El pulso político. Lavagna y los riesgos innecesarios
Es innegable que la complejidad y la magnitud de la negociación por la deuda generan y seguirán generando tensiones en el Gobierno y en los mercados. No menos cierto es que las mezquindades políticas existen y continuarán existiendo probablemente por los tiempos de los tiempos.
Desde que comenzaron a avizorarse la probable salida del default y la cercanía de un acuerdo con los acreedores privados que incluyera una de las quitas de deuda más importantes en la historia económica internacional, los celos y las operaciones políticas tendientes a definir quién se quedaría con los laureles de la eventual negociación exitosa estuvieron a la orden del día.
Fue así como entre no pocos analistas políticos se acuñó un verbo poco frecuente para el ciudadano común: "esmerilar".
El esmeril es una roca negruzca tan dura que raya todos los cuerpos, con excepción del diamante. El verbo esmerilar se asocia a la acción de pulir algo o deslustrar el vidrio con esmeril o con otra sustancia.
Los más altos funcionarios del Ministerio de Economía perciben que desde determinados sectores del Gobierno se busca restarles brillo, deslustrarlos o, como se dice en la jerga de los políticos, "esmerilarlos". Tuvieron esa sensación una semana atrás, cuando desde el ala política gubernamental se dejaron trascender cuestionamientos al equipo encargado de la negociación de la deuda, conducido por el secretario de Finanzas, Guillermo Nielsen. También cuando surgieron aparentes diferencias entre el equipo económico y el titular del Banco Central, Martín Redrado, en torno de la política de adelantos transitorios de la entidad monetaria al Gobierno.
Ese malestar de algunos hombres del Ministerio de Economía pudo haber influido en las versiones sobre el alejamiento de Roberto Lavagna del Gobierno que ayer sacudieron algo a los mercados.
Pero así como desde el Palacio de Hacienda fueron desmentidos esos rumores, no parece haber nadie en la Casa Rosada que esté pensando que Lavagna deba dejar su cargo. Hay consenso en que a nadie en el Gobierno le conviene que el titular del Palacio de Hacienda abandone su sillón en estos momentos. Entre otras cosas, porque no es prudente ni sencillo cambiar de caballo en la mitad del río. Y mientras la ardua negociación con los bonistas y con el FMI prosiga, la estabilidad de Lavagna no debería correr peligro, a menos –claro está– que el ministro tire la toalla.
Dos factores sí pueden complicar la relación entre Kirchner y Lavagna a largo plazo. Uno es la posibilidad de que ambas figuras pugnen por la presidencia de la Nación en 2007. Otro está dado por la eventual profundización de las discrepancias entre el ministro de Economía y el de Planificación Federal, Julio De Vido.
Más de una vez, desde el Palacio de Hacienda se insinuó un déficit de gestión en la cartera conducida por De Vido. Al mismo tiempo, las peleas por el presupuesto son un clásico entre ambos ministerios.
Por si fuera poco, la renegociación de los contratos con las empresas de servicios públicos privatizados, a cargo de la cartera de De Vido, también generó en algún momento diferencias. En el Ministerio de Economía señalan que el problema de fondo en las negociaciones con el FMI es justamente el futuro de las tarifas de esos servicios.
Al Gobierno le gusta jugar en la cornisa. Lejos está del suicidio. Pero el riesgo de un accidente nunca es menor.
lanacionar