Entre los cánticos que gritaban este domingo los manifestantes, en el octavo aniversario de la primera manifestación que, en el año 2012, marcó el principio del final de la última presidencia de Cristina Kirchner, había uno que sobresalía, por su insistencia y su sencillez. Rezaba: "Ar-gen-ti-na/ sin Cris-ti-na".
Ya sabemos que la centralidad de la vicepresidenta es indudable. Ya sabemos que los temas que dominan la agenda pública hoy, aparentemente, no tienen que ver con Cristina. Son, en este orden, de importancia:
- El debate en torno a las carreras de las vacunas. La Spunik V, proviniente de Rusia; y la de Pfizer, cuya confirmación que tendría el 90 por ciento de efectividad, hizo volar las acciones del laboratorio en particular y las acciones del Wall Street en general.
- El veranito en los mercados cambiarios, con una nueva baja del dólar. Con un discurso del ministro Martín Guzmán que busca hacer buena letra ante los funcionarios del Fondo que mañana lo vienen a visitar.
- El combo del anuncio de la vacuna de Pfizer sumado al triunfo de Joe Biden. (La mezcla que hizo subir las acciones y bajar el riesgo país en casi todos los países del mundo).
- El anuncio de que el último IFE se distribuirá en noviembre y que en diciembre desaparecería.
- La información de que los jueces Leopoldo Bruglia y Pablo Bertuzzi no renunciarán y que se van a presentar a concurso.
Enseguida nos vamos a meter con cada uno de estos asuntos, junto a Conrado Estol, Martín Tetaz, Federico Andahazi y Hugo Macchiavelli. Pero te propongo un juego. Un juego contrafáctico. Te propongo que pensemos cómo sería la Argentina sin Cristina. ¿Cómo te la imaginás?
Me apuro a contestar. Me la imagino mejor, mucho mejor. Sería un país con menos odio, menos resentimiento y menos grieta. Con un presidente menos condicionado, y dispuesto a empezar a gobernar. Con menos tensión en el sistema judicial. Con menos ataques a los medios y a los periodistas. Con menos presión contra los fiscales y los jueces que pretenden seguir investigando sin condicionamientos.
Con empresarios como Cristóbal López y Lázaro Báez todavía presos, o pagando al Estado parte o la totalidad del dinero mal habido que levantaron gracias a sus vínculos políticos.
Con un nivel de diálogo político más o menos racional, donde no se tengan que discutir cuestiones delirantes sobre si las usurpaciones son un delito o un derecho de los que no tienen dónde vivir. Donde a nadie se le ocurra que puede ser una buena idea expropiar una empresa como Vicentin.
Donde los policías y el resto de las fuerzas de seguridad no tengan miedo de actuar cuando un chorro te asalta o alguien te ataca con un arma.
Donde los detenidos puedan estar en cárceles limpias y tengan la oportunidad de ser contenidos y rehabilitados para vivir en sociedad, pero que no salgan en tropel, para volver a cometer nuevos delitos, como viene sucediendo desde el principio de la pandemia.
Hace un rato hablé con un economista que asesora a inversionistas. Me explicó algo, una idea sencilla que cada vez tiene más consenso. Es un economista que piensa que "vender bonos en pesos, para calmar al contado con liquidación, no es buena estrategia". Que es un buen parche, pero que tarde o temprano puede explotar. Por la vía de una altísima inflación, incluso hiper. Por la vía de una megadevaluación. O por la vía del default.
Él piensa que la evolución del mercado cambiario dependerá más del nivel de credibilidad que tengan las medidas para reducir el gasto y el déficit fiscal, y del grado de acuerdo con el Fondo, que de los instrumentos que pueda usar Guzmán para frenar el dólar blue.
Que el problema de la Argentina es muy profundo, y se llama desconfianza. Desconfianza en un país que gasta mucho más de lo que ingresa, y sigue gastando el flujo de caja, como si tuviera una riqueza que no es verdadera. Este economista, sostiene que hay solo dos maneras de parar la crisis que ya se incubó, y que tarde o temprano podría explotar.
Una: que el Banco Central retire todo el exceso de pesos. Lo veía difícil. Casi imposible. Dos: que el Gobierno convenza a los argentinos, y al resto del planeta que los problemas estructurales de la economía argentina, van a desaparecer en corto tiempo.
Lo quiso y no lo pudo hacer, el expresidente Mauricio Macri. Y no lo pudo hacer, entre otras cosas, porque no contaba con la mayoría parlamentaria necesaria, para imponer las leyes que se precisaban. Entonces, si damos por cierta la hipótesis, de este economista y asesor en inversiones con el que hablé, ¿cuál sería la salida?
Un gran acuerdo político, en el que participe Juntos por el Cambio y el resto de la oposición, y que incluya el compromiso de bajar el gasto, aprobar un cambio en las leyes laborales, para generar más inversión y más trabajo, y una reforma tributaria para que empiecen a pagar los que hoy no lo hacen, porque les conviene el riesgo de permanecer fuera del sistema. Un acuerdo político que implique no llevarse puesta a la Constitución, ni a la Corte, ni a la oposición, ni al campo, ni al resto del sector productivo.
¿Y cómo podría materializarse ese acuerdo político? Con casi todos los dirigentes de la Argentina, incluidos la mayoría de los sindicatos adheridos a la CGT. Con todos los que no quieran imponer sus visiones maniqueas.
Podría hacerse, por su puesto, sin Cristina. Porque ya demostró que no dudaría en llevarse todo puesto. Porque sus seguidores no respetan, en términos prácticos, ni la división de poderes, ni el sistema democrático. Pero Cristina existe, gravita, gobierna, y no se la puede expulsar, ni hacer de cuenta que no existe. Y es este, entre otros, quizá uno de los más grandes problemas que tiene la Argentina.
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