Elecciones argentinas, mejor que en EE.UU
Las bochornosas y kilométricas jornadas postelectorales en Estados Unidos, los frentes de comercios tapiados, el recuento interminable de votos y las pataletas de Donald Trump agitando el fantasma de fraude, nos deberían dar una inyección de optimismo.
Después de todo, los argentinos no lo hacemos tan mal: tanto los comicios presidenciales de 2015, como los de 2019 (ambos con cruciales cambios de signo político en la cumbre del poder), se desarrollaron en paz, sin disturbios y no más allá de la madrugada siguiente al día de la votación, se supo con certeza quien había ganado. Y los perdedores asumían la derrota. Solo opacó Cristina Kirchner al irse y no querer entregar los atributos del mando, un capricho autoritario que no puso en peligro el sistema.
Pero tampoco a engañarse: contamos con un electorado mucho más sobrio y equilibrado que los dirigentes que nos han tocado en suerte, siempre más predispuestos a la pelea, a la confrontación y a las disputas extremas que al consenso y a la prudencia. En vez de actuar como un contenedor que apacigüe los vientos huracanados, demasiado seguido desde lo más alto del poder se atizan peligrosos fuegos.
No terminan de hacerse cargo de ese centro ansiado y deseado de fructífera convivencia expresado en el voto mayoritario, aun desde distintas vertientes.
¿Quién gana con la polarización tan marcada entre kirchnerismo y antikirchnerismo?
Fatigan, gestionan mal y entonces sucede algo mucho más inconveniente: a ambos extremos surgen retoños radicalizados que podrían llegar a restarle votos tanto al Frente de Todos como a Juntos por el Cambio.
Aunque todavía forma parte de la coalición gobernante, si Juan Grabois sigue escalando episodios como el papelón de la fallida usurpación en el campo de la familia Etchevehere, en Entre Ríos, no sería raro que termine desgajándose en un espacio propio, más autónomo, con o sin la interlocución (y bendición) del papa Francisco.
A su vez, si Juntos por el Cambio no plantea un programa superador de lo realizado entre 2015 y 2019 ni define un rumbo claro que deje atrás el supuesto malestar entre duros y blandos, es posible que a su derecha terminen por fortalecerse los ya muy activos Libertarios que han decidido agregar a sus muy vistas performances televisivas, concurridos actos en lugares públicos en los que sorprende la presencia juvenil. Ojo que José Luis Espert ya fue candidato presidencial en las últimas elecciones, en tanto que el mediático e histriónico Javier Milei apunta a obtener una banca en el Congreso el año próximo.
En caso de comicios reñidos, si bien estos extremos no suelen contar con suficiente caudal para ganar, sí pueden llevarse ese puñado de votos que para un candidato con más chances podrían marcar la diferencia entre triunfar o perder. Si habrá padecido este fenómeno Trump con Jo Jorgensen, del Libertarian Party, sin posibilidad alguna de llegar a la Casa Blanca, pero que se quedó con votos de Wisconsin, Nevada y Georgia que le hubiesen venido muy bien al magnate presidencial.
En 2015 y 2019 se cambió de signo político sin trastornos; hace falta más gestión y menos pelea
Si en la segunda vuelta de 2015, la mayoría fue para Cambiemos y Daniel Scioli perdió por poco, sin embargo Sergio Massa figuró en un muy expectante tercer puesto que parecía otorgarle el rol de buen componedor entre el nuevo oficialismo y la nueva oposición, una suerte de bisagra que habilitaba hacer más elástico lo que parecía tan rígido. Y así lo entendió Mauricio Macri que lo llevó a la cumbre de Davos y Cambiemos pudo sacar muchas leyes en su primer año gracias a ese diálogo fructífero con Massa. Demasiado civilizado todo para que durara mucho. Entre reproches mutuos, aquel entendimiento terminó naufragando y dando paso a la confrontación. En su deriva extrañísima hacia Margarita Stolbizer, Massa se desdibujó y se perdió, tal vez, la posibilidad de decantar como el candidato presidencial del peronismo el año pasado, sin la carga tóxica de Cristina y Máximo Kirchner. La ansiedad, se sabe, es el peor enemigo del presidente de la Cámara de Diputados.
Aun cuando eso no sucedió, en 2019, los resultados electorales volvieron a plantear un clamor del electorado por la convivencia de las dos fuerzas políticas más votadas, con sendos importantes mandatos: al ganador, honrar en los hechos su conformación frentista en un equilibrio de fuerzas que se tradujera de igual forma en la gestión; al perdedor, que retuvo algo más del 40% de los votos, una oposición adulta y constructiva que haga valer sus frenos si el oficialismo se extralimita y que proponga alternativas válidas.
En la semana que pasó, en un homenaje a Rogelio Frigerio, propulsor con Arturo Frondizi del desarrollismo, Horacio Rodríguez Larreta participó de una interesante coreografía multipartidaria que sugiere una base de sustentación política más amplia que el jefe del gobierno porteño desearía tener para avanzar en su proyecto presidencial.
Además del nieto del político evocado del mismo nombre y exministro del Interior de Macri, la convocatoria reunió a Martín Lousteau, Ricardo López Murphy, Margarita Stolbizer y Facundo Manes). Infaltable (aunque a la distancia, por zoom) se sumó María Eugenia Vidal, estrecha aliada de Larreta, y ambos protagonistas, días anteriores, de la sugestiva visita (con foto incluida) a Elisa Carrió, que había anunciado su apoyo a Daniel Rafecas como nuevo procurador para cerrarle el paso al ultrakirchnerismo que prefiere en ese puesto a un candidato más radicalizado y por mayoría simple, y que había dicho por LN+ que "Macri ya fue".
La ingeniería del voto global en 2015 y 2019 dice mucho de lo que el electorado pretende de oficialistas y opositores. Quiere más gestión y menos escándalos y provocaciones. Dirigentes: sepan ponerse a la altura de sus votantes.
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