Las enseñanzas que Macri le deja a Alberto Fernández
El futuro gobierno tomó nota de los errores iniciales de Cambiemos; la "herencia maldita" será el centro del discurso y solo se pondrá objetivos cumplibles
Alberto Fernández ensaya discursos antiimperialistas con un fervor que se le desconocía. La catástrofe boliviana y la liberación de Lula en Brasil lo colocaron en un lugar de referencia de la izquierda latinoamericana que no estaba en los planes del equipo con el que construye su perfil presidencial.
Los actores económicos -del país y extranjeros- tienen asumido que Fernández aplica la vieja lógica de su maestro, Néstor Kirchner: no presten atención a lo que digo, sino a lo que hago. Las señales de alerta que sonaron esta semana en los mercados responden justamente a la incertidumbre sobre qué es lo que el próximo gobierno pretende hacer con la economía.
¿Hay un plan que se mantiene en absoluta reserva o será que no hay plan? Esa duda maliciosa empujó otra vez el riesgo país hacia las nubes y ayudó al enésimo desplome de los títulos argentinos. Esas malas noticias -matizadas por el analgésico del megacepo- le arrancaron algunos gestos al presidente electo. Entre empresarios, dirigentes y operadores financieros se instala la idea de que no habrá un superministro de Economía. Y que el área de Hacienda y Finanzas quedaría para el liberal Guillermo Nielsen, empoderado para negociar la deuda.
De las oficinas del Frente de Todos se filtró el viernes un audio de Nielsen con inversores en Miami. Es de una semana atrás. Allí el economista adelanta que la "idea es renegociar rápido la deuda" con los privados y con el Fondo Monetario Internacional (FMI). Señala además que la Argentina no tiene un problema de solvencia, sino de liquidez. Un concepto en el que coincide con el ministro Hernán Lacunza.
"Alberto aprendió de los errores de Macri", señala una fuente que integra el equipo de trabajo del presidente electo. Sostiene que -más allá de la ansiedad de quienes no están en la cocina del nuevo poder- a partir del 10 de diciembre habrá señales claras y rápidas del rumbo que piensa darle a la gestión. Antes, la norma es el secreto. No quiere "quemar" a sus elegidos ni habilitar un debate anticipado sobre las medidas.
Si Nielsen fuera la cara visible del plan, tal vez se entienda la creciente cristinización de Fernández en el limbo de noviembre, cuando todavía no está al mando de la botonera. ¿Está acumulando reservas de progresismo antes de gastarse créditos con medidas que satisfagan a los mercados?
En el gobierno de Macri no dejan de sorprenderse con los movimientos ambiguos de Fernández. Los negociadores de la transición se quedaron esperando una llamada que nunca sonó. "No hay diálogo, más allá de algún contacto de camaradería", relata un ministro. En Hacienda se ofrecieron para organizar una misión conjunta a Estados Unidos para hablar con el FMI y con bonistas. No prosperó. En las oficinas de Lacunza descansan carpetas con ofertas privadas para una reestructuración.
Fernández descartó cualquier idea de una negociación que se malinterprete como cogobierno. Por eso enfrió el proceso insinuado en aquella primera foto sonriente con Macri el día posterior al triunfo electoral. Ellos dos volvieron a hablar ante el golpe en Bolivia, sin acuerdo en el fondo de la cuestión (si es golpe de Estado o no), pero con algunas coincidencias de acción mayores a las difundidas. Pero de discusiones técnicas sobre el traspaso del poder, nada.
Otra de las "enseñanzas" que le deja Macri a Fernández consiste en exprimir a fondo la "herencia maldita" desde el primer día de gestión.
En el macrismo no cesa el lamento por la decisión inicial del actual presidente de minimizar el estado de la economía que recibió en 2015, con la idea de que iba a espantar a los inversores (más el liviano optimismo de creer que podría corregir con facilidad las gigantescas anomalías que le dejaba el kirchnerismo tardío).
El Frente de Todos tiene un grupo de dirigentes trabajando en un balance del gobierno de Macri, que será el argumentario básico del futuro oficialismo. La fragilidad de la economía obliga a manejar las expectativas con cautela. Si no hay buenas noticias para dar, que quede claro quién es el culpable.
Es una batalla cultural que Fernández tiene que dar no solo para comprar paciencia de quienes lo votaron, sino para abrir grietas en el frente que será su oposición, que conservará un poder considerable después de los resultados de octubre.
Mover la aguja
A diferencia de su rival, el presidente electo se pone metas cumplibles para sus primeros tiempos en el gobierno. Quiere agujas que pueda mover.
El plan contra el hambre que escenificó el viernes con una convocatoria de lo más variada es un símbolo de esa idea. Dijo que será su prioridad número 1. Su cantado ministro de Desarrollo Social, Daniel Arroyo, trabaja con la idea de incrementar sensiblemente las partidas para la emergencia alimentaria, en rebajas drásticas de precios para productos básicos a familias necesitadas y en la entrega de una tarjeta para comprar comida para chicos menores de 6 años por fuera de la Asignación Universal por Hijo.
Hay reminiscencias con la lógica del Plan Hambre Cero con el que aterrizó Lula en el poder en Brasil, en 2003. Con una fuerte inversión estatal y la adecuada logística los números de la indigencia y de las carencias alimentarias se pueden mover relativamente rápido. Se trata, además, de un proyecto de carácter humanitario que difícilmente pueda toparse con una oposición activa.
El contraste con Macri no puede ser más marcado. En 2015, llegó al cargo prometiendo "pobreza cero" y batir a la inflación en dos años, dos objetivos de una complejidad inconmensurable. Termina su experiencia en la Casa Rosada con indicadores peores que los heredados en las dos materias.
El foco en la indigencia y en el hambre puede ayudar también a Fernández en el control de la calle. Delegó en Máximo Kirchner la gestión de los movimientos sociales, que tienen una referencia cada vez más protagónica en Juan Grabois. El autor de la advertencia de la "mecha corta", toda una amenaza de inestabilidad en momentos flamígeros de la región. La intención es garantizar un fin de año tranquilo, sin movilizaciones ni violencia.
Pero la obsesión del gobierno que viene es sacar adelante la negociación de la deuda, ese "camión que se nos viene encima" del que habló Nielsen. Fernández se dispone a equilibrar su política exterior con el viaje a París para ver al liberal Emmanuel Macron. Gestiona una escala en Berlín para reunirse con la conservadora Angela Merkel.
Espera de los europeos algo de aliento para llegar fortalecido a la mesa del FMI. Ellos han sido los más críticos al apoyo fuera de lo común que el organismo le dio a la Argentina de Macri por impulso de Estados Unidos.
Igual no se engañan en el Frente de Todos. La solución -de haberla-se tramita en Washington, con Donald Trump y su gente, y en Nueva York, con los grandes fondos privados.
La información que llegó al equipo del presidente electo es que el FMI tiene disposición a negociar una postergación de los vencimientos del stand-by firmado por Macri. Y desde bancos de inversión se ventilan ofertas de quitas "razonables" de cerca del 20% sobre los bonos privados.
Pero todo queda supeditado a conocer el plan. Sobre todo, el fiscal. Es el dilema que espera al ganador de octubre: construirse como referente de la izquierda latinoamericana y ser a la vez un campeón de la reducción del gasto.
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