El riesgo de ceder la ética por el temor

En los últimos tres meses desaparecieron cientos de páginas de avisos publicitarios de los diarios.

Ni la Asociación Argentina de Publicidad (AAP), a la cual pertenezco, ni la Cámara Argentina de Anunciantes (CAA), donde la empresa que presido fue adherente, han dicho todavía una sola palabra.

Agrego, además, que el Sindicato Único de la Publicidad (SUP), que debería tener la preocupación suprema de defender las fuentes de trabajo, permanece todavía en silencio. ¿Por qué?

Es difícil conocer la respuesta, pero podemos intentarlo.

Consultadas las cámaras y el sindicato, dicen que no reciben reclamos de sus miembros y no es porque les esté yendo mejor.

Todos sabemos que las góndolas se vacían y los supermercados se llenan con los productos más caros; sin embargo, pareciera que nos hemos puesto de acuerdo para vivir en un relato que pretende decir que nadie prohibió nada, que la inflación está controlada, que no hay faltantes en los supermercados. Que nada de lo que hablamos entre nosotros está ocurriendo.

El problema es que para sustentar ese relato hay que echar mano a la incredulidad, la complicidad y posiblemente al silencio que provoca el temor.

Limitarnos a criticar los avisos de ofertas, con la excusa de que deben ser más creativos, como hacen algunos colegas, no es sólo hacerse los distraídos: es de cretinos.

Porque lo razonable en un país libre sería respetar que cada cual anuncie con su dinero qué, cómo, cuándo y dónde lo considere necesario, siempre que no eluda la ética de la buena comunicación. En definitiva, intentar desde el lugar que ocupemos defender la libertad de informar e informarse, de trabajar y de vivir en libertad "debería ser nuestra obligación".

Podemos autoengañarnos y vivir brevemente en el mundo fantástico del relato. Pero no pasará mucho hasta que la realidad nos muestre lo que estamos haciendo.

Frente a nuestros pares, frente a nuestros colegas de trabajo y, fundamentalmente, frente a nuestros hijos, sería bueno poder explicar que nunca cedimos nuestra ética por temor.

Jorge Carbonell