellos preguntó: "¿Por qué no paró la represión?"
"Se dictó el estado de sitio y debía actuar la ley -respondió, imperturbable-. Yo no estaba al frente de eso."
El día anterior se había concentrado por completo en las frenéticas (y vanas) negociaciones por lograr que el peronismo apuntalara su gobierno colapsado. Los funcionarios y voceros consultados por LA NACION entonces no incluían para nada en sus relatos de lo que estaba sucediendo los hechos de violencia que, con distintos aspectos, ocupaban las calles desde el día anterior. Sólo lo hacían para señalar que tenían miedo de salir a la calle.
Sin noticias
Un funcionario de alto rango del Ministerio del Interior dijo a media tarde a LA NACION que no tenía noticia de que la policía hubiera matado a dos manifestantes en Plaza de Mayo. Hacía rato que los canales de televisión, que transmitían en directo el pandemonio, lo informaban.
Juan Pablo Baylac, todavía en el papel de vocero presidencial, entró una hora antes de la renuncia de De la Rúa a la sala de periodistas y dijo, cuando se le mencionó que los muertos ya eran cinco: "No son muertos oficiales".
El todavía secretario general de la Presidencia, Nicolás Gallo, se enojó poco después porque le hicieron la misma pregunta, como si no pudiera comprender por qué los periodistas daban tanta relevancia al asunto. "Yo vine a hablar de alta política, no de la Plaza de Mayo", dijo, como se consignó en la edición de ayer.
La explicación que daban los funcionarios que protagonizaban la caída del Gobierno reducía la situación a una negociación política con el peronismo en la que la sociedad aparecía totalmente ausente.
Octubre
No era de extrañarse. Como admitían ayer algunos deprimidos funcionarios salientes, también habían ignorado los resultados de las elecciones legislativas de octubre pasado, que evidenciaron el ánimo popular al entregar el dominio del Congreso al peronismo y dar al voto en blanco e impugnado status de segunda fuerza nacional.
Aquella noche de octubre, en la residencia de Olivos, el dirigente delarruista Rafael Pascual, que fue jefe de la campaña presidencial de De la Rúa, le dijo al Presidente que debía aceptar públicamente que el "voto bronca" había sido contra el Gobierno.
Gallo y algunos jóvenes "sushis" (el grupo de funcionarios que se agrupó alrededor de Antonio de la Rúa) opinaron que debía diluirse la responsabilidad en la indefinida identidad de "clase política". No era contra el Gobierno, sino contra todos. Así, el Gobierno no tenía nada que cambiar.
Como se sabe, De la Rúa optó por este último consejo.
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