El papel de la vicepresidenta Cristina Kirchner
Este mismo verano Cristina Kirchner podría volver a ejercer la presidencia. Sería un suceso inédito, no por efímero exento de suspicacias. A diferencia de lo que ocurre en otros países, como Estados Unidos, en la Argentina al viajar al exterior, el presidente tiene que delegar el mando. Es una situación extraña (afuera conserva el cargo, no se despoja) y más bien arcaica; viene de la época en que los presidentes atendían guerras, no salían a hacer gestiones diplomáticas, retribuir visitas, negociar deudas o buscar inversiones. Por eso, en la Constitución la ausencia temporaria del presidente aparece mezclada en los mismos renglones con eventualidades traumáticas, como la muerte, la renuncia o la destitución.
La durísima adjudicación personal que la semana pasada le hizo Alberto Fernández a Marcos Peña, al que acusó de propagar la falsa información de que se lo había internado en el sanatorio Otamendi, quizás adelantó un estilo comunicacional directo y tajante. Eso se verá. Pero es posible que también haya buscado cortar de cuajo con un formato de rumor inquietante que en las particulares circunstancias actuales podría reiterarse y que no sólo sería concerniente a la supuesta debilidad del presidente sino a un acecho concomitante atribuido por la vocinglería política a su suplente institucional.
Por lo pronto nunca hasta ahora un ex presidente fue luego presidente temporario, como va a ocurrir seguramente dentro de poco con la fórmula que armó, con ella incluida, Cristina Kirchner. En el quinto gobierno peronista los nuevos diseños político institucionales abundan, hasta podría decirse que desbordan, cosa que exigirá un esfuerzo extra de acostumbramiento. Se compensan, eso sí, con otra novedad inesperada, la polarización de la Cámara de Diputados en términos más equilibrados de los que jamás le hayan tocado a un gobierno peronista.
Un vicepresidente de mayor peso político que el presidente (medido si no por trayectoria por liderazgo) sólo hubo entre el 8 de julio de 1944 y el 10 de octubre de 1945 cuando el coronel Perón era lugarteniente del presidente Edelmiro Farrell. Es decir, durante una dictadura, la del 43, en cuyo vientre se gestaba el peronismo.
Alejado de Brasil, gran socio tradicional de la Argentina, por sus opiniones sobre la prisión de Lula y sobre todo por las poco usuales descortesías entre vecinos del presidente Jair Bolsonaro, Alberto Fernández eligió México, donde gobierna la izquierda, como primer país para visitar en carácter de presidente electo. Ya como presidente en ejercicio no se descarta que su primera salida al exterior sea más al norte y menos progresista. Debido a que trascendieron las conversaciones que existen con el Departamento de Estado, Fernández fue cauteloso. Pero no lo descartó: dijo que un viaje suyo a Estados Unidos "puede ocurrir o no". Recién el sábado, como se sabe, se conocieron telefónicamente, a través de un intérprete, con Donald Trump, quien pagó la llamada. En caso de confirmarse que Fernández viajará en breve a Washington, donde además de la Casa Blanca está la sede del FMI, no faltará quien recuerde que Cristina Kirchner explicó hace poco que el verdadero punto de inflexión para concretar la unidad del peronismo (que ella planificó y Fernández enhebró) se produjo a partir de la deuda contraída con el Fondo. Sería una ironía que también el Fondo –o las gestiones que la deuda motiva- sea el que vuelva a sentarla a ella en el Sillón de Rivadavia.
Sí, claro, cabe la pregunta, ¿es esta una metáfora o irá a la Casa Rosada cuando se quede a cargo del Poder Ejecutivo? Varios vicepresidentes lo hacían (es famoso el fastidio de Menem con Carlos Ruckauf después de que éste le habría usado el dormitorio presidencial de la Casa Rosada en su ausencia), otros no. Tan implacable es el artículo 88° de la Constitución que hasta hubo que delegarle el mando a un vicepresidente al que no se le dirigía la palabra. Cristina Kirchner conoce el caso, porque la presidenta era ella: el escribano de gobierno le llevaba y traía los papeles a Julio Cobos, que a esa altura ya no tenía diálogo ni acceso a los aviones de Presidencia ni a su propio despacho en la Casa Rosada, mucho menos a una lapicera. Sólo lo dejaron firmar un único decreto como vicepresidente en ejercicio de la presidencia cuando se murió Raúl Alfonsín y hubo que oficializar rápido los tres días de duelo protocolares.
En la nueva democracia ningún vicepresidente a cargo del Poder Ejecutivo tomó medidas significativas (fuera del caso de Eduardo Duhalde, cuando siendo vice nombró por decreto a cargo de la aduana de Ezeiza al coronel sirio Ibrahim al Ibrahim, cuñado de Menem que apenas hablaba castellano y que terminó implicado en el "Narcogate"). Pero a fin de los años cuarenta, cuando el presidente Roberto Ortíz batió con el vicepresidente Ramón Castillo el récord de las fórmulas mal avenidas (no sólo superó a CFK-Cobos sino también a Frondizi-Gómez, De la Rúa-Chacho Alvarez y también a las previas de Sarmiento-Alsina, Juárez Celman-Pellegrini y Alvear-González), con el concurso de una salud en franco deterioro se produjo el desplazamiento del primero por parte del segundo. Antes de que Ortíz se quedara ciego –debido a la diabetes que lo llevaría a la muerte en julio de 1942, un mes después de renunciar-, Castillo ya construía en sucesivas suplencias su propio gobierno. Es cierto que en el telón de fondo estaban el escándalo de las tierras de El Palomar, un Senado indómito y la Segunda Guerra Mundial.
Según el plan maestro, el vicepresidente es el lugarteniente que resuelve la continuidad institucional en caso de ser necesario. Pero la última vez que eso ocurrió en la Argentina de manera saludable fue hace 105 años, cuando se murió Roque Sáenz Peña y su vice, Victorino de la Plaza, no sólo completó el mandato (había estallado entonces la Primera Guerra) sino que cumplió la palabra de respetar la gran causa de aquél, el estreno nacional del sufragio universal, secreto y obligatorio. Después, la vicepresidencia nunca más sirvió para resolver con eficacia una vacante, mucho menos una crisis institucional o un vacío de poder. Castillo e Isabel Perón sucedieron a los respectivos titulares, pero ambos terminaron derrocados (en 1943 y 1976), y eso no contribuyó a fortalecer el prestigio y la utilidad del cargo.
En estos 36 años que lleva la nueva democracia no hubo vicepresidente por distintos motivos durante buena parte del tiempo. Varios presidentes gobernaron sin vice. También lo venía haciendo Richard Nixon cuando en 1974 renunció y lo sucedió Gerald Ford, que era presidente de la Cámara de Representantes. Duhalde se despegó de Menem para ser gobernador, De la Rua perdió a Chacho Alvarez por el camino y Duhalde como presidente, nombrado por el Congreso, directamente no tuvo vice (en esos casos sigue en la línea sucesoria el presidente provisional del Senado, lo que era Ramón Puerta).
Los Kirchner escogieron a tres distintos: el ya recordado Cobos, a quien luego considerarían gran traidor, Amado Boudou, que está preso, y en el principio Daniel Scioli, el candidato derrotado en 2015 que ahora reapareció en tercera fila en la foto de Tucumán de Alberto Fernández con los gobernadores e intendentes.
Función de naturaleza híbrida, ser vice significa a la vez presidir el Senado sin ser senador, a diferencia de los suplentes senadores que a su vez tiene el suplente del presidente de la Nación, en total cuatro -el presidente provisional y tres vicepresidentes- de modo que si es por dirigir las sesiones siempre hay alguien.
Nada de todo este repaso pretende desmerecer el cargo que en poco más de un mes asumirá Cristina Kirchner, de quien, debido a su volumen político, sus partidarios aseguran que no va a estar "para tocar la campanita", pero ninguno aclara para qué va a estar. Es evidente que va a resignificar el cargo. La historia no le será ajena y las peculiaridades de la fórmula que la tiene de dos, tampoco.
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