La intimidad. El hombre que al fin recuperó la paz
¿Qué fantasmas invaden a un ministro de este gobierno para que hasta su salida se convierta en un ajedrez contra reloj y a oscuras? Lousteau había logrado anoche recobrar el ánimo, como quien acaba de escapar del patíbuloEncerrado en su casa de Palermo Hollywood, con la única compañía de su novia y de un amigo, Martín Lousteau estaba anoche feliz: había vuelto, por fin, a ser Martín Lousteau. La renuncia que le había presentado a la presidenta Cristina Kirchner en la Casa Rosada (y poco antes a Alberto Fernández, el jefe de Gabinete) le había quitado la presión insoportable de las últimas semanas y le había devuelto la tranquilidad y hasta la sonrisa. Por fin podía volver a hablar de economía pensando sólo en la economía. Por fin podía volver a hablar de economía diciendo lo que realmente piensa.
Se lo explicó por teléfono -mientras engañaba el estómago comiendo maníes- a alguien que acababa de enterarse de la renuncia y que no terminaba de creérselo: le dijo que sentía alivio, un gran alivio.
Lousteau llevaba ya algunas semanas madurando la decisión. Comprobó una y otra vez que sus posiciones, especialmente en lo relacionado con la lucha contra la inflación, tenían el destino improbable de lo incierto. La suya era una voz. Una voz más en un gobierno en el que se espera que los funcionarios escuchen mucho (y siempre a las mismas voces) y hablen poco.
Tampoco Alberto Fernández podía creer que se le presentara Lousteau para decirle que se iba. Le ha de haber parecido fuera de registro que el prolijo ministro de Economía, al que un humorista de LA NACION había retratado el día anterior como un hombre que siempre decía que sí, de pronto se plantara muy suelto de cuerpo con un "no va más" sin retorno. Intentó convencerlo. Después lo intentó la Presidenta. A los Kirchner no les gusta desprenderse de sus funcionarios, y muchísimo menos que los funcionarios se desprendan de ellos.
"Aguantá", le pidió Fernández. Y se lo repitió cuando se volvieron a encontrar a la tarde. Los amigos de Lousteau dicen que el problema es que él ya no aguantaba más. ¿Qué iba a esperar? Ni siquiera intentó poner condiciones. ¿A quién? El ministro hablaba de su trabajo con la Presidenta y con Fernández, pero sabía perfectamente que la dirección económica del Gobierno no era de ellos, sino de Néstor Kirchner, al que él no veía ni podía hablarle.
Lousteau había perdido la paciencia, y antes había perdido la esperanza. En los últimos días las cuentas le daban muy mal: ninguno de los supuestos sobre los que se basó su aceptación del cargo se había cumplido. El más importante de todos no era Guillermo Moreno, sino la toma de conciencia de que la crisis económica que se avecina, que ya está mostrando los dientes, es lo suficientemente grave como para no hacer las cosas en serio.
Los colaboradores del ministro no sabían ayer a la tarde que su jefe ya había hecho los valijas. Tampoco su vocero, que, como manda la cultura kirchnerista, no es hombre del ministro sino del jefe de Gabinete. El secretario de Finanzas, Hugo Secondini, estaba tan al margen de la dramática decisión que hasta se había ido ayer a Montevideo y lo esperaba allí para una reunión de ministros de Economía de la región por el lanzamiento del Banco del Sur.
¿Qué fantasmas invaden a un ministro de este gobierno para que hasta su salida se convierta en un ajedrez contra reloj y a oscuras? ¿Por qué Lousteau había logrado anoche recobrar la compostura y el ánimo, como quien acaba de escapar del patíbulo?
Encerrado en su casa, el ex ministro ya no jugaba anoche sino con maníes. Se debe de haber ido a dormir en paz.
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