Las razones detrás de una ruptura que sacudió las bases del sistema
El frágil pacto entre Macri y Alberto Fernández se quebró esta semana entre desconfianzas y gestiones fallidas; la estrategia del candidato peronista para transferirle costos al Gobierno
Alberto Fernández estaba sentado frente al televisor con el sintonizador clavado en C5N, el canal que todos comparten en su búnker de México. Escuchó en silencio el anuncio de Hernán Lacunza sobre la reprogramación de los vencimientos de deuda. Alguien le había avisado minutos antes que la novedad venía por el tema de los bonos. Cuando aún no había terminado lanzó su primera frase: "Es lo que le había pedido a Macri cuando hablamos, por fin están haciendo algo". Al instante, recibió un mensaje de Emmanuel Álvarez Agis en el que le advertía sobre una probable reacción negativa de los mercados.
De inmediato se reunió con Cecilia Todesca, otra de sus economistas de confianza. Se acordó hacer silencio y dejar trascender un aval implícito a las medidas, aunque con advertencias. Dos días después, cuando los mercados ya le habían dado la razón a Álvarez Agis, Fernández habló de "default virtual" y cerró definitivamente la semana de ruptura del frágil pacto de gobernabilidad que había establecido con Macri en los días posteriores a las PASO.
En el medio hubo numerosas gestiones fallidas para reconstruir el diálogo cortado. Luis Caputo, el expresidente del Banco Central, fue uno de los más activos. Habló con Alberto Fernández del canje voluntario de los bonos, y encontró una buena recepción que transmitió al Gobierno. El exfuncionario niega haber estado detrás de las medidas, aun cuando se lo vio el día de los anuncios.
El cese de hostilidades se empezó a quebrar el sábado a la noche, cuando Macri reasumió el rol de candidato y salió al balcón entusiasmado por la manifestación en la Plaza de Mayo
Había participado de la reunión que Lacunza mantuvo con una serie de economistas y en la que el ministro les dijo que los dos únicos caminos eran la reprogramación de las deudas o el control de capitales. Las medidas se definieron entre el Presidente, Lacunza, Guido Sandleris y Marcos Peña. Allí se reeditó una discusión que ya se había dado días antes en la quinta de Los Abrojos, respecto de si se debía priorizar el pago de las deudas o defender el valor del dólar, porque el dinero no alcanzaba para ambos frentes. El presidente del Central abogaba por una reprogramación; Lacunza prefería mayor intervención en el mercado. Ambas cosas sucedieron: el miércoles se anunció la reprogramación, y desde mañana habrá mayor intervención para frenar al dólar. En la conversación también se habló de algún tipo de "control light" de capitales, que por ahora quedó postergado. El guión de la serie de suspenso que protagoniza el Gobierno se escribe día por día.
También Martín Lousteau buscó gestionar una reconstrucción de la tregua entre Macri y Alberto. Es uno de los pocos dirigentes que trabajaron con los dos. Pero encontró un nivel de antipatía y rechazo mutuo que lo desalentó, pese a que en ambos bandos hay actores racionales supuestamente proclives al diálogo. En el Gobierno le dijeron que del otro lado los querían ver "escupiendo sangre", y en México le enrostraron que en Hacienda buscaban desfinanciarlos. Fin de la gestión. Tampoco tuvo éxito Carlos Melconian, otro de los economistas que hablaron con Macri y con Alberto en los últimos días.
Para algunos, el cese de hostilidades se empezó a quebrar el sábado a la noche, cuando Macri reasumió el rol de candidato y salió al balcón entusiasmado por la manifestación en la Plaza de Mayo. Pero hay una hipótesis más consistente: lo que más molestó a Alberto Fernández fueron los diarios del día siguiente, en los que Lacunza declaró abiertamente que las reservas están para evitar que el dólar vuele como un barrilete. En el entorno del candidato opositor fue interpretado como una reacción a su pedido de cuidar las partidas.
Durante el fin de semana y el lunes, Fernández recibió numerosos llamados con un mismo mensaje: "Bancalo a Hernán ante el Fondo". El principal objetivo del Gobierno era que la misión de Roberto Cardarelli y Alejandro Werner retomara con el nuevo ministro la sintonía que supo tener con Nicolás Dujovne. Todavía creían que su problema podía ser la percepción del FMI, cuando en realidad lo decisivo sería lo que iba a decir Fernández después. "Yo los apoyo, pero díganme qué quieren hacer", les respondió ya sin tanto ánimo Fernández. Estaba molesto con las críticas que le habían hecho Elisa Carrió y Miguel Pichetto. "No los entiendo, te piden ayuda en privado y después te destrozan en público", se quejó.
Está claro que el principal obstáculo es la enorme desconfianza que se tienen Macri y Fernández. Hay un rechazo personal mutuo que limita toda posibilidad de cooperación. Todo el tiempo visualizan en las acciones ajenas conspiraciones destinadas a desgastarlos. Pero el problema mayor no es personal, sino político. Hay una diferencia de incentivos que alimenta los resquemores.
Peña ya no ejerce la influencia de antes. María Eugenia Vidal, aún dolida con la estrategia oficial, reasumió anteayer en soledad su campaña bonaerense. Y Horacio Rodríguez Larreta prepara en silencio el posmacrismo
Macri oscila entre la posición de un sector interno del oficialismo que le dice que su objetivo central de acá a octubre debe ser mantener la gobernabilidad y romper el maleficio de las administraciones no peronistas (Lacunza, Frigerio), y otro grupo que le alimenta la ilusión de la resurrección electoral (Carrió, Pichetto y Peña ya con menos énfasis). En el medio va resignando creencias. Si la heterodoxia de la baja de impuestos y el congelamiento de naftas le resultó indigesta, la reprogramación de deudas fue aceite de ricino. El Presidente está enojado e irascible. A muchos sorprendió esta semana cuando en la reunión de gabinete interrumpió de modo cortante a Guillermo Dietrich, uno de sus ministros favoritos, mientras argumentaba que todo venía bien hasta que la gente votó en contra. A Macri lo altera más la imprevisión que el mal resultado.
El clima de confusión que lo rodea tampoco lo ayuda. Un dato de la semana lo refrenda. Mientras Frigerio desgastaba teléfonos para convencer a un par de gobernadores de que no se sumen a la demanda colectiva ante la Corte por IVA y Ganancias, Carrió y el senador Luis Naidenoff los acusaban de "extorsionar".
Peña ya no ejerce la influencia de antes. María Eugenia Vidal, aún dolida con la estrategia oficial, reasumió anteayer en soledad su campaña bonaerense. Y Horacio Rodríguez Larreta prepara en silencio el posmacrismo. Es quien tiene el mejor vínculo con Fernández y conversa sobre la probable cohabitación.
Una conclusión tardía se repitió en la Casa Rosada esta semana: Lacunza era el hombre ideal, pero llegó muy tarde. En paralelo creció la convicción de que Dujovne sobrestimó la capacidad del Tesoro para frenar una salida de fondos e indujo a Macri a un error de cálculo. El Gobierno está en el umbral de la fase de administración de la crisis. Cada día hábil es un calvario cuando los mercados atacan. "Del fantasma no se habla, pero está flotando, todos lo tenemos presente". La frase de un ministro que está en el corazón del poder revela los temores a la pérdida de control de la dinámica social.
Daños propios, daños ajenos
Mientras esto ocurre, Alberto Fernández siente que empezó a gobernar. Su estrategia apunta a reducir daños propios, aun si fueran a costa de generar perjuicios ajenos. Esta semana lució de a ratos como el hombre implacable que puede ser.
El comunicado después de su reunión con la misión del FMI marcó el inicio de su propia negociación. Es más, reflejó un tono más severo que el que tuvo la conversación. Buscó desalentar el desembolso de US$5400 millones y ganar terreno para el futuro. Lo mismo ocurrió con su definición de "default virtual", que agitó más los mercados. "En todo caso, si hay que poner algún tipo de control de capitales, que lo hagan ellos", reconoció un asesor del candidato peronista.
Alberto está convirtiendo a Macri en Duhalde y a Lacunza en Remes Lenicov. Todos saben que el trabajo sucio hay que hacerlo, la pulseada es por quién lo hace. En esa lógica, después debería venir el Lavagna de Alberto, que todavía no está definido. Guillermo Nielsen le dio esta semana una entrevista a la revista brasileña Valor en la que dejó un decálogo que pareció un plan económico. Fernández lo valora mucho pero tiene con él diferencias en varios puntos. No lo considera para ser ministro de Hacienda, aunque sí para cuestiones financieras. Mayor sintonía conceptual parece tener con Álvarez Agis y con Martín Redrado.
Así como Macri y Fernández tienen incentivos diferentes, algo similar ocurre con el FMI. Cardarelli y Werner debieron contemplar desde suelo argentino cómo el Gobierno anunciaba una reprogramación que obviamente ya le habían anticipado. Una experiencia traumática para los dos técnicos, que anteayer se limitaron a informar al board del organismo, en medio de un clima de escepticismo sobre el futuro del programa.
Héctor Torres, quien fue representante del país ante el Fondo con el kirchnerismo y con Cambiemos, sugiere que la única salida para encarrillar la relación con el organismo es que Macri se comprometa a utilizar los US$5400 millones para recomprar deuda y no para frenar la salida de capitales, a cambio de que Alberto Fernández se comprometa a apoyar el desembolso. "Si eso no sucede, estamos en un problema más grave de lo que parece", advierte.
Entre mezquindades y prejuicios, y sin liderazgos superadores capaces de generar compromisos estables, la Argentina vuelve a quedar expuesta a la dinámica de los mercados, una auténtica democracia financiera que en definitiva va a terminar moldeando los números de la elección de octubre, los que definen el futuro mapa del poder. El resultado puede distorsionarse por el agravamiento de la crisis y generar una distribución de cuotas políticas impensada. Demasiado inquietante.
El sabio Santiago Kovadloff busca conceptualizar la encrucijada: "La turbulencia en transiciones se exacerba por la fragilidad institucional del país. Si contáramos con instituciones afianzadas y pesaran las opiniones de los candidatos, la turbulencia sería solo discrepancia; pero acá los líderes no comparten el mismo marco institucional. Entonces la turbulencia se vuelve amenazante para la ciudadanía, deja de ser una simple transición, sacude el sistema completo y le da un carácter casi apocalíptico. Es un reduccionismo feroz en el que el dólar se transforma en la variable significativa de las instituciones; todo se reduce a una cifra".
En octubre de 2015, Fernando Straface y Cintia Maldonado elaboraron para Cippec un interesante documento sobre transiciones de gobierno. Allí resaltaron experiencias exitosas en otros países y señalaron las dificultades de la Argentina. Marcaron que los períodos entre la elección y la asunción de una nueva administración variaron entre 55 días (de Alfonsín a Menem) y 11 días (en 2003). Ninguna fue tan larga como este interregno, que ni siquiera es formalmente una transición porque no hay ni presidente electo. El trabajo se titula "Acá le dejo el gobierno". Demasiada amabilidad. Ese año Cristina ni siquiera aceptó el traspaso de los atributos. Quizás esta vez al menos eso ocurra.
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