Debate presidencial: los ataques buscaron sortear las fronteras de un formato limitado
Después de ponerle por segunda vez en siete días un cerrojo inexpugnable al debate presidencial con la ayuda de la Justicia, los candidatos actuaron como si la jaula a la que decidieron entrar no existiera. Todas las interpelaciones, alusiones y reproches que se lanzaron de manera recíproca no pudieron encontrar su cauce normal porque el modelo de debate convalidado por las agrupaciones políticas y la Cámara Electoral jamás tuvo en cuenta el uso de esas herramientas. Una vez más, como ocurrió la semana pasada, el que perdió fue el ciudadano común, que vio desmentido en los hechos frente a una pantalla el pregonado propósito de la Cámara Electoral de hacer de estos debates un vehículo de "promoción del voto informado".
Lo dijo María O'Donnell en la introducción. La periodista, que integró la primera de las dos duplas encargadas de las presentaciones junto a Marcelo Bonelli, agregó inmediatamente después algo todavía más explícito: "Nuestro rol como moderadores es muy acotado. Nos limitamos a administrar los tiempos". Pareció un mensaje de los responsables de la transmisión televisiva (y, podríamos agregar por extensión, también del ciudadano de a pie) para los políticos y los jueces. Los debates presidenciales por televisión, en la primera experiencia concreta posterior a la aprobación de la ley que los fija obligatorios, no resultan útiles ni para los candidatos ni para los votantes si están sometidos a reglas tan férreas.
La demostración quedó anoche mucho más a la vista respecto de lo ocurrido hace una semana en Santa Fe con un dato puntual. Primero Bonelli y más tarde Mónica Gutiérrez (que compartió la segunda dupla periodística con Claudio Rigoli) informaron a los candidatos que en un determinado momento contaban con 30 segundos para "interrogar" a sus pares o bien para que pudieran interactuar entre ellos. ¿Se pueden hacer intercambios fructíferos en un tiempo tan estrecho? ¿Es posible elaborar en medio minuto argumentaciones convincentes más allá de alguna frase de impacto sobre cualquiera de los temas sensibles incorporados al temario? ¿Cómo hace un candidato para replicar la eventual alusión en su contra que hace otro candidato sorteado para cerrar el círculo de esas mal llamadas "interacciones".
Si los candidatos no pueden interpelarse en un sentido estricto, si los periodistas designados para moderar no pueden hacer preguntas (reduciendo al mínimo su rol como encargados del reloj) y si, como señalamos la semana pasada, ni siquiera es posible observar en pantalla dividida la reacción de unos mientras hablan los otros, la utilidad del debate como ayuda a fortalecer el voto informado pierde su esencia.
En términos formales la transmisión de anoche fue una réplica de todo lo que vimos siete días atrás desde el paraninfo santafesino. Candidatos exponiendo con fondos negros muy poco amigables para el televidente, ausencia casi total de planos generales y una insistencia constante de los presentadores en repetir las reglas antes de cada bloque y sus consiguientes momentos de "réplica" y conclusiones. También se reiteró el procedimiento del debate inicial en cuanto al orden y la estructura del encuentro: un corte publicitario después del segundo de los ejes temáticos propuestos y un segundo corte antes del momento dispuesto pata las conclusiones.
Al mismo tiempo, se repitieron los agradecimientos personales de algunos moderadores a partir del "privilegio" que dijeron haber sentido al cumplir esa tarea. Si se les permitiera cumplir con la función genuina que un moderador periodístico debe tener (empezando por la posibilidad de hacer preguntas concretas a los candidatos), no habría lugar para tanta autorreferencialidad innecesaria.
Tan estrictas resultan las reglas que el debate se dio por terminado inmediatamente después de los agradecimientos finales frente a las cámaras por parte de Gutiérrez y de Rigoli. Apenas un rapidísimo plano final general del salón de actos de la Facultad de Derecho, casi en una fracción de segundo, marcó el cierre. Ni siquiera tuvimos la oportunidad de apreciar cómo dejaba el recinto cada candidato.
Queda hacia adelante la oportunidad de una mejora. Como señalamos la semana pasada, todavía no parece haberse naturalizado del todo en esta primera experiencia obligatoria la utilidad del debate presidencial y sobre todo la importancia de darle a la televisión un mínimo de instrumentos para hacerlo más aprovechable y útil.