La cristinización de Fernández, tras la nestorización de Cristina
Una singular paradoja parece estar produciéndose en esta transición de calma chicha que está a punto de culminar. El panorama actual fue posible merced a la transformación notable de Cristina Kirchner cuando decidió nestorizar su espacio para ampliar los férreos límites del cristinismo al que ella y sus fieles más radicales habían reducido su representación.
De allí salió el actual presidente electo. La curiosidad radica en que a medida que se aproximan la fecha de asunción y la definición del equipo de gobierno, Alberto Fernández se ve cada vez más cristinizado. Nadie sabe bien aún si por obligación, por conveniencia o solo para ganar tiempo.
Las aparentes marchas y contramarchas en la conformación de su gabinete, profundizadas tras el regreso de Cuba de la vicepresidenta electa, no hacen más que consolidar los trazos de aquella caracterización, que eleva las prevenciones de todo el arco peronista no cristinista, altera los nervios del antikirchnerismo visceral y ahonda la incertidumbre de los factores de poder y de presión.
Falta ya muy poco para que se devele cómo será el nuevo gobierno, cuando Alberto Fernández se haga de la banda, el bastón, el sillón y la lapicera presidenciales. Pero, mientras tanto, emerge con claridad (y lo admiten los laderos del futuro presidente) que no hay un albertismo en ciernes en condiciones de empezar a desdibujar al cristinismo.
"Es y va a ser Alberto con Cristina", argumentan sin preocuparse por el hecho de que muchos empiecen a proyectar la imagen de un poder bifronte. Otra admisión de dónde está la fuente de poder real del exjefe de Gabinete, al menos, hasta que se convierta en presidente. ¿Hasta que construya su legitimidad de ejercicio? Realpolitik.
Las incógnitas que despierta ese horizonte dan lugar a diferentes hipótesis. Por un lado, se advierte un amplio brote de alergia a un posible hipervicepresidencialismo. Al mismo tiempo, para otros (aún minoritarios) es un alivio que haya tenido tan poca sobrevida aquella aseveración de Alberto Fernández de que su compañera de fórmula iba a tener "gravitación cero" en la conformación de su gabinete. Desde esta perspectiva, la injerencia de Cristina o los acuerdos con ella (no es lo mismo, pero da igual) aumentarían los incentivos para que el gobierno naciente tenga éxito. También reducirían la motivación para el ejercicio de un desconfiado y cercano tutelaje, sin hacerse cargo de errores o problemas sobrevinientes. Sería demasiado amenazante en medio de tanta precariedad.
El tercer jugador: Axel
La simbiosis en marcha de este Alberto cristinizado y aquella Cristina nestorizada no es un camino de mano única, sino el fruto de necesidades mutuas. El auténtico favorito, protegido y curador del legado de la expresidenta no es Fernández, sino Axel Kicillof. Ella lo ha hecho público y se lo repiten en privado a todos los que orbitan en torno de su dominante figura.
Algunos llegan a decir que, incluso, el gobernador bonaerense electo goza en estos tiempos de mayor preferencia que el propio Máximo Kirchner. Manifestaciones excelsas de las aptitudes de una experta en el arte de preservar centralidad y poder.
Alguien que ha frecuentado mucho a Cristina desde que dejó la presidencia lo explica con una deriva psicologista: "Con los años, los hijos nos vamos convirtiendo en los padres de nuestros padres. Cristina lo sabe y empezó a verse en esa imagen después de la derrota de 2017, cuando Máximo empezó a tomar vuelo propio y también a cuestionarle más abiertamente algunas decisiones. Ella no estaba dispuesta a vestirse de reina madre ni a iniciar los trámites de su jubilación. Decidió reinventarse. Alberto es su proyecto de transición y Axel, la continuidad de su legado".
Se trata de una hipótesis, pero es congruente con una de las más formidables demostraciones de cuánto enseñan las derrotas. Desde entonces, los múltiples errores electorales y políticos cometidos por Cristina durante su gestión fueron siendo enmendados por decisiones que parecían improbables e impensables hasta llevarla a poner a un presidente. No fue magia, pero tampoco fue solo Macri.
Más concreto, pero para nada contradictorio con aquella elucubración, es que la provincia de Buenos Aires, y más precisamente el conurbano, ha sido y es el reservorio de su poder durante el paréntesis en el que fue confinada al llano y, también, la plataforma para su retorno. También es el distrito de las urgencias, la fragilidad y las amenazas. No es poco lo que le espera al delfín cristinista, obligado a un precipitado aprendizaje. Explica la preocupación de su mentora y la influencia que este territorio tiene en el armado del gabinete nacional.
Axel Kicillof deberá hacer el camino inverso al de Mauricio Macri. El presidente saliente pasó con escaso éxito de lo particular de la gestión municipal a lo general de la administración nacional y a la visión macro de los problemas. Su curva de aprendizaje se pareció demasiado al camino hacia una cima inalcanzable. Como contrapartida, los descensos de las grandes alturas conceptuales al llano de las infinitas demandas cotidianas provinciales no suele ser sencillo. Alertas para un exministro y profesor universitario.
Por eso, desde hace dos semanas muchas de las idas y venidas, de las nominaciones de ministros nacionales que se daban por hechas a los desnombramientos, se suelen vincular con el diseño y las necesidades del próximo gobierno bonaerense. A eso se atribuyó, parcialmente, la caída de Diego Gorgal del lugar de candidato puesto para el Ministerio de Seguridad.
En el cristinismo (lo que incluiría la visión de Axel Kicillof y los suyos) se considera inescindible la política criminal nacional de la bonaerense y la coordinación absoluta en la conducción de las fuerzas de seguridad federales y provincial.
Hay un abismo entre la doctrina Giuliani de la tolerancia cero frente al delito que cultiva Sergio Massa, promotor de Gorgal, y la cercanía ideológica de Kicillof a los postulados garantistas. No sorprendió que el nombre que asomó inmediatamente después para hacerse cargo de la cartera de Seguridad nacional fuera el de una académica que goza de buena reputación en el Centro de Estudios Legales y Sociales (CELS), que preside Horacio Verbitsky.
Otro tanto parece ocurrir con el área económica. Si la deuda pública se ha convertido en una prioridad a resolver para Alberto Fernández, es una urgencia absoluta para Kicillof.
A pesar del hermetismo que existe sobre el monto de los vencimientos que deberá afrontar en 2020 el Estado bonaerense, fuentes calificadas con acceso a esos números indican que ronda el 40% del total del endeudamiento y llega a 3000 millones de dólares. De ese total, aproximadamente el 15 por ciento vencerá en enero, cuando todavía el nuevo gobernador no habrá terminado de conocer los vericuetos de su administración y ya las arcas provinciales estén exhaustas después de haber pagado sueldos y aguinaldos en diciembre.
La mayoría de los expertos consideran que la renegociación de los pagos de esos créditos adeudados solo sería viable en términos razonables si se hiciera junto con la reprogramación, reestructuración o como quiera llamarse lo que se disponga con la deuda del Estado nacional.
Hay demasiado en juego: Axel es Cristina. ¿Y Alberto? A él le agregaron piezas al rompecabezas que debe armar y tiene que encastrarlas bajo presión y cada vez con menos tiempo y espacio.
No sorprende, así, la humorada de uno de los colaboradores del presidente electo para graficar el frenesí que en los últimos días se vive en "Encarnación", como llaman al comando albertista: "Esto parece una fábrica de pastas, ravioles para acá, ravioles para allá, unos que van a la olla, otros que se descartan". Ravioles se les dice en la jerga burocrática al organigrama del Estado y sus integrantes.
La renovada vicepresidenta volvió a la cocina del poder. No debe sorprender que Alberto se vea cristinizado. La incógnita es si la suya será una presidencia con esa impronta, si será nestorista, como pregona, o si habrá un gobierno albertista. Las cosas han cambiado mucho, demasiado rápido. Las remakes pueden resultar extemporáneas.