El discurso oficial y la realidad paralela
El uso de la palabra por parte de la presidenta Cristina Kirchner ante la Asamblea Legislativa conlleva de antemano un serio problema, porque significa empuñar la herramienta más devaluada de la era K.
En efecto, antes de siquiera empezar a pronunciar su discurso, la Presidenta debe luchar para levantar una hipoteca, no totalmente inédita, pero si profundizada hasta el extremo en estos años, que es la distancia de la palabra con la realidad, de la palabra con la credibilidad, de la palabra con la acción.
Así, por ejemplo, el mar de cifras que se enumeraron están originadas en quien ha destruido toda estadística y toda credibilidad en ellas. ¿Y cómo creer en la palabra en el reino del oxímoron, en el que se hace referencia al Banco Central como "custodio del valor de la moneda argentina", mientras se silencia la inflación?
Por eso, vivimos en un desdoblamiento entre discurso y realidad que opera ya como un mercado oficial y otro paralelo. De lo que se trata para el oyente es de ir calculando, paso a paso, la brecha entre uno y otro. Hasta los sinceramientos se producen sólo de manera forzada, al igual que en el plano cambiario.
En un momento, dijo la Presidenta: "Entre fantasmas no tenemos que pisarnos la sábana". Interesante metáfora en el contexto de la descripción de un país completamente fantasmal, en el que a todos nos gustaría vivir, si existiera. En esa descripción, el discurso dedicó más energía a tratar de legitimar el pasado que a explicar los planes para el futuro.
La Presidenta hizo un esfuerzo por seleccionar estadísticas que dejaran bien parada su gestión. En esa denodada búsqueda dio a su exposición ciertas características de un tropo literario que se denomina "enumeración caótica", es decir, aquella que carece de un criterio unificador.
Pero la sábana fantasmal quedó corta en cuanto a las precisiones de futuro. No hubo casi aspectos inaugurales, salvo la loable enunciación del deseo de obligatoriedad de la sala de 4 años para 2016, cuando habló sobre educación.
No hubo en el discurso referencias apolíticas públicas integrales que podrían ayudarnos a mejorar nuestra calidad de vida. No hubo referencia a cómo se controlará una inflación de características desbocadas, ni conciencia de que las cifras autocomplacientes serán un éxito el día que se las pueda comunicar en pesos y no en dólares.
Puntos negativos fueron la omisión a referirse a temas que figuran al tope de la agenda de preocupaciones ciudadanas, así como cierta falta de sensibilidad en resaltar la inversión ferroviaria sin una mención de la tragedia de Once, de la que se cumplieron recientemente dos años.
Indefendible fue también el aval a Maduro, sin plantear una firme defensa de los derechos civiles y sin condenar la represión y los detenidos políticos. Pero hubo en el discurso de la Presidenta, también, puntos positivos: un tono notablemente más mesurado, la condena a los cortes de calles, la autocrítica al pacto con Irán y la autoconciencia de estar cerrando un ciclo.
Entre ellas, además, una mención casi imperceptible: "Y, sí, digamos la verdad". El peso de esas palabras, dichas en menos de un segundo, pero cumplidas, tendrían el poder de cambiar el destino de la Argentina más que cualquier discurso.
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