Tensión con la Iglesia. El Gobierno se acercó al nuncio para intentar superar la crisis
El secretario de Culto se reunió con monseñor Bernardini
La borrasca de Semana Santa comenzó a disiparse al recuperarse el diálogo que atenúa las contradicciones y activa los caminos de solución , para decirlo con los términos acuñados por la comisión ejecutiva del Episcopado en el único pronunciamiento formal de la jerarquía católica referido al lamentable conflicto abierto por la carta de monseñor Antonio Baseotto al ministro de Salud, Ginés González García.
Cruzada de mutuos prejuicios apropiados para alentar la disputa estéril, y alentada por estilos y versiones destinadas a acentuar el conflicto, la crisis entre la Iglesia y el Gobierno parecía rehuir aquel itinerario sugerido por el citado texto episcopal.
Se auguraba un endurecimiento del lenguaje de la curia vaticana y se llegó a citar tramos de una supuesta carta del cardenal Angelo Sodano. El procedimiento no era original: el nuncio apostólico, monseñor Adriano Bernardini, también debió desmentir que hubiera entregado un documento escrito cuando semanas atrás se reunió con el ministro de Defensa, José Pampuro.
Contrariamente a lo vaticinado -¿o deseado?- lo que llegó de Roma fue un gesto en consonancia con lo que el propio Bernardini había dejado escrito en aquella desmentida: "Quedo disponible para facilitar todo posible trámite con el fin de superar la dolorosa situación creada".
Ese era el criterio que Carlos Custer había podido percibir en Roma en medio de la pausa impuesta por la celebración de esta inédita Semana Santa con un Juan Pablo II postrado y dramáticamente expuesto en su lucha contra una enfermedad que lo ha dejado mudo.
Acuciado por la inquietud que aquellas versiones causaban en Buenos Aires, el embajador ante la Santa Sede con línea abierta con altos funcionarios de la Secretaría de Estado, recibía seguridades de que ninguna misiva había salido del Palacio Apostólico.
Hasta la tarde del martes, lo mismo se aseguraba aquí tanto en las más confiables fuentes episcopales como en el despacho del cardenal Jorge Bergoglio. Unas y otro confiaban en la reanudación del diálogo "que produce armonía y casi siempre desemboca en compromisos fecundos".
Despejada la cizaña de las versiones, podrá recuperarse ahora el cauce de temperancia y prudencia que nunca debió perderse y al que alentó la mencionada declaración del Episcopado. Ese pronunciamiento seguramente redactado de puño y letra por el presidente de la Conferencia, monseñor Eduardo Mirás, ciertamente interpretó el sentir generalizado de los obispos, como lo probó la mayoría de las homilías y mensajes de Pascua.
Aunque ajustados tanto a la gravísima situación por la que atraviesa la Santa Sede como a los vaivenes e intenciones encubiertas de las últimas semanas, se podrá ingresar ahora sí en los tiempos de la Iglesia a los que aludió el canciller Rafael Bielsa.
De eso se venía conversando antes de que se apresurara la salida del decreto presidencial: la eventual designación de un obispo coadjutor con gobierno de la diócesis castrense, al estilo de lo que ocurrió décadas atrás cuando monseñor Juan Carlos Aramburu, fue designado coadjutor con derecho a sucesión del cardenal Antonio Caggiano, y gobernó la arquidiócesis de Buenos Aires.
También vale apreciar que para reencauzar el diálogo, monseñor Bernardini se reunió con Guillermo Oliveri, el secretario de Culto, ámbito en el que siempre recomendaron ubicarlo los hombres con más experiencia y conocimiento de los principios de la autonomía y la cooperación que han de regir la delicada relación entre la Argentina y el Vaticano.
Los obispos argentinos, que en tres semanas más celebrarán su primera asamblea plenaria anual, quizás así puedan ver cumplido el deseo que manifestaron en su única declaración pública: que el incidente no sea más que un episodio pasajero .
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