El escenario. Kirchner piensa que Redrado podría suceder a Lousteau
Martín Redrado cree estar más cerca que nunca de conducir el Palacio de Hacienda. Néstor Kirchner lo sondeó hace 10 días sobre su visión de la economía y le hizo insinuaciones sobre el cargo. Desde ese encuentro, el presidente del Banco Central puso a trabajar a dos equipos de colaboradores en una batería de propuestas fiscales, monetarias y salariales. Esos técnicos tienen sede en la Fundación Capital, que encabeza Redrado, y en la Fundación Exportar, un organismo mixto enfocado hacia el comercio internacional.
Tal vez este candidato a reemplazar a Martín Lousteau no debería entusiasmarse tanto. La política de personal del Gobierno es ultraconservadora. Kirchner no quiere cambiar nunca nada.
Redrado tiene una relación cotidiana con el esposo de la Presidenta, que lo llama para controlar las novedades monetarias y cambiarias. También cultivó un vínculo amistoso con Julio De Vido y con Carlos Zannini. Son dos hombres poderosos y, en el caso de Zannini, un postulante secreto a la Jefatura de Gabinete, sobre todo desde que Alberto Fernández quedó sometido a la esmeril del campo. La promoción de Redrado tiene, sin embargo, un obstáculo principal: los Kirchner no quieren que les hablen de inflación, aunque los economistas independientes sitúen el nivel de alza de precios en por lo menos el 25% anual (ya hay quienes hablan hasta del 35%), y haya sindicatos que negocien aumentos salariales del 30 por ciento.
En la residencia de Olivos, si se presenta el tema con dulzura, sólo admiten un 12%. Asumir como ministro de Economía con las manos atadas ante esta contradicción es condenarse a la hoguera profesional.
He aquí la paradoja: el reemplazo de Lousteau por Redrado no asegura el lanzamiento de un programa antiinflacionario sino que, al contrario, podría demorarlo.
Lousteau viene reclamando a la Presidenta y a Alberto Fernández atacar el problema de los precios. Sus colaboradores creen que la inflación es, como mínimo, el doble de la que el Gobierno pregona.
El jueves, durante una reunión de la Unctad, el ministro expuso por primera vez las ventajas de crecer a una tasa más moderada, del 5 o 6% anual, pero sustentable. Es decir, con estabilidad de precios. Curiosa coincidencia con el principal economista de la oposición, su amigo Alfonso Prat-Gay.
La tozudez de Lousteau ya resulta insolente para Kirchner. Desde Puerto Madero ordenan: "No le lleven problemas a Cristina".
El ex presidente es el que gobierna la economía argentina. La institución del matrimonio le permitió burlar el término constitucional de su mandato. La relación de Kirchner con Lousteau es casi inexistente.
La última vez que se vieron fue para controlar la presentación pública de las retenciones móviles. El esposo de la Presidenta revisó la medida e intervino en su formulación.
El malestar con Lousteau tiene otra causa: Kirchner tuvo poco que ver en su designación como ministro. Fue una ocurrencia del jefe de Gabinete, que aprovechó el desconcierto que provocó Miguel Peirano con su renuncia.
El flamante jefe del BICE dejó el ministerio cuando advirtió que la orientación de la economía no se modificaría con el cambio de presidente.
Su sucesor se creyó más capaz de lograr que la Casa Rosada percibiera los desafíos frente a los que Peirano abandonaba la batalla.
Hasta ahora tuvo razón Peirano. Lousteau podría ser el segundo ministro de los Kirchner que debe abandonar el cargo por querer combatir la inflación. Otra excentricidad argentina.
Un problema grave
El jefe de Gabinete admite que el problema de los precios es grave. Pero prefiere mantener la calma de su entorno laboral antes que forzar a Cristina Kirchner a abrir los ojos. Ella se exalta demasiado cuando se le habla de inflación.
Un empresario de buen tránsito por la Casa Rosada lo dice así: "Uno puede discutir con Cristina muchos aspectos de su política. Pero cuando se llega al problema de los precios, se encierra en sus prejuicios. Todavía la situación no está madura para que le llevemos esa cuestión".
Sin embargo, el jueves último, por primera vez, las grandes compañías agrupadas en AEA reclamaron una estrategia conjunta contra la inflación. Redrado, que fue orador en ese encuentro de empresarios, percibe la misma rigidez. Por eso le confesó a un par de amigos que, si no se lo facultara para ejecutar un programa antiinflacionario, rechazaría el cargo para reemplazar a Lousteau.
Su receta para frenar los precios es convencional: reducir de manera drástica el gasto público, ajustar la tasa de interés, controlar la carrera salarial.
La competitividad cambiaria podría mejorarse con una paridad no superior a 3,20. Mínimo homenaje de Redrado a los tres grupos industriales que lo alientan.
En Olivos, a eso se le dice "enfriar la economía" y es motivo de "excomunión".
Por eso, Redrado se conformaría con que delegaran al Banco Central la política de financiamiento y se desdoblara el ministerio en uno de Hacienda, a cargo de Juan Carlos Pezzoa, y otro de Producción, con atribuciones sobre Agricultura, Industria y Comercio. ¿Guillermo Moreno ministro?
El superavit fiscal
La inflación está enloqueciendo la política económica. Los subsidios para abaratar los alimentos y la energía carcomen el superávit fiscal.
En los próximos cuatro meses, el Tesoro deberá aplicar 3000 millones de dólares a importar combustibles caros para venderlos más baratos. Sectores como el Transporte carecen ya de referencias claras para sus precios.
Las compensaciones en el mercado de alimentos se destinan a empresas poderosas y enturbian la posición internacional de la Argentina, alineada con la queja del G-20 por los subsidios de los países desarrollados.
Se pierden, además, grandes clientes: el presidente de Brasil, Lula da Silva, ordenó comprar trigo en los Estados Unidos y Canadá. No quiere que el precio del pan se le escape por la suspensión de las exportaciones decididas por los Kirchner.
El 80% del trigo importado por Brasil era argentino. La balanza comercial seguirá desequilibrándose.
Tampoco se podrá acordar con el Club de París si no se sinceran las estadísticas.
Las inconsistencias exceden la medición de la inflación. Como se postula que los precios están quietos, se dibuja un boom de actividad comercial que explique el aumento de ingresos de las grandes tiendas. Por eso, la Presidenta sigue hablando de que las ventas crecieron el 20 por ciento.
La inflación es el jefe de campaña de la oposición. Habrá que acostumbrarse a imágenes inesperadas, como la de Elisa Carrió mostrando por TV gráficos con curvas de colores.
El encarecimiento de la canasta básica encabeza las quejas populares en las encuestas. El consultor Ernesto Kritz detectó que la creación de empleo, más moderada, convive ahora con el aumento de la pobreza.
Para el Gobierno, estos signos de agotamiento son menos evidentes que las virtudes que le sigue adjudicando al modelo "productivo".
Como Carlos Menem y Fernando de la Rúa con la convertibilidad, la pareja presidencial está sacralizando su receta.
El Gobierno no quiere "enfriar la economía". Por lo tanto, se enfriará sola y mal. Acaso lo haga en el peor momento, durante la campaña electoral de 2009. Para ese entonces, los Kirchner estarán denunciando un golpe de mercado. Salvo que giren de manera sorprendente, la historia ya está escrita.
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