La estrategia de la ambigüedad
El 2 de abril de 2010, cuando se cumplían 28 años de la Guerra de las Malvinas, la presidenta de la Nación se expresó en los siguientes términos: "Nosotros -y cuando hablo de nosotros, hablo de los argentinos- debemos saber diferenciar las cosas que ocurrieron, poder separar a quienes gobernaban bajo formas no democráticas, del hecho en sí que es el ejercicio de la soberanía nacional y el rechazo al colonialismo que aún avergüenza a la humanidad en el siglo XXI. Es imprescindible que los hombres y mujeres que tenemos responsabilidades institucionales y, fundamentalmente, también todos los argentinos aprendamos, hagamos el duro aprendizaje de poder diferenciar las cosas y saber comprender que la patria y sus derechos están por sobre toda otra cualquier circunstancia o episodio que nos haya tocado vivir a cada uno de nosotros".
Estas palabras son perfectamente representativas del modo más común de rememorizar la guerra a lo largo de estas décadas, modo atravesado de una incurable ambigüedad, que bloquea la posibilidad de un cuestionamiento a fondo de un episodio del que, en mi opinión, no hay nada que "rescatar".
Se condena la dictadura, se condena a los militares que la condujeron, pero ¿se condena la guerra? La ambigüedad salta a la vista; el "hecho en sí" es aproximado a o es revestido de valores apreciados por los argentinos, como la soberanía, el rechazo al colonialismo, los "derechos de la patria" que están "por encima de cualquier circunstancia".
Está claro que condenar inequívocamente la guerra de 1982 es arriesgado: "¿Qué hiciste tú en la guerra, papá? "Estuve en la plaza de Galtieri agitando una banderita." O sea, el respaldo social masivo entre el 2 de abril y el 14 de junio pasaría a un primer plano. Y ya no sería posible desentenderse de los factores políticos y culturales (la causa Malvinas, una cierta concepción del derecho y la fuerza en las relaciones entre Estados) que condujeron a ese apoyo masivo.
E ir a fondo en la condena es todavía más riesgoso. Obliga a examinar las consecuencias irreversibles y de largo plazo de esa guerra: los efectos políticos de la derrota (es asombrosa la forma en que la diplomacia argentina pretende hacer de cuenta que a todos los efectos políticos y diplomáticos la guerra no existió, porque "fue llevada a cabo por una dictadura"); el rechazo y la desconfianza de los malvinenses; la necesidad de verdad y memoria, y de responsabilidad, ante quienes fueron las principales víctimas directas de la violencia: los soldados.
Al contrario, la ambigüedad imperante se expresa también en la cartografía y en la efemérides oficial (se cuela por ahí la palabra gesta): conmemoramos el 2 de abril y llamamos Puerto Argentino a la capital de las islas (¡lo que no nos impide decir sin empacho alguno que estamos dispuestos a respetar el modo de vida de los isleños!).
Pero puede que haya motivos para cierto optimismo. Días atrás la Presidenta inauguró la temporada malvinera de cara a los 30 años de la guerra. Las referencias a la guerra fueron, en esta inauguración, menos ambiguas de lo habitual. Es imposible saber por ahora si se trata de un simple giro vinculado con la decisión de hacer público el informe Rattenbach o de un cambio que ha de perdurar. Pero se puede pensar que la propia difusión del informe contribuirá a la creación de un ambiente favorable para que la condena de la guerra deje de ser ambigua.
El autor es investigador principal del Conicet y miembro del Club Político Argentino
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