El pulso político. Los efectos que deja el huracán Carlos Saúl
Martín Rodríguez Yebra
Cuentan que hacía años que no disfrutaba tanto de la política.
Carlos Saúl Menem vive horas que ni su propio ego le habrá permitido imaginar a estas alturas de su ocaso: con sólo faltar a una sesión del Senado volvió a convertirse en una figura decisiva en el tablero político; dejó en ridículo a sus colegas del "bloque opositor" -que lo contaban como propio, pero les da vergüenza posar con él en una foto-; obligó a que el Gobierno dejara de insultarlo, y hasta consiguió que el jefe de Gabinete de los Kirchner contara en público "el gran cariño" que le tiene.
Es un reverdecer efímero. Casi seguramente la semana próxima reaparecerá en el Congreso, lo rodearán las cámaras y, teatral como en sus buenas épocas, dará quórum para permitir que el Senado vuelva a funcionar. Obtendrá, como pidió en diálogos reservados, más puestos en las comisiones. Tal vez coquetee en el futuro con ser el hombre clave de tanto en tanto y que su precio suba de cara a 2011.
Pero el gesto de Menem tuvo un impacto más profundo en el mapa político. Desnudó, por un lado, la fragilidad del mosaico opositor, que quiere ponerles límites a Kirchner y al gobierno de su esposa. Es un rompecabezas con piezas que no encajan. Hay ideas distintas y desconfianza entre los líderes de los bloques principales. El PJ disidente, la UCR, la Coalición Cívica y Pro enfrentan, cada uno, duras peleas internas de cara al juego electoral del año que viene. También se vio que les va a costar más de lo que suponían construir acuerdos para sancionar leyes no deseadas por el Gobierno.
La frustración que vivieron los opositores en el Senado ahondó los recelos entre ellos. ¿Cómo no previeron que Menem faltaría? ¿Por qué el PJ disidente dijo tener acordado el voto del ex presidente? ¿Se apresuró el radicalismo, como le reprochan los peronistas, a aceptar la aprobación de José Pampuro como presidente provisional, sin haber acordado antes la votación del reparto de comisiones?
Chupetines
Kirchner celebra ese huracán en sordina. Poco le gusta más que dejar en ridículo a sus rivales. "Faltaba que repartieran chupetines a la salida del recinto", bromeó un legislador oficialista, en alusión a la supuesta ingenuidad con que los opositores votaron todo lo que quería el oficialismo y se quedaron helados cuando Miguel Pichetto los dejó sin quórum para "la toma del palacio" que habían anunciado al mundo.
El clima del Senado, siempre orgulloso del "respeto a los códigos", ya no será el mismo después de la picardía de Pichetto. Y a Kirchner no le saldrá gratis la ayudita de Menem. La posibilidad de que haya sido un faltazo acordado se asemeja literalmente a un pacto con el diablo para muchos de los kirchneristas convencidos. Ni que hablar de los cariñosos saludos de Aníbal Fernández al hombre que simboliza los "malditos 90".
"Ganamos tiempo", sintetizó un exégeta de Kirchner. Es cierto: postergaron una derrota segura. Tal vez puedan demorar la caída del Fondo del Bicentenario. Y demostraron que no se entregarán mansamente a la nueva etapa. Son trofeos módicos, pero así será el futuro para el Gobierno: a la defensiva, cada día que consiga frenar el recorte de poder que marcaron las elecciones del año pasado será un día menos para llegar con algo de oxígeno a la pelea mayor de 2011.
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