El difícil arte de reconciliar a Macri con Carrió, un desafío clave para Cambiemos
Elisa Carrió golpea y calla. Despotrica en público contra el Gobierno sin que Mauricio Macri le regale ni siquiera una señal visible de preocupación, como era antes. Llevan meses sin hablar y el Presidente medita cuándo volver a llamar a su aliada díscola.
"Es un gesto de autoridad", explica un interlocutor habitual de Macri. Él nunca digirió que en octubre ella se jactara de no haberle atendido el teléfono cuando se lanzó a pedir la cabeza del ministro de Justicia, Germán Garavano .
En el Gobierno preparaban una charla pacificadora para antes de las Fiestas, a tono con el sosiego del G-20 . Carrió había cumplido con su palabra de refugiarse en el silencio para no entorpecer el inmenso desafío diplomático que enfrentaba Macri. El esfuerzo operó como una olla a presión.
La diputada reapareció esta semana con palabras gruesas contra la ministra de Seguridad, Patricia Bullrich , y su nuevo protocolo de uso de armas para la policía. Habló de "fascismo" y de violaciones de los derechos humanos por una medida que cuenta con el respaldo pleno de Macri. Y otra vez prometió callarse, a la espera de una reacción.
Las gestiones para retomar cuanto antes el vínculo entre ella y el Presidente siguen adelante. Incluso podría concretarse un diálogo esta semana, vaticina un funcionario con despacho en la Casa Rosada. Pero el nuevo episodio refleja que existe una divergencia profunda, difícil de salvar en materias que son inherentes a la filosofía de la fundadora de la Coalición Cívica.
Y hay, sobre todo, una dinámica en el funcionamiento de esa relación que carga de razones a quienes sospechan que tarde o temprano Carrió se irá con un portazo de Cambiemos.
"Ella no acepta otra interlocución que el mano a mano", explica otra fuente oficialista. Han sido frustrantes los intentos de orientar la reacción de la diputada a través de Fernando Sánchez, el "lilito" que ejerce funciones en la Jefatura de Gabinete, y de diputados que ella considera de su total confianza.
Por su lado, Macri no comulga con la idea de un poder colegiado y con darle a Cambiemos la entidad de una coalición de gobierno. Carrió se había acostumbrado a torcer decisiones que consideraba erróneas. Muchas veces rescató al Presidente de un traspié.
Pero a medida que la crisis económica se apoderó del presente y ensombreció el futuro, Macri achicó el círculo de poder. Como suele ocurrirles a gobernantes en problemas, les empezó a cobrar caro a los propios el ejercicio de la crítica.
La vocación presidencial es salvar la relación. La diputada coincide. No quiere que la tilden de cómplice de un eventual fracaso electoral oficialista. Sobre todo, si el beneficiario final fuera el kirchnerismo, el movimiento que -por oposición- justificó la amalgama de Cambiemos. Hasta el asesor electoral Jaime Durán Barba , siempre despreciado por Carrió, alienta que se evite a toda costa una fractura en la alianza.
Una reconciliación debería pasar por lo humano, sostienen en el macrismo. No habrá medidas drásticas para satisfacer a Carrió: ni saldrá Garavano ni se congelará el protocolo policial de "mano dura" -un eje que se considera atractivo para la campaña- y tampoco se espera la concesión que significaría impulsar desde la Casa Rosada el juicio político contra Ricardo Lorenzetti, el ministro de la Corte al que la diputada acusa de corrupción desde hace años.
Si se frenan los cambios en la financiación electoral -otro de sus reclamos- será más por diferencias con la oposición que como un gesto a la aliada.
La apuesta de máxima es una paz temporal que se prolongue hasta las elecciones . Sobran las dudas. ¿Es viable un arreglo en esas condiciones? ¿Estará dispuesta Carrió a ofrecer su "sello de honestidad" a cambio de nada? ¿Cuál sería su papel en una campaña difícil, marcada por la recesión?
La personalidad de Carrió acapara titulares, pero los problemas en Cambiemos son múltiples. Es una coalición en la que cada vez son menos los integrantes que se sienten del todo a gusto.
A los radicales los invitan a reuniones pomposamente presentadas como "cumbres", pero los invade la sospecha de que pueden ser víctimas propiciatorias de los pactos electorales de Macri en el camino a la reelección. La semana que pasó los referentes principales del partido compartieron una comida en la parrilla Don Julio con Marcos Peña y Rogelio Frigerio , en la que se buscó atenuar el malestar del último berrinche radical, por la composición del Consejo de la Magistratura. El clima mejoró; las sospechas persisten.
Los radicales se resignan a que no obtendrán un lugar en la fórmula presidencial, como soñó el presidente del Comité Nacional, Alfredo Cornejo . Pero ansían que la Casa Rosada les brinde apoyo total a los candidatos provinciales de la UCR con opciones de ganar gobernaciones.
A diferencia de lo que pasó en otros momentos de la crisis, hoy depositan su esperanza en Peña, adalid de la "pureza" de Cambiemos. Recelan, en cambio, de Frigerio, a quien le atribuyen la búsqueda de pactos con sectores del peronismo que faciliten la continuidad de Macri.
El tironeo entre puristas y aperturistas refleja otra tensión interna que hizo visible Emilio Monzó al ser reelegido presidente de la Cámara de Diputados. Su frase "reivindico la rosca" es un clásico instantáneo de la política parlamentaria. Un tiro por elevación a Peña y a quienes lo han cuestionado tantas veces por actuar con libretos de la "vieja política".
La catarsis de Monzó representa a un importante sector descontento de Pro. Son los que consideran que la crisis económica se explica en buena medida por errores políticos, sintetizados en la negativa a buscar puentes de consenso de largo aliento con sectores del peronismo.
En esa facción aspiran a convencer a Macri de que aún está a tiempo de ampliar la coalición no solo para sumar votos, sino para enviar un mensaje claro al mundo económico de que un eventual segundo gobierno de Cambiemos tendrá verdadero poder transformador.
Ellos miran a Juan Manuel Urtubey como una figura central para incorporar, algo que el gobernador de Salta niega, pese a sus posturas comprensivas con el Gobierno.
A movimientos como ese temen los radicales. Si la estrategia oficialista pasara por abrirse a peronistas, ¿no les exigirían estos que les "liberen" de competencia provincias donde pretenden gobernar? ¿No condenaría esto al fracaso a serios aspirantes de la UCR?
Del temblor en Cambiemos no se salva María Eugenia Vidal , cuyo círculo íntimo está cada vez más inclinado a disputar la reelección en una fecha separada de los comicios presidenciales. No tiene todavía el aval de Macri, que percibe esa jugada como una señal de desconfianza en su triunfo. Aunque sin estridencias, Vidal tampoco avaló el protocolo policial de Bullrich. El mensaje no pasó inadvertido en la Casa Rosada.
Horacio Rodríguez Larreta también quedó tocado internamente, en su caso por el bochorno del Superclásico, que lo obligó a poner la cara por el fallido operativo de seguridad.
En los próximos días se multiplicarán las reuniones -públicas y privadas- para poner en marcha la maquinaria electoral. Peña y Durán Barba estarán al frente del comando de campaña otra vez, confiados en su buena estrella cuando se trata de disputar votos. Esta vez les toca jugar en una cancha difícil: corren de atrás, la economía da pocas alegrías y Cambiemos se agita con demasiadas fichas fuera de lugar.
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