¿Llega la era de hielo para los pedagogos?
Dime a quién nombras como ministro de Educación y te diré cómo la concibes. Me refiero a Daniel Scioli y a la figura que acaba de elegir para el Ministerio de Educación en caso de ganar las elecciones: el rector de la UBA, el contador Alberto Barbieri. ¿Qué significa la elección de Barbieri? Hay varias cosas para decir.
En principio, que la sorpresa que causa su elección tiene que ver con la ruptura que implica. Hace 15 años que un rector universitario no ocupa el Ministerio de Educación. El último, en 2000, fue el cirujano Hugo Juri, rector de la Universidad Nacional de Córdoba. La seguidilla de ministros nacionales de Educación que se dio desde entonces y sobre todo a partir del kirchnerismo con Filmus, Tedesco y Sileoni, le devolvió el poder a los pedagogos o funcionarios educativos.
No siempre fue así: la supremacía de los varones del sistema universitario en el ministerio nacional fue un clásico en la década del 70', por ejemplo, con las democracias tensas de corte peronista y los gobiernos de facto. Entre 1970 y 1983, siete de diez ministros de Educación fueron rectores de universidades. La elección de Barbieri implica entonces que, de la mano de Scioli, los pedagogos podrían volver a perder, y dentro de sus propias filas: Sergio España e Irene Kit, los dos especialistas en educación que vienen bancando la parada educativa del sciolismo hace meses, quedaron desplazados por el que manda en la UBA.
Evitando pedagogos, Scioli esquiva la discusión sobre la calidad educativa que no lograron alcanzar y patea el corner a la relación entre los aprendizajes escolares y el mundo adulto. Un rector universitario tiene voz sobre esos temas.
Segundo, también hay que decir que la gestión universitaria está a salvo de esa suerte de escrache que son las pruebas PISA, que desacreditan a pedagogos con responsabilidad sobre el sistema. Están los rankings universitarios globales pero nunca miden aprendizajes de los universitarios. Barbieri, entonces, tiene mejor imagen que Alberto Sileoni.
Tercero, que un rector universitario no es, en sentido estricto, un educador. Las posiciones de poder en el espacio universitario no se ganan a fuerza de mejoras de los aprendizajes de sus estudiantes. En ese sentido, Barbieri, más que un educador, es, ante todo, un político. Por más trayectoria que tenga como rector de la UBA desde 2014, como decano de la facultad de Ciencias Económicas en dos períodos, Barbieri debe sus logros sobre todo a su cintura política. Y lo prueba todo el tiempo. Hace gambetas propias de Messi para esquivar los bretes en que lo pone la vida universitaria como las acusaciones de corrupción a hombres de su confianza, o el desmanejo financiero en el Hospital de Clínicas. Barbieri afronta todos los conflictos y es convincente, aunque uno no termine nunca de estar de acuerdo.
Lo que Scioli quiere en educación es sobre todo gestionar el conflicto. O que alguien lo gestione. Barbieri sabe hacerlo. Lo mismo buscó con la escribana Nora De Lucía en la provincia de Buenos Aires.
Si se trata de asuntos específicamente pedagógicos, Barbieri prefiere darle la voz a la secretaria de Asuntos Académicos de la UBA, Catalina Nosiglia, ella sí doctora en Educación, el pilar educativo de Barbieri. Habrá que ver de qué figuras pedagógicas se rodearía Barbieri si asume a nivel nacional.
La elección de Barbieri es, por último, un golpe maestro de marketing. Aprovecha el prestigio de la UBA y Barbieri tiene la suerte de poder echarle la culpa de la baja tasa de egreso de estudiantes en la UBA a la mala herencia de la secundaria. ¿Podrá torcer ese rumbo en caso de ser ministro de Educación?
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