Homenajes y emociones de los seres queridos
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Dalal de Massad. A la espera del muy ansiado reencuentro con su hijo
Con la voz entrecortada y la respiración pausada, Dalal de Massad se debate entre la tristeza que la acompaña desde hace casi 36 años y la felicidad inmensa que le genera volver a hablar con su hijo. Ella lo ve así: el de hoy será un reencuentro, una reunión entre una madre y su hijo caído en la Guerra de Malvinas que pondrá un cierre a décadas de lucha y dolor.
Dalal está ansiosa por lo que ocurrirá esta mañana, cuando llegue al cementerio de Darwin para ponerle una placa con nombre y apellido a la tumba de Daniel Massad, quien murió en la Batalla del Monte Longdon el 11 de junio de 1982. Desde que el Gobierno le informó que su hijo estaba enterrado allí, ella cuenta los minutos que faltan para el momento en el que hable con "Dany como si fuera el primer día". Dalal le va a contar todo lo que pasó en estos años, lo que vivió su familia y lo que piensan de su patriotismo, como si le estuviera respondiendo personalmente todas las cartas que el soldado escribió durante el combate. También le va a decir que están orgullosos de él y que tanto sus parientes como sus amigos quieren que él sepa que no les falló. Y entonces es cuando Dalal no puede contener las lágrimas y se quiebra.
"Es como si hubiera vuelto a nacer. Voy a charlar mucho con él", contó.
Su marido, Said, la acompañó en la conversación. Ambos viajarán juntos hoy en el avión que llevará a los familiares en vuelo directo de Buenos Aires a las islas. Aunque admite que por estas horas vive mucha emoción y ansiedad, Said cuenta que los más de 35 años que pasaron lo ayudan a sobrellevar este momento. Sin embargo, hay un pensamiento que últimamente le da vueltas en la cabeza: el de la herencia. "Siempre se dice que los padres dejan la herencia a sus hijos, pero esta vez fue al revés. Daniel nos dejó una herencia que nos ayudó a vivir: la del amor", explicó.
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Santa Aguirre. Decidió viajar a las islas por primera vez al confirmar dónde está su hijo
Santa Aguirre pisará hoy las islas Malvinas por primera vez. Estará acompañada por su hijo Enrique, que viajó muchas veces desde el fin de la guerra. La madre de José Ramón Ferrau, cuyos restos descansan en el cementerio de Darwin, tuvo la posibilidad de viajar en otra ocasión, pero se negó porque en ese entonces no sabía con certeza dónde estaba su hijo. Ahora que lo sabe, cree que llegó la hora de dar ese paso.
Mientras Santa, de 83 años, termina de hacerse algunos chequeos médicos para viajar, Enrique cuenta que desde que su mamá recibió los resultados de la misión humanitaria del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR), en diciembre del año pasado, está "aliviada y tranquila". Por 35 años, la única versión que tenía sobre lo ocurrido con su hijo era que en pleno combate fue secuestrado por los ingleses y que había muerto mientras era prisionero, vaya uno a saber en qué lugar de las islas. Fue por eso que en 2009 rechazó la propuesta de Enrique de viajar con él. "Si no sé dónde está, no voy", le dijo.
Hoy su postura es otra. "Voy a dormir y morir tranquila porque sé dónde está mi hijo", le suele decir a Enrique desde que le informaron dónde estaba José Ramón. Durante diez años la familia no supo qué había pasado con el soldado hasta que un excombatiente les dio la versión del secuestro.
Si bien no es la primera vez que Enrique visita el archipiélago, el viaje de hoy será distinto para él. "Voy a ir a una tumba asignada. No voy a tener que andar buscando", dijo, y admitió que para él este día le dará un cierre a tantos años de trabajo para que se logre la identificación. "Hemos llegado a que se pudieran localizar [los nombres]. Yo acá he cumplido", agrega. Según Enrique, de ahora en más el objetivo será que el resto de los familiares puedan viajar.
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Raquel Beatriz García. Con la misión de decirle a su hijo que cumplió una promesa
El silencio que hizo Raquel Beatriz García antes de responder describió a la perfección lo movilizantes que son estas horas. "Ay... no sé", contestó a la pregunta sobre cómo se imaginaba el momento en el que iba a estar parada frente a la tumba de su hijo Daniel Alberto Ugalde, quien murió en la Guerra de Malvinas.
"No quiero imaginármelo ahora. Quiero viajar lo más tranquila posible y veré cómo reacciono en ese momento. Espero que no me pase nada y que Dios me ayude", dijo Raquel, de 82 años, que hace muy poco debió ser operada del corazón.
Todavía le parece mentira que "después de tanta espera" finalmente pueda viajar a dejar la placa sobre los restos de su hijo. "Me costó mucha sangre y sudor", recuerda.
Esta tarde, cuando esté en el cementerio de Darwin junto a otros familiares, Raquel le dirá a su hijo que cumplió con una promesa de años atrás. En 2009, cuando visitó las islas por primera vez, Raquel buscó y buscó con ilusión a su hijo, pero no lo encontró. Ese día, cuando se retiraba del cementerio, le dijo al cielo que así se le fuera la vida ella iba a devolverle la identidad a Daniel. Ahora que lo logró, la madre cree que el viaje de hoy será su última visita al archipiélago. "Por mi edad, ya no creo que vuelva", lamentó.
Raquel estará acompañada por su hijo Diego Ezequiel, quien, según ella, está muy inquieto. "Está más nervioso que yo", dice, mientras recuerda que Diego siempre siguió de cerca el proceso. "Yo estaba tranquila, porque si Dios me llevaba antes sabía que iba a seguir con la lucha", contó.
Como su hijo, toda la familia está comprometida con Malvinas. Raquel confía en que cuando ella no esté el recuerdo de lo que ocurrió hace casi 36 años se mantenga vivo. Ella ya ve que es así en su nieta, Soledad, cuyo nombre es el mismo que el de la isla donde está enterrado su tío.
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Eulogia Rodríguez. Una manera de restituirle un derecho a su hermano
Hasta la semana pasada, Eulogia Rodríguez tenía "todo bajo control", pero estos últimos días empezó a sentir ansiedad y angustia. Ella define lo que ocurrirá hoy como "raro, histórico y único" y afirma que pondrá fin a una incertidumbre que le oprimió el pecho por más de 35 años. Esa incertidumbre, dice, se va a mantener hasta el último segundo, cuando apoye los pies frente a la cruz que se yergue sobre la tumba de su hermano Macedonio. "No sé cómo va a reaccionar mi corazón. No sé qué voy a sentir. Hoy, solo tengo en mente una imagen del lugar", sostuvo.
No saber qué había ocurrido con los soldados daba lugar a la esperanza falsa de encontrarlos un día en algún lugar, de escuchar el timbre del teléfono o un golpe en la puerta y que del otro lado estuviera el hijo, el hermano o el padre al que tanto esperaba. "En nuestro caso esa expectativa desapareció, pero en otras familias se mantuvo", dijo Eulogia.
Pese a no saber cómo se sentirá, ella sí sabe el comentario que le hará a su hermana Ladislada cuando las dos instalen la placa. "¿Te acordás cuando me dijiste que nunca ibas a pisar las islas Malvinas?", le dirá. Según ella, su hermana cambió de opinión cuando recibieron los resultados de los estudios de ADN. "Eso la cambió. Yo le dije que no dijera 'nunca'", dijo.
La que no iba a ir a este viaje en realidad era Eulogia. La idea inicial era que volara su madre, cuyo estado de salud empeoró después de la reunión en la que el Gobierno les comunicó los resultados de la identificación. "Ella quiso que fuera yo ocupando su lugar a cerrar la historia", dijo.
La visita a Malvinas será, según Eulogia, una manera de restituirle a Macedonio su nombre, un derecho del que estuvo privado por la "desidia de los gobiernos" que no avanzaron en el proceso de identificación. "Durante todos esos años han partido muchos padres y madres", lamentó.
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