Milei y el cambio climático en el que cree
En la batalla cultural, el mileísmo se atreve a ir más allá del horizonte prometido en 2023; lo demuestran las transgresiones de sus influencers, que se entregan a una consigna que ya supo interpretar el kirchnerismo
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Hay un cambio climático en el que Javier Milei cree: es el cambio de clima cultural. De la batalla por el sentido común, no se baja. Al contrario, la batalla cultural está bullish entre los libertarios: ahora la intensifican en sus modos y la extienden en su geografía. A menos de un mes de cumplirse su primer año en el poder, Milei puede mostrar coherencia en un punto de su agenda, el económico: en ese aspecto, viene cumpliendo con lo que prometió.
En otro punto de su agenda ideológica y política, se anima con una escalada más sorpresiva respecto de cuando accedió al poder: en lo social, cultural y simbólico, el mileísmo se atreve a ir más allá del horizonte prometido que le convino electoralmente en 2023. Con los temas “blandos”, se muestra cada vez más osado en su gestualidad: “me chupa la pija la opinión de los kukas”, es el nuevo leitmotiv de los Proud Boys trajeados y mileístas liderados por el influencer Gordo Dan, pronombre autopercibido; Daniel Parisini, nombre del DNI. Lo cantan felices en pogo colectivista.
Las “pijas” politizadas rockeadas a viva voz en el acto de lanzamiento de la agrupación Fuerzas del Cielo, el sábado, en San Miguel, son el ejemplo más obvio de la intensificación de la batalla cultural. Una osadía que no se preocupa por si roza algún tipo de límite, no está claro si el límite de lo aceptable en términos de sociabilidad militante, o algo menor, el límite del ridículo. En todo caso, lo hace vía regresión a estudiantina de muchachada adolescente de escuela de varones confesional, a juzgar por las pancartas estilo romano de “Dios, patria y familia” colgadas en el escenario, en viaje de egresados. O de escuela primaria, incluso: ¿quién no se divirtió repitiendo malas palabras cuando era chico? Ahora la gracia es cantarlas en público y siendo adulto, y autopercibiéndose en aguerrido “combate” ideológico. Se dan todos los gustos.
Cada época da con su formato de militancia. La que derrama de las redes sociales libertarias a la calle tiene ese tono. Si la política es emoción, hay una efectividad en ese haka: el cantito de cancha desenfadado y al margen de cualquier corrección es liberador y construye espíritu de cuerpo. La ilusión de un carnaval colectivo que subvierte algún orden: el orden que combaten quienes lo entonan. El peronismo y su versión kirchnerista siempre lo han tenido: de hecho, la retórica mileísta recupera la idea del “ejército de pibes para la liberación” en otros de sus cantos.
En cada caso, por derecha o por izquierda, los pibes se vuelven con ganas soldaditos sin libertad en obediencia a sus líderes: Cristina Kirchner o “el Javo”. El objetivo es contradictorio: obedecer para liberar. En el caso de los kirchneristas, liberar a la nación de los “poderes fácticos”. En el caso de los mileístas, liberar a la Argentina de “la casta” y “el socialismo” o “los zurdos hijos de puta”. En los dos casos, es curiosa la disposición festiva con la que se entrega la libertad. Pero esa consigna es más paradójica en el caso de los libertarios.
“Galvanizar, distraer y ganar tiempo”: eso es lo que está detrás de la estrategia de la provocación y su escalada, según un consultor clave, con mil batallas en la política nacional, que ahora asesora al Poder Ejecutivo como mano derecha de un ministro de extrema confianza de Milei. Galvanizar a la propia tropa para estar listos cuando llegan los sinsabores y los nuevos desafíos. Distraer a la opinión pública, sobre todo la progresista, que enfrenta un dilema: ¿cae presa de la indignación por los modales de la democracia digital de formato mileísta o la deja pasar? ¿Se toma en serio o no la estudiantina mileísta? Cuando lo hace, termina beneficiándola.
Ayer, el jefe de bloque de La Libertad Avanza en la Cámara de Diputados bonaerense, Agustín Romo, expuso el truco abiertamente. Primero, en San Miguel, Gordo Dan da un discurso que dura minutos; en pocos segundos, habla de las Fuerzas del Cielo como “brazo armado y guardia pretoriana” de Milei; al instante, se viraliza. Y luego comienza la reacción “progresista”, con indignación modelo siglo XX, que lee guerrilla urbana setentista detrás de “brazo armado”, y rebota en las redes al estilo siglo XXI. Episodio final: Romo viraliza el recorte siguiente, que le baja el tono al primer recorte, con el Gordo Dan hablando del “arma más poderosa de la humanidad, que tenemos todos en la mano”: el celular. Para terminar de revelar el truco mileísta que les permite ganar terreno en la disputa diaria por el sentido común, Romo sintetizó ayer lo sucedido: “la publicidad más fácil de la historia”.
Además de un crecimiento en la intensidad de la batalla cultural, ahora también el mileísmo es más agresivo en el alcance geopolítico de su guerra simbólica. De poner el foco en el combate al kirchnerismo y su intensificación pasó a la batalla contra el “globalismo”, la gobernanza internacional modelo siglo XX y todo lo que representa.
La última novedad la acaba de traer la participación de Milei en el G-20. Finalmente, firmó la declaración de todos los presidentes, aunque con salvedades verbalizadas. La estrategia puede confundirse con un ingreso de Milei a un camino de sentido común modelo siglo XX. Pero esa impresión es falsa: la firma con reparos es un nuevo paso en su estrategia de combate global. En lugar de votos negativos que aíslan, o faltazos que borronean la presencia global y hacen perder exposición, Milei asistió a Río de Janeiro, saludó a Lula y a la primera dama brasileña, no le escupió el asado de su plan contra el hambre y firmó la declaración de presidentes pero dijo lo suyo.
Por experiencia propia, Milei sabe que gobernar es explicar, explicar y explicar, como sintetizó el expresidente brasileño Henrique Cardoso. Lo supo desde antes de asumir: si se hizo un lugar en el mapa político argentino, fue a fuerza de hacer pedagogía en contra del déficit fiscal. Esa estrategia llevó al G-20: para desregular la gobernanza global, Milei se dispone a explicar, explicar y explicar, en este caso, sus diferencias profundas con la Agenda 2030. Hubo comunicado oficial del gobierno insistiendo con el argumento central de Milei: “Si queremos luchar contra el hambre y erradicar la pobreza, la solución está en correr al Estado del medio. Debemos desregular la actividad económica para liberar al mercado y facilitar el comercio y que el intercambio de bienes y servicios sea lo que traiga prosperidad”. Milei busca minar el sentido común de la gobernanza global desde adentro, como caballo de Troya.
En ese punto, el avance del libertarianismo mileísta vuelve a dejar clara su conexión directa con la pandemia 2020 y sus efectos en la ingeniería social: la consolidación de un rechazo a la institucionalidad internacional y a sus políticas, con resultados violatorios de la libertad de los individuos en distintos planos. La Organización Mundial de la Salud (OMS) y la nave nodriza de la que depende, Naciones Unidas, se volvieron la síntesis perfecta de ese orden “socialista”, en el lenguaje mileísta, que el planeta libertario, en sus diversas encarnaciones, rechazan: desde Milei y Bukele a Elon Musk y Donald Trump, y hasta Giorgia Meloni y la derecha de Vox en España.
Para Milei y sus libertarios, esa gobernanza, desde la ONU o la Unión Europea al G20 y todas las agencias que institucionalizaron por décadas el diálogo entre las naciones, es sinónimo de burocracia, elitismo deficitario, casta internacional con privilegios, atraso medioambiental, injerencia indebida en las naciones, wokismo cultural, avance antioccidente, censura en las redes y la penetración de soluciones estatistas para resolver las deudas económicas. Lo que el ideólogo de los libertarios locales, Agustín Laje, sintetiza como “socialismo del siglo XXI”. Las votaciones argentinas en Naciones Unidas en contra de resoluciones en favor de derechos de pueblos originarios y para prevenir formas de violencia contra niñas y mujeres son la punta más visible del iceberg de desfachatez creciente en el terreno de ciertos intangibles.
“Lo importante es la agenda profunda que hay por detrás de la provocación continua”, advierte el asesor experimentado en grandes ligas políticas. Se refiere a la agenda de Milei con mayor base social: la económica, la del rol y tamaño del Estado, y la desregulatoria, que también llevó al G-20. En temas macroeconómicos y desregulatorios, cumple con su promesa electoral con una coherencia general: terminó con el déficit fiscal, viene achicando el Estado, avanza con la desregulación y sigue logrando bajar la inflación, y cuando va al Brasil de Lula, mantiene su batalla global en el carril de la economía, el capitalismo y sus efectos.
Detrás de la posición en el G-20, hay un debate conceptual de mayor peso: la distinción entre pobreza e igualdad y los dilemas que presenta el concepto de “justicia social”. Para la biblioteca libertaria, la justicia social distorsiona el funcionamiento de una sociedad de esfuerzo y mérito, y la vuelve dependiente del Estado. En su mirada, no es relevante que los ricos sean más ricos, sino que haya pobres o sean cada vez más pobres: mientras todos estén fuera de la pobreza, la brecha no es central. Por eso no rechaza el plan contra el hambre promovido por Lula. En la concepción libertaria, uno de los roles del Estado es asistir de manera eficiente a los caídos del sistema.
Pero no está tan claro que la escalada de la batalla cultural se detenga en ese borde. En temas sociales y culturales, en cambio, hay una avanzada que se intensificó en las últimas semanas, y va más allá de su programa de hace un año. Mientras que en 2023, ya subido a la carrera electoral, evitó hacer foco en un hachazo futuro a la libertad para abortar o en extender su mirada pro armas hasta la portación de armas que había defendido meses antes, ahora empiezan a verse intentos por volver a debatir esos temas. La cuestión es cómo jugará ese ideario en los votos prestados que Milei necesita para ratificar su autoridad cuando lleguen los desafíos electorales.
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