Opinión. La banalidad de una época
Lila Luchessi Para LA NACION
La cuestión es simple. La cultura es el espacio en que se producen las luchas sociales por la producción de sentido. Hacer sentido tiene el valor y la responsabilidad de instalar en la sociedad temas, categorías y elementos con los cuales se comprenden los sucesos que marcan el espíritu de una época. La nuestra -exaltada, indignada e irritable- tiene la particularidad de retomar discusiones que sólo en lo aparente parecían saldadas por la historia.
La brutalidad con la que resurgen -frivolizados, enervados y vaciados de contexto- algunos significantes que en otros momentos expresaron una altísima densidad manifiesta, al menos, dos asuntos insoslayables: por un lado, que las relaciones sociales y políticas son inarmónicas per se y, por otro, que el campo del discurso expresa -con mayor o menor virulencia- los climas que se generan a partir de las intervenciones públicas de la dirigencia en su conjunto y la capacidad manifiesta de convertirlas en cambios concretos.
Para ser optimistas, estos discursos descarnados ponen en blanco sobre negro quién es quién en el escenario social. Sin embargo, sin un paso hacia adelante, que se hunda con firmeza en las complejidades políticas y sociales, tanto los análisis comunicacionales cuanto las acciones que los fundamentan carecen de todo valor.
En este contexto, las declaraciones de la Presidenta sobre el manejo privado del fútbol -y su comparación con las acciones específicas de un gobierno dictatorial- abonan el terreno sobre las discusiones que cambian el eje de los problemas de fondo y sacralizan significaciones que tiempo atrás tuvieron otros sentidos.
Del mismo modo, sus contrincantes naturalizan -omitiendo que la democracia y la monarquía no son la misma cosa- discursos autoritarios acerca de un gobierno que irrita a ciertos sectores, pero que fue elegido por mayoría.
En ese juego binario, en el que se desplazan las zonas grises, la Presidenta corre el riesgo de dar una vuelta ascendente en esa suba de las apuestas. De este modo, la tribuna de adherentes festeja las intervenciones que profundizan los enfrentamientos, al tiempo que los detractores afinan sus miras para el disparo verbal de munición pesada.
* * *
En este punto, la pregunta puede personalizarse o convertirse en espejo: ¿qué hay en esa virulencia que nos vuelve tan virulentos? ¿Qué tiene esa actitud, analizada como intolerante, que nos vuelve tan intolerantes?
La reflexión obliga a pensar en las posibilidades e imposibilidades colectivas de construir otra cosa, para profundizar en el análisis y el desarrollo de políticas concretas y la potencial ruptura de este pobre espíritu de época que no logra salir de su propia banalidad.
lanacionar