La pelea por la coparticipación: sigue la tensión en el oficialismo. Kirchner: no hay ruptura con Duhalde
Al día siguiente de sus duras críticas al líder peronista, el Presidente estuvo en Buenos Aires, sin Solá, y se mostró cauto
Un aire de incomodidad cruzó el ambiente no bien aterrizó ayer el helicóptero presidencial en un descampado barroso, frente a uno de los barrios más pobres de Florencio Varela. A resguardo del viento que levantaban las hélices, la vicegobernadora Graciela Giannettasio, esperaba a Néstor Kirchner para recibirlo en Buenos Aires en el momento de mayor tensión política entre la Casa Rosada y el gobierno de la provincia.
Se dieron un beso, serios, y el Presidente se lanzó sin decir palabra hacia los vecinos, que, detrás de un vallado, pugnaban por saludarlo. El gobernador Felipe Solá decidió faltar, por primera vez, a una visita de Kirchner al distrito.
En las siguientes dos horas, el Presidente se mezcló entre la gente, visitó un barrio en obra, hizo promesas en un club de barrio y en medio de una avalancha de micrófonos aceptó referirse a la crítica relación con su principal aliado, Eduardo Duhalde.
"No hay ruptura", dijo, entrecortado por los empujones. Tres palabras con alta significación, cuando el día anterior había advertido al ex presidente que no aceptaría presiones ni condicionamientos en la discusión con Buenos Aires por la nueva ley de coparticipación.
Con aspecto sereno, Kirchner mantuvo todas las costumbres de sus visitas al conurbano. "No hay que dramatizar", respondió, en otro encontronazo con los periodistas. Hablaba de Duhalde. "Hay veces que estoy de acuerdo con él y otras que tengo grandes diferencias. Nada más. Yo hablo sin hipocresías", agregó.
También volvió sobre Solá, con quien cortó el diálogo hace semanas, mientras crecía el reclamo de fondos por parte del gobernador. "Lo voy a recibir cuando él quiera, a la hora que quiera y en el minuto que quiera", prometió.
Solá estaba por esas horas -al mediodía- en otro acto oficial, en Mercedes. Nadie esperaba que se animase a acompañar a Kirchner en el actual contexto de pelea abierta. Aun así, el programa de actividades que repartió la Casa Rosada mencionaba la participación y un discurso del gobernador durante el acto en que se firmaron convenios de obras públicas para el municipio.
Sólo la ultraduhaldista Giannettasio, local en Florencio Varela, representó al gobierno de Buenos Aires en la visita presidencial.
Kirchner llegó al barrio Zeballos con los ministros Aníbal Fernández (Interior) y Julio De Vido (Planificación), y por el subsecretario de la Presidencia, Carlos Kunkel, promotor del armado político transversal e independiente del duhaldismo en Buenos Aires.
El intendente Julio Pereyra, que hace equilibrio entre su renovado kirchnerismo y su historia duhaldista, siguió de cerca los movimientos del Presidente desde el helicóptero hasta las casas en construcción.
Compromiso político
La prensa perseguía a Kirchner en busca de otra definición sobre Duhalde. "Vamos a estar con la gente; es mi compromiso político", alcanzó a decir el Presidente al dejar el barrio.
El ministro Fernández, protagonista en la guerra dialéctica con Solá, miraba desde un costado y respondía preguntas, bastante menos apretujado. Tuvo que aclarar varias veces que no quiso atacar a Duhalde cuando lo comparó en su sesión matinal de radio con "un jarrón chino en una casa chica" (sobre lo que se informa por separado). "Duhalde siempre fue positivo para el país y lo seguirá siendo", dijo. Forzado por una pregunta, volvió a definirse como "duhaldista portador sano".
Los funcionarios recorrieron luego 12 cuadras para llegar al club Nahuel, donde se firmarían los convenios de obras por 37 millones de pesos.
Un cordón de militantes con banderas argentinas que ponían en el medio "Kirchner cumple" dio la bienvenida a la comitiva oficial. Unas 2000 personas abarrotaban el salón principal del club. Kirchner repartió besos y aplausos desde un escenario, recogió infinidad de papeles que le alcanzaba la gente, repartió tarjetas con su teléfono y se llevó algunos regalos inesperados (una bufanda verde y un buzo azul).
Se esperaba el tono del discurso presidencial. Fue breve, y deslizó algunas punzadas a la estructura duhaldista. "Lo que quiero es que la plata llegue a la gente y no se pierda en el camino", enfatizó al describir las obras que inauguró. Anteayer había dicho que no permitiría un ajuste en el país para "financiar la burocracia política de Buenos Aires".
Después relató que una mujer le había contado, al llegar, que su hijo había muerto por falta de un tomógrafo en el hospital local. "Intendente, pase mañana a ver al secretario Parrilli [Oscar], que vamos a comprar ese tomógrafo", señaló. Se sabe que a Solá le fastidia la costumbre de Kirchner de acordar planes con los intendentes sin la mediación de la gobernación.
Antes de irse, el Presidente pidió a la gente que lo ayude: "Que no nos frenen. Uno tiene errores y aciertos, pero me juego y estoy dejando todo por este proceso de cambio".
La salida, también caótica, entregó otras definiciones. Concedió que "algunos pícaros" lo quieren presionar con la coparticipación (no los identificó) y esquivó responder si su esposa, la senadora Cristina Fernández, va a ser candidata en Buenos Aires. "Pregúntenle a ella", dijo. Y se fue con una sonrisa cómplice.
"Jarrón chino"
- El ministro del Interior, Aníbal Fernández, se permitió ayer una curiosa comparación para explicar la incidencia de su ex padrino político Eduardo Duhalde en las discusiones con el presidente Kirchner: "[El ex jefe de gobierno español] Felipe González dijo que él era un jarrón chino en una casa chica porque, donde lo pusieran, molestaba; eso puede estar pasando con Duhalde".
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