Mala praxis... del Gobierno
Cristina Kirchner tuvo suerte. No se puede decir lo mismo de Luis Buonomo, su médico. La Presidenta no tiene cáncer, lo que debe ser motivo de celebración colectiva, porque su salud es un activo público. Por esa misma razón, Buonomo quedó bajo sospecha. La novedad de que el diagnóstico que comunicó el Gobierno estaba equivocado desencadenó un debate. Los responsables del dictamen y de la terapia elegida se escudan en la existencia de un tumor "falso positivo", que aparece en dos de cada cien pacientes. Se trata de un fenómeno por el cual un tumor benigno aparece, en las biopsias, como maligno.
Sin embargo, trascendió que entre los patólogos que intervinieron en el examen no hubo unanimidad. Está abierto un debate también sobre el protocolo quirúrgico de esta patología.
Hay especialistas, sobre todo en los Estados Unidos, que recomiendan no extirpar la glándula sin contar con un diagnóstico de certeza. Son expertos que prefieren extraer un lóbulo de la tiroides, someterlo a examen y volver a operar en 4 o 5 días, con la seguridad de que están en presencia de un carcinoma. Sin embargo, en la Argentina muchos profesionales recomiendan la extracción total en todos los casos.
Estas consideraciones, que sólo deberían animar el debate científico, alimentan en estas horas la sospecha ciudadana. La razón hay que buscarla en una mala presentación del caso por parte del Gobierno. Si está tan claro que 2 de cada 100 neoplasias se presentan como malignas en los análisis preliminares, pero benignas en el análisis histopatológico final, ¿por qué no se lo aclaró antes de que se presentara ese error? Se hubiera evitado que un argumento aceptable parezca, una vez producidos los hechos, una coartada.
Es una responsabilidad de los médicos presidenciales, que deberían pensar sus jugadas con alguna anticipación: ellos son funcionarios porque la salud de su paciente es un objeto político.
La Casa Rosada se negó a que el equipo médico del Hospital Austral ofreciera una conferencia de prensa anterior a la intervención, en la que se podrían haber advertido estas ambivalencias.
El doctor Buonomo sigue sin hacerse oír. Ni siquiera la inquietante peripecia de un jefe de Estado operado de un cáncer que no tenía lo impulsa a dar una explicación pública. Las opiniones de la Unidad Médica Presidencial aparecieron ayer en los diarios en versiones off the record , que contribuyen a agigantar incertidumbre.
Unidireccional
No debe sorprender. El Gobierno apostó de nuevo a una comunicación unidireccional, en la que lo primero que se descarta es la posibilidad de formular preguntas. La información fue suministrada a través de partes médicos, carentes de todo detalle, leídos por un vocero que no está en condiciones de resolver interrogante alguno.
El kirchnerismo experimenta de ese modo la misma pasión por el ocultismo con el que deja ver en la negativa a las entrevistas periodísticas no amañadas, en la suspensión de las reuniones del gabinete nacional, en el rechazo sistemático a las conferencias de prensa o en la manipulación de las estadísticas del Indec.
Esa opacidad, capaz de convertir un mero error estadístico en un caso de mala praxis, es la que inspira los recelos, las conjeturas y hasta las teorías delirantes, como la que sostiene que todo fue un montaje oficial. Sólo cuando la neblina informativa comenzó a confundir lo verdadero con lo falso, los médicos oficiales divulgaron el primer dictamen que la Presidenta recibió del centro Diagnóstico Maipú.
Ese documento no despeja la versión según la cual el servicio de Patología del Hospital Austral realizó otro estudio, que determinó la existencia de una alteración celular, pero no concluyó que fuera un carcinoma. Es muy relevante esta disidencia, porque estaría indicando que no se trató de un "falso positivo", es decir, de un error inevitable por la deficiente información de la muestra, sino de una equivocación del patólogo que realizó el primer examen.
Discusión
Había que prever que la Unidad Médica Presidencial daría motivo, en algún momento, a una discusión institucional.
El error de diagnóstico que se cometió esta vez completa una serie de desaciertos. Nadie conoce con precisión, por ejemplo, cuáles son los desarreglos cardíacos que sufre la jefa del Estado. De tanto en tanto se comunican perturbaciones misteriosas que la obligan a suspender actividades oficiales. Pero los datos precisos no están a la vista. También se ignora si Buonomo o su segundo, Marcelo Ballesteros, son expertos en cardiología.
Cuando el ex presidente Néstor Kirchner, que también era paciente de Buonomo, murió en El Calafate, en su casa no había siquiera una guardia médica. Es una falencia relevante porque la Presidenta dormía bajo el mismo techo, es decir, también estaba desatendida.
En las dos oportunidades en que hubo que decidir intervenir a Kirchner, en febrero y en septiembre de 2010, Buonomo estaba en Río Gallegos. Muchas veces se publicó, sin desmentida alguna, que el ex presidente murió porque no tomaba los medicamentos prescriptos para su problema circulatorio. Además, durante un período que no se sabe si ha concluido, Buonomo se desempeñó como jefe del equipo médico de Olivos y, al mismo tiempo, como jefe del Departamento de Cirugía del Hospital Regional de Río Gallegos.
Todas estas irregularidades obligan a preguntar si el Gobierno no está tratando al cuerpo de la Presidenta con la misma negligencia con que administra la moneda, el comercio, la energía o la aeronavegación. Sería gravísimo.
Los presidentes no tienen derecho a tratar su salud con criterios domésticos. Deberían reparar en que su estado físico es una cuestión de Estado. También en aquellos que confunden lo público con lo privado. Aun en el caso de los que se hacen colocar la banda por la hija.
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