A continuación, la desgrabación de sus principales conceptos
Alberto Fernández había dicho en una reunión reservada que para él los exfuncionarios detenidos eran políticos presos, no presos políticos. También lo dijo en una entrevista televisiva al principio de esta semana. Eso detonó una serie de réplicas. Empezaron desde el kirchnerismo puro, por ejemplo Hebe de Bonafini, Amado Boudou y el ahora senador Oscar Parrilli. Incluso ayer tuiteó el ministro del Interior, Wado de Pedro, diciendo que a su criterio hay "compañeros presos".
Hay un avance dialéctico por parte del kirchnerismo puro en contra de las palabras del propio presidente Fernández. Porque esta definición de "preso político" supone la idea de una acción para terminar con una supuesta "injusticia". Le están tratando de corregir la opinión a Fernández.
Hay un dilema: es el dilema original de la presidencia de Alberto Fernández. Fernández se presentó el primer día, y durante toda la campaña electoral, como una suerte de "heredero" de Néstor Kirchner. Pero, en realidad, su presidencia es hija de Cristina Kirchner. Entre aquel Néstor (ahora idealizado por Alberto) y esta Cristina hay una diferencia significativa. Néstor no fue tan héroe nacional como lo propone Alberto, ni Cristina es tan maligna como algunos la quieren hacer ver. Pero, claramente, Cristina hoy tiene una agenda política que ella pretende se trasunte en hechos.
Fernández marca una diferencia: Néstor era pragmático, Cristina es dogmática. Además, recuerda y reivindica al Néstor Kirchner que modificó la famosa "Corte menemista" de la mayoría automática. Prácticamente forzó la renuncia de toda aquella corte y estableció una nueva Corte Suprema que, en su primera etapa, ciertamente mostró signos de independencia. Inmediatamente después, Néstor Kirchner utilizó su pragmatismo y dejó de lado su política de independización de la Justicia: quiso usar los recursos del poder para "usar" la Justicia, como se vio en el resto de su presidencia y, sobre todo, durante ambas presidencias de Cristina.
¿Con cuál Alberto nos vamos a ver? ¿Con el primer principista de Néstor Kirchner, o con la Cristina y Néstor que avalan desviaciones gravísimas y usan a la Justicia en beneficio propio? Es la gran pregunta que está flotando en medio de un tironeo que ya no es en voz baja, es una discusión ya pública respecto a qué hacer con los presos de la corrupción que el kirchnerismo considera que son presos políticos. Una categoría que solo se aplicó en la Argentina en épocas de dictadura.
Está esa tentación permanente del kirchnerismo de comparar su realidad con la de la década del 70. El senador Parrilli habló esta semana de un "plan sistemático" por parte del macrismo para encarcelar a dirigentes kirchneristas. Esa frase, plan sistemático, es la definición que usó la cámara que condenó a los comandantes del proceso militar.
Tiene absolutamente que ver con esto el anuncio de esta semana de un "tribunal contra el lawfare" creado en Madrid, presidido por Eduardo Barcesat, kirchnerista que viene del PC, con el exjuez Garzón en el medio, y con una lista de periodistas argentinos que pueden ser enjuiciados. Es bastante simbólico hasta en términos históricos: controlarán desde Madrid si los periodistas de las colonias sudamericanas dicen o no la verdad. ¿Qué pasaría si ese tribunal condena a un montón de periodistas? ¿Y si la paciencia de este gobierno respecto al periodismo se termina?
Dicho eso, Alberto tiene la necesidad de diferenciarse políticamente del kirchnerismo. En algún momento, lo hará mucho más transparentemente. Por ahora no tiene ninguna posibilidad de hacerlo. Pero va a tratar de acentuar su propio estilo político cuando pueda, no puede hacerlo ahora. Su situación está atada, más que a la política, a los resultados que eventualmente logre en materia económica.
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