El alto precio de una derrota innecesaria
Mauricio Macri debió hacer una reformulación completa de su futuro en la tarde del 11 de agosto. Pero no pudo y no supo; tal vez era imposible. Estaba sorprendido con los primeros datos reales que le anticipaban su peor derrota electoral, y del impacto pasó al enojo. Un día después, mientras cargaba contra los argentinos que, a su criterio, habían votado mal, presenció cómo se cumplía en pocas horas una profecía instalada como advertencia en la campaña electoral.
El triunfo en las elecciones primarias del kirchnerismo, como una señal cierta de su regreso al poder, había disparado una fuerte devaluación del peso, provocado una caída significativa de las acciones y los títulos de deuda y reinstalado una contagiosa desconfianza. El temor de los mercados estaba ejecutando, por propia cuenta, un libreto que en su parte más amarga había insinuado Alberto Fernández. De hecho, tres días después de las elecciones, cuando el dólar ya había pasado de 45 a 60 pesos, dijo que ese valor le "parecía razonable". Todo era gratis para el candidato del kirchnerismo. Los costos de la devaluación que pagarán los propios votantes de Alberto Fernández y Cristina Kirchner le están siendo cobrados a Macri.
El Presidente es, a fin de cuentas, el responsable de que la economía no se salga de control, y las PASO con sus efectos financieros no hicieron otra cosa que confirmar la precariedad de una situación que se arrastra, al menos, desde abril del año pasado. Esta última etapa de un añejo descalabro fiscal de la Argentina, que comenzó cuando la financiación externa privada llegó a su límite y Macri volvió volver al FMI y obtuvo un crédito de más de 50.000 millones de dólares. Ese tobogán que lleva más de un año y medio hizo olvidar la circunstancia previa, que el propio Macri nunca terminó de describir en su verdadera dimensión cuando asumió. Porque no quiso o porque no valoró el problema que tenía que resolver.
Macri multiplicó el endeudamiento externo para pagar el creciente déficit que Cristina le dejó y que hasta 2015 se resolvía emitiendo pesos que acentuaban la inflación en medio de la recesión y amañando las estadísticas que finalmente mostrarían que la década ganada terminó con más de un 30 por ciento de pobres.
Macri empeoró todos esos indicadores y llevó al país hasta la crisis que tiene una de sus peores secuencias en la incertidumbre que provocó el resultado del 11 de agosto. Esto último le permite ahora al kirchnerismo jugar con el olvido colectivo, que pretende hacer creer que todas las desgracias empezaron el día que Macri recibió el mando de Federico Pinedo.
El voto popular nunca está mal. Casi la mitad de los argentinos adelantaron en las PASO que desean que sea el kirchnerismo el que resuelva los problemas. Una forma de indultarlo y al mismo tiempo de condenar a Macri. Son los propios habitantes los que deciden su destino. Bien, mal. ¿Quién sabe? En medio del tembladeral, el Presidente quedó obligado a limitarse a su función sin pensar en su reelección. Es la crisis la que le recortó su plan de continuidad y son las primarias las que certificaron esa situación. Y es Alberto Fernández el que usó sus declaraciones públicas para encresparle más la situación a Macri y ponerlo a atender las consecuencias de sus advertencias.
Al silencio de Fernández junto a la inacción electoral de Macri se lo llama "tregua", como a la renegociación de la deuda con el FMI se la bautizó "reperfilamiento". La propia crisis y el mismo Macri hacen el desagradable trabajo que Fernández hubiese debido realizar si el 27 de octubre se confirma el resultado del 11 de agosto. Dólar más alto para más inflación y menores ingresos, control de cambios y reprogramación de pagos de deuda. Todo un programa económico por adelantado.
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