Los errores ajenos dan un respiro a Macri en lo peor de la recesión
La frontera entre el éxito y un fracaso rotundo es un hilo casi invisible para Mauricio Macri . "Si Massot le daba una piña a Filmus por ahí se nos caía la sesión y ahora estábamos hablando de otro pico de la crisis ", relata un funcionario del Gobierno que vivió pegado al teléfono las 18 horas que duró la sesión del presupuesto en la Cámara de Diputados.
La riña entre el macrista Nicolás Massot y el kirchnerista Daniel Filmus , precedida por una provocación de Leopoldo Moreau, fue el momento en que el oficialismo estuvo más cerca de saltarse el libreto pactado: resistir el tiempo que fuera necesario, hablar poco y hacer nada que pusiera en peligro el trabajoso acuerdo sellado con los gobernadores peronistas.
Moreau había toreado a uno de sus excorreligionarios radicales al inicio de la sesión: "No festejen el quórum. A ver cómo terminan esta sesión".
El plan kirchnerista de causar un error fatal del macrismo -dentro o fuera del Palacio- que hiciera caer el debate se topó con la debilidad que tanto le cuesta asumir a los seguidores de la expresidenta. La oposición peronista navega en un mar de intereses contrapuestos que desalienta aventuras arriesgadas contra el poder de turno.
Por primera vez en mucho tiempo Macri pudo disfrutar esta semana el placer de no interrumpir al rival cuando se está equivocando. Las noticias objetivas que esperaba -la aprobación del presupuesto y la ratificación del acuerdo con el Fondo Monetario Internacional (FMI)- quedaron potenciadas por el excesivo costo que pagaron quienes enfrentan al Gobierno.
El prólogo fue la incomodidad de la jerarquía eclesiástica por la "misa opositora" que encabezó el obispo de Luján, Agustín Radrizzani, en la explanada de la basílica.
Lo que pudo ser un crítico llamado de atención de la Iglesia por el aumento de la pobreza terminó en un sainete de aclaraciones que volaban de Roma a Buenos Aires para explicar por qué los delegados del papa Bergoglio decidieron retratarse con Hugo y Pablo Moyano en su mala hora judicial.
El largo miércoles en el Congreso el oficialismo se había propuesto pasar en puntas de pie la discusión del ajuste más drástico de las cuentas públicas desde la gran crisis del 2001-2002. Se les pidió a los diputados rasos que se excusaran de dar discursos.
Durante semanas el ministro del Interior, Rogelio Frigerio , y el presidente de la Cámara baja, Emilio Monzó, remaron en un sinfín de reuniones con gobernadores y diputados peronistas, con idas y vueltas al Ministerio de Hacienda que encabeza Nicolás Dujovne , para blindar los apoyos que le faltaban al macrismo.
Estaba todo atado, pero una represión desbocada -como la que supusieron los diputados kirchneristas Andrés Larroque y Horacio Pietragalla cuando encararon hacia los carros hidrantes de la policía- o una gresca en el recinto podían acobardar a los pactistas.
La jugada del kirchnerismo y la izquierda de promover disturbios y después forzar la suspensión de la sesión no encontró fervor en sectores del peronismo que orbitan a Cristina. Felipe Solá, flamante jefe de una nueva línea interna, se resistió a jugar a fondo con esa estrategia.
Tampoco se mojó de verdad el presidente de eso que todavía se llama Partido Justicialista (PJ), José Luis Gioja.
Mucho menos el massismo, a pesar de su frontal rechazo al plan económico.
Sin oferta
La sesión del presupuesto expuso las contradicciones peronistas cuando falta un año para las elecciones generales.
El movimiento carece por ahora de una oferta creíble, pese a que tiene enfrente un presidente muy golpeado en su imagen y que deberá pelear su reelección en un contexto de ajuste, recesión y caída del salario real.
Todas las encuestas muestran una polarización extrema entre dos posibles candidatos -Macri y Cristina- que mantienen su núcleo duro y a la vez ven crecer el porcentaje de gente que dice que jamás los votaría.
La mayoría de los potenciales electores no está con uno ni con otra, pero ningún dirigente es capaz de pescar en ese río.
Macri moderó en las últimas dos semanas su caída, según coinciden dos sondeos encargados por el Gobierno y uno, por un opositor. La crisis y el ajuste lo dejaron apenas con los incondicionales. Suficiente para sostenerse en carrera.
A Cristina el escándalo de los cuadernos tampoco la tachó de la lista. Ella siente que puede sentarse a esperar el ruego de un peronismo que renegó de su legado.
El resto se mueve en el desconcierto. Por ahora hay muchas fotos y ninguna alianza. Sergio Massa parece haber entendido que ya no queda nada que buscar en la avenida del medio.
Su mensaje hoy es más antimacrista que antikirchnerista. Es adversario de ambos, pero puede necesitar la cooperación del voto K si le toca pelear el poder en un eventual ballottage.
El salteño Juan Manuel Urtubey, en cambio, todavía cree en que la sociedad podría buscar una suerte de "macrismo sensible", para lo cual apuesta a la colaboración crítica con el Gobierno y huye de todo lo que suene a nostalgia kirchnerista.
El cordobés Juan Schiaretti comulga con esa postura, con la ventaja de que su futuro podría ser apostar por la reelección como gobernador.
Otros jefes provinciales, en especial Juan Manzur, creen todavía en una convergencia entre la mayoría de las porciones del peronismo. Explícita o implícita, pero que lleve a la Presidencia al candidato que consiga forzar un ballottage con Macri. El tucumano es de los que pide no apresurarse. Fue uno de los que regateó fondos a cambio de no trabar al presupuesto (sus diputados se abstuvieron).
Intereses contrapuestos, diferencias ideológicas y celos personales demoran el despegue opositor. Macri, pese al lastre de una recesión que aún no mostró su peor cara, cuenta con la ventaja de manejar su destino.
Quiere ser candidato y su campaña hoy es la gestión: controlar el dólar, estabilizar la economía y disponer la contención social que demanda la magnitud de la crisis. De acá a fin de año le toca completar el trámite del presupuesto en el Senado (Miguel Pichetto ya le garantizó que no habrá sorpresas), conseguir que transcurra con éxito -y sin violencia excesiva- la Cumbre del G-20 y atravesar en paz el calor de diciembre. El año que viene "es ciencia ficción", dicen en la Casa Rosada.
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