El pulso político. El poder K, ante las primeras rebeldías
El levantamiento de las medidas de fuerza impulsadas por el campo representó un alivio para el Gobierno. Pero los veinte días de tensión que vivió el país pusieron de manifiesto signos de agotamiento de un estilo de gestión y no pocas dudas sobre el mantenimiento de la docilidad de algunos gobernadores frente al Poder Ejecutivo.
Los mandatarios provinciales comienzan a quejarse de que se los convoca para llenar la plaza, pero nadie los consulta a la hora de adoptar medidas que afectan a sus bases, como el último esquema de retenciones al campo.
El gobernador chubutense, Mario Das Neves, fue el primero que insinuó esto con más claridad. Fue también el primer dirigente de peso del justicialismo que le reclamó públicamente al gobierno de Cristina Kirchner una autocrítica, al tiempo que cuestionó el manejo político de la medida contra los productores agropecuarios, en una tácita referencia al jefe de Gabinete, Alberto Fernández.
No menos ruido provocaron las declaraciones del senador por Santa Fe Carlos Reutemann, quien contradijo a la Presidenta, al aseverar que no vio golpistas en las rutas y enfatizar que los productores no dicen "boludeces".
La máquina de poder kirchnerista se ha fundado desde 2003, más que en fidelidades partidarias o ideológicas, en lealtades presupuestarias, que avalaron la formación de una suerte de liga de gobernadores e intendentes.
Paradójicamente, radica en el manejo discrecional de la caja una de las principales fortalezas y también una de las mayores debilidades del matrimonio presidencial.
En agosto último, en vísperas de la campaña electoral, Néstor Kirchner abogó de manera poco creíble para que quien lo sucediese fuera más federal. Nada más lejos que eso en los primeros cien días de gestión de su mujer.
También por aquel entonces, Kirchner apostaba a conducir un movimiento político amplio en el cual el Partido Justicialista fuese sólo el componente más importante. La realidad de las últimas semanas dejó en el arcón de los recuerdos el sueño de la transversalidad y apenas consolidó la posibilidad de que el ex presidente termine conduciendo al PJ. Al mismo tiempo, la Presidenta terminó refugiándose en el aparato de la vieja política que más de una vez criticaron ella y su esposo, pese a que nunca lo dejaron de usar.
Debería el Gobierno replantear el actual modelo de unitarismo fiscal si no quiere que algunos gobernadores e intendentes inicien una etapa de distanciamiento.
Pero no es ésta por ahora la idea de los Kirchner. Si bien se supone que las necesidades del interior profundo del país son mejor conocidas por las autoridades provinciales que por algún funcionario sentado en un escritorio con vista a la Plaza de Mayo, es difícil que la titular del Poder Ejecutivo acceda a resignar el manejo de la caja que le dejan tributos no coparticipables como las retenciones y el impuesto al cheque.
El matrimonio gobernante está convencido de que las potenciales presiones de gobernadores que reclaman federalismo se resolverán como hasta ahora: con efectivo. Pero para ello deberá vencer los fantasmas que amenazan la economía, como la inflación. Y para vencer la inflación se requerirá de una masa de inversiones productivas, cuya llegada difícilmente se producirá si los potenciales inversores, a partir del conflicto con el agro, observan que el Estado ya no sólo se conforma con ser socio, sino que quiere pasar a ser el virtual dueño de los negocios privados.
lanacionar