Las nueve horas en que el conflicto pudo haber sido trágico
De la tensión a la calma, de la intimidación de un ejército de policías frente a un grupo de exhaustos manifestantes a las citas del "Martín Fierro", de José Hernández, en un fraternal encuentro entre ambos grupos al cabo del conflicto.
Así fue la metamorfosis de una madrugada caliente -de la que fue testigo LA NACION- que se vivió durante nueve horas en la puerta de acceso al centro de logística de Carrefour en el partido bonaerense de Esteban Echeverría, en donde se determinó el fin de los bloqueos a los hipermercados.
Desde las 22 de anteayer, no bien llegó a la puerta del depósito, Hugo Moyano copó la escena. El líder de los camioneros ya había tenido un encuentro con autoridades judiciales y estaba al tanto de la orden de desalojar los accesos al predio.
El gremialista no se desesperó. Hizo armar una olla, donde el puchero fue el plato a compartir por todos. Mientras tanto, se esperaba que la policía arribara de un momento a otro.
Moyano, vestido con jeans y camisa clara, no paraba de hablar con la gente de confianza que lo rodeaba, además de atender su moderno teléfono celular. Siempre lo acompañaron sus anteojos, salvo en las ocasiones en que fue entrevistado por los movileros de los canales de televisión, en las que optaba por quitárselos por cuestión de imagen.
El tiempo transcurría y la acción se creía inminente. A la 1.45 de ayer comenzó a vivirse el instante más tenso de la noche. Fue cuando Guillermo Morlachi, fiscal de turno de la UFI 14 de Lomas de Zamora, arribó al lugar e invitó a Moyano a participar de una reunión con Fabio Fabri, directivo de Carrefour. Al fiscal lo acompañaban unos 500 efectivos policiales que se parapetaron justo enfrente del lugar del conflicto.
Cruzar el Camino de Cintura a esa hora de la madrugada es una tarea peligrosa. Transitan autos viejos, dañados, que transportan familias completas. Camiones a granel que van y vienen. El camino es la frontera entre los seguidores de Moyano y las fuerzas del orden.
En la intersección con la calle Olimpo, una decena de personas espera el colectivo como si nada sucediera. Están justo en el medio, en el eventual campo de batalla entre policías y manifestantes. Pero son indiferentes.
El frío que predomina no colabora con la atmósfera que rodea la escena. Es la cruda escenografía de uno de los tantos puntos del empobrecido conurbano bonaerense. Una nítida postal del subdesarrollo. A lo lejos, se puede ver una máquina que aplasta chatarra y forma una pila de unos 15 metros de altura, próxima a ser fundida. "El humo de esa chimenea es irrespirable", se quejó un manifestante. "Esa fábrica es de alimentos balanceados", replicó un policía dentro del predio.
De repente, se forma un grupo. Los policías apostados dentro del predio se acercan, la gente de Moyano los recibe y LA NACION también participa de la charla. "Todos conocemos el lugar como Trasradio", grafica un uniformado de la comisaría de la zona, que, ante la inquietud del cronista, describe los rasgos más destacados del lugar.
"Lo importante es que ahora estamos todos juntos, como hermanos que somos, sin tener que pelearnos por una empresa extranjera", dijo emocionado uno de los partícipes de la protesta. Esa interpretación del "Martín Fierro" marcaba el clima de distensión alcanzado en plena madrugada mientras pasaban las horas y la reunión continuaba.
Espera insoportable
La espera se tornó insoportable para todos. Los hombres que bloqueaban los accesos dormían. Esparcidos en el piso, acumulaban el desgaste de tres jornadas completas de lucha. Las fuerzas policiales, que antes se asemejaban a un "ejército romano", desarmaron sus posiciones. No sólo estaban cansados. Están convencidos de que esas 60 personas exhaustas no están en condiciones de ofrecer resistencia.
A esa altura, las 4 de la madrugada, la posibilidad de enfrentamiento es casi nula, inexistente.
Cinco de la mañana. Sonó un teléfono celular, se congregó gente alrededor, algo pasaba. "Es Hugo (por Moyano)", gritó alguien.
"Dice que nos juntemos todos acá, que en 10 minutos sale", comunicó, eufórico, el interlocutor. El grupo se reunió en el acceso principal, liberando la puerta sobre el Camino de Cintura. Pasaba el tiempo, y Moyano no aparecía. Comenzaron a ingresar camiones en el predio. A las 6, ya eran 14 los que habían entrado. El conflicto estaba virtualmente solucionado. Sólo faltaba el anuncio. A las 6.25, salieron del edificio Moyano, Morlachi y Fabri.
Después de casi cinco horas de reunión, el fiscal tomó la palabra ante la gente. "Felizmente hemos llegado a un acuerdo y se levantará la medida en todo el país", expresó, ante los aplausos de todos.
Moyano agradeció la gestión del fiscal y de la policía bonaerense. "Hugo, Hugo", fue la consigna que corearon sus seguidores.
El líder sindical estaba exhausto, pero se mostraba feliz, satisfecho, mientras le señaló a LA NACION el acta firmada. "Esto es una victoria", afirmó el camionero. "Pero sólo se amplió la agenda de trabajo", respondió el cronista. "Era lo que queríamos", se despidió el gremialista, perdiéndose en un VW Polo verde oscuro junto a su hijo Pablo.
A las 6.40, todos festejan. El bloqueo terminó. Es hora de volver a casa.
Madrugada caliente
Por momentos pareció que unos 500 policías podían embestir contra los manifestantes camioneros que, con Hugo Moyano a la cabeza, resistían el desalojo del centro de distribución de Carrefour en el partido bonaerense de Esteban Echeverría. Hubo miedo, puchero improvisado, frío en el cuerpo, siestas en la vereda, negociaciones tensas y, finalmente, un preacuerdo que fue festejado por todos. La solución, por fin, comenzaba a tomar la forma de la racionalidad.
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