Momentos de emoción
SANTIAGO DE COMPOSTELA (De nuestra corresponsal).- Por apretada que sea la agenda de una gira oficial, siempre hay un momento en que el Presidente está solo.
Convertido en una figura de las pocas que se desdibujaban en la fantástica niebla que impedía ver con nitidez a más de tres metros, Fernando de la Rúa eligió que ese instante fuera en la Catedral de Santiago de Compostela. Así, casi anónimo, cruzó temprano la medieval plaza empedrada para asistir a la misa que ofició el arzobispo Julián Barrios.
De él escuchó palabras de aliento. "Ejercida desde el compromiso cristiano, la política ofrece al hombre una de las más altas posibilidades espirituales y morales para encontrar su razón de ser en el bien de los demás", dijo el prelado.
El canto gregoriano retumbó después en la iglesia de piedra, casi vacía a esa hora. Emocionado, De la Rúa se pasó un par de veces la mano por el rostro. Luego cumplió los mismos ritos de los peregrinos que desde siglos llegan a ese templo: abrazó por la espalda la imagen del santo, visitó su sepulcro y siguió extasiado el pendular movimiento del Botafumeiro, el enorme incensario que vuela sobre las cabezas de los fieles. Sólo se oía el ruido de las poleas que movieron ocho hombres, subiendo y bajando el pesado cofre de plata que soltaba su perfume.
"¡El Presidente!"
La niebla se había disipado bastante cuando, tras el oficio, decidió recorrer las calles de la ciudad vieja. Pero enseguida el clima se alteró mucho más: "¡Presidente, Presidente... somos argentinos!", gritó el primer grupo de turistas que lo reconoció. "¿Es usted?... ¡No puedo creerlo!... mire... todos éstos también venimos de Córdoba!", gritó otro. A su espalda, 25 personas saludaban con la mano.
De la Rúa sonrió, repartió besos y -abrazado como en una barra de amigos- se sacó fotos con quienes le pidieron que posara de ese modo.
En solitario, una de las turistas empezó a cantar el himno. Poco a poco se sumaron otras voces, hasta que, al final, el coro quedó formado. Y ya no hubo quien lo detuviera. "¡Fuerza... ánimo... todo va a salir bien!", lo alentaron en la despedida, cuando reanudó la caminata.
"Mire que no los trajimos nosotros... vinieron por sí mismos", bromeó a su lado el alcalde, Xosé Antonio Sánchez Bugallo. Socialista, el dirigente no había visto una cosa así en mucho tiempo. De la Rúa volvió a reírse. Con ese gesto subió al auto en el que abandonó la ciudad.
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