El análisis. No es de Macri ni de la Presidenta, sino de todos
¿A quién aplaudía anoche el Teatro Colón en pleno cuando todas las miradas se dirigieron hacia el palco principal? ¿A Macri, a Mujica, a Cobos? Los aplausos no tienen ideología: sólo su intensidad devela una mayor o menor adhesión. Y éste fue sólido y cerrado.
Habrá que deducir que el aplauso era para ellos sin distinción de banderías, y finalmente para todos los que tuvimos anoche el privilegio de ser protagonistas de una página histórica de la Argentina contemporánea. Nos aplaudíamos a nosotros mismos. ¿Le habrá llegado un eco, aunque más no fuese lejano, de ese aplauso a la presidenta Cristina Kirchner?
Fue una pena que se lo perdiera al dejarse ganar por el enojo que le ocasionó la frívola descortesía que tuvo con ella el jefe de gobierno porteño. Debió ir.
¡Qué distinto el presidente uruguayo! Podrá parecer campechano, pero zurce las relaciones rioplatenses sin tantos remilgos ideológicos y con gran pragmatismo. Se lo veía muy cómodo al lado de Macri.
Hay un "trauma Colón" que es preciso deshacer de una vez. Porque, ¿hace falta decir a esta altura que el Colón no es de Macri, como tampoco lo fue de Telerman? ¿Es necesario recordar que nuestro primer coliseo es un emblema de toda la argentinidad que sólo una mirada chiquita ha intentado (sin lograrlo) reducir a símbolo de la oligarquía?
El Colón se construyó con esfuerzo y hasta sufrió en ese largo proceso intensas zozobras (uno de sus constructores, Víctor Meano, fue asesinado cuatro años antes de la inauguración).
El Colón es una representación acabada de lo que es capaz la Argentina cuando se lo propone. Asombró por su excelencia a varias generaciones y desde anoche logramos algo que hasta ahora las múltiples celebraciones del Bicentenario habían pasado por alto: dejarles a los hombres y mujeres que nos sucederán en la vida una reliquia en gozoso funcionamiento, pasarles la posta de una de las mejores cosas que nos ocurrió como Nación desde que esa sala fue inaugurada, hace hoy exactamente 102 años.
Esa emoción, esa alegría, se palpaba anoche. Y también se sentía una ausencia.
Extraño porque el Colón, aparte de haber cobijado a las mayores glorias de la lírica y el ballet, los más excelsos directores de orquesta y artistas plásticos, fue el escenario por donde también pasaron Piazzolla, Troilo y Mercedes Sosa.
¿No fue allí donde Eva Perón consagró el voto femenino? ¿No proclamó en esa sala Perón los Derechos del Trabajador?
¿No decimos todos "al Colón, al Colón" cuando alguien se destaca de manera sobresaliente?
Como los argentinos nunca estamos del todo conformes con nosotros mismos, anoche también corrían los comentarios negativos: ¿por qué tantas celebridades mediáticas en la platea en tanto que la gente de la cultura fue relegada a los pisos superiores? ¿Por qué un mediático como Ricardo Fort se paseaba orondo ante el ingreso principal mientras Julio Bocca estaba en el primer piso?
¿Habrá querido Macri darnos a los periodistas de la gráfica, la radio y la TV las filas delanteras de la platea como una forma de desagravio ante tanto maltrato sistemático del periodismo desde el gobierno nacional?
¿Habrá sido necesario un entreacto tan eternamente largo que pareció privilegiar lo social sobre lo artístico?
Tal vez. Motivos para la queja hubo y habrá siempre, pero ¿saben una cosa? Desde anoche, todos los argentinos, incluidos Macri, Cristina, Cobos y, por qué no, Ricardo Fort, volvimos a ser un poco mejores, y eso gracias a que el Colón volvió a revivir. El Teatro Colón reabierto nos hace mejores ante el mundo y ante nosotros mismos.
Es la prueba tangible de que los argentinos estamos para más.
Para mucho más.
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