Derechos humanos: opinión y repercusiones. La búsqueda de un porvenir republicano es la mejor reparación
Es sabido que a Jano se lo representa con dos caras opuestas. Una mira hacia adelante; la otra mira hacia atrás. Entre los dioses del panteón romano, era uno de los más antiguos y venerados.
A fin de asegurarse su certera ayuda en tiempos de guerra, los romanos resolvieron que, en esos días inciertos, permanecerían abiertas las puertas del templo que le estaba consagrado. Sólo cuando la paz se asentaba en la ciudad y en el mundo, las puertas volvían a cerrarse.
Debemos a Séneca una de las páginas más logradas sobre la supremacía de este dios, maestro en el arte infrecuente de ver al mismo tiempo hacia atrás y hacia adelante; vale decir, en examinar las cuestiones del derecho y del revés antes de emitir sentencia sobre ellas.
Bueno es recordar la proverbial imparcialidad de Jano en estos días en que el proyecto de ley sobre exiliados ha ganado ya media sanción del Congreso y aguarda su aprobación definitiva.
Nunca estará de más repetirlo: siempre será necesario tener presentes a las víctimas del terrorismo de Estado.
Es en principio y por eso, sana y auspiciosa la iniciativa que propone al Estado argentino que repare, también en el orden pecuniario, las atrocidades pasadas que ese mismo Estado cometió. ¿Cómo no congraciarse con ella? Su finalidad viene a decirnos que el crimen no tiene la última palabra. Pero ¿significa eso que la tiene la Justicia?
Como todas las definiciones, la del exiliado orienta y desorienta a la vez. En principio, el exiliado es el expatriado por razones políticas; el expulsado de su tierra por sus ideas y acciones contrarias al poder de turno; aquel que se ha visto obligado a dejar su patria para sobrevivir en suelo extranjero.
Los otros
Pero la realidad excede las definiciones con una complejidad que a éstas les falta. ¿Cómo llamaremos al ciudadano que, harto de soportar las tropelías de un gobierno autoritario y represor, dejó su país sin ser personalmente perseguido pero sintiéndose moralmente devastado? ¿Y qué decir de aquellos que fueron víctimas de un paradójico exilio interno?
Miles y miles de argentinos integraron, en el pasado reciente, las filas sombrías de quienes, sin cruzar las fronteras del país, se sintieron echados de él durante la última dictadura militar. ¿No fueron también, en un sentido eminente y dramático, expatriados?
El terrorismo de Estado nos privó a todos por igual de nuestros derechos. Sembró el miedo en nuestros hogares. Censuró nuestra palabra oral y escrita. Nos expulsó de nuestros empleos. Se empeñó en exterminar nuestra identidad cívica.
Para escapar al encarcelamiento eventual y a la tortura, muchos quemamos nuestros libros. Callamos para durar, no para vivir. Y sí es cierto que, pese a haber sido expulsados de las escuelas y de las universidades, insistimos en mantener vivo el espíritu crítico y analítico mediante una cultura de catacumbas, no menos lo es que, durante años, anduvimos como espectros deambulando por una casa que ya no era la nuestra.
Responsabilidad
Admitirlo no implica desconocer ni subestimar la envergadura del padecimiento de quienes, en ese entonces, se tuvieron que ir. Suman muchos, entre mis amigos y conocidos, los hombres y mujeres que, agobiados, dejaron el país.
¿Guerrilleros? ¿Simpatizantes de la violencia revolucionaria? De ninguna manera. Poetas, críticos literarios, historiadores, docentes, psicoanalistas, pediatras, cirujanos, ingenieros, periodistas; argentinos de clase media; gente abierta y brutalmente clausurada en sus derechos y en su fe democrática; gente echada a patadas... por la intolerancia criminal. ¿Es esa gente víctima menor y lateral del Proceso?
Habría que detenerse a considerar, con sumo cuidado e infinita paciencia, si todos los que de aquí debieron irse lo hicieron envueltos en el manto de la inocencia.
Si la violencia que muchos de ellos padecieron repugna, la que promovieron o justificaron, de uno u otro modo, no tiene por qué ser legitimada. Olvidarla no es pecado insustancial a la hora de invocar las necesarias compensaciones que deben brindar la ley y la historia.
El Gobierno, en el momento de decidir, tendrá que escapar a su proverbial fascinación por los maniqueísmos. Deberá cuidarse de dividir las aguas entre los que fueron perseguidos, entre externos e internos, entre réprobos e inmaculados.
Honra
La memoria, mal concebida, tiende a ser también una exaltación del olvido.
De poco valdrá, entonces, la aprobación final de ese proyecto de ley a favor de los exiliados si no sobreviene en el marco de esa reparación previa y fundamental que es el afianzamiento de las instituciones republicanas, garantía primera de que los horrores y los errores de ayer no volverán a repetirse.
Así, y no de otro modo, se estará honrando seriamente el indispensable recuerdo de los inmolados.
Si el desvelo de gobernar no se orienta hacia la consolidación de las instituciones de la República y de los principios de la democracia, de poco servirá, en el mediano y también en el largo plazo, lo que en el corto pueda hacerse para compensar de algún modo el padecimiento de tantos.
Este proyecto de nación es el que debería ser unánimemente respaldado si lo que se busca es el resarcimiento de todas las víctimas del extremismo ideológico y político.
¿Se entenderá alguna vez que la búsqueda de porvenir republicano y democrático constituye la reparación sustantiva de la injusticia y la demostración acabada de que se ha comprendido cómo superar el pasado?
Qué dice la oposición
A. Natale (PDP)
- "El tema genera demasiados interrogantes, por ejemplo, cómo se determina si una persona se fue al extranjero por razones políticas insuperables. Es un debate complejo, que requiere profundo análisis."
M. Bossa (Ucedé)
- "Apoyo esta iniciativa siempre y cuando sea el último capítulo para cerrar las heridas que provocó la dictadura. Pero no estoy de acuerdo con la política de revisión permanente del pasado."
I. Pérez Suárez (PJ)
- "Es difícil cuantificar el universo de exiliados y la iniciativa puede generar fraudes costosos para el Estado. Considero que el proyecto no es prioritario."
E. Macaluse (ARI)
- "Me parece una compensación justa para la gente que tuvo que dejar todo e irse. Sobre todo tratándose de los hijos, que no tuvieron ninguna posibilidad de decidir."
J. Rivas (PS)
- "El problema es cómo y cuándo se establece el límite. Hubo muchos que no sufrieron cárcel ni exilio, pero que perdieron el trabajo y debieron vivir escondidos. El conjunto de la sociedad fue víctima en esos años."
P. Walsh (IU)
- "Apoyaremos el proyecto porque nos parece correcto, e intentaremos modificarlo en comisión para que aquellos que tienen dificultades para probar su condición de exiliados puedan acceder al beneficio."
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