Política, no economía
Se sabe el qué: el Gobierno echará mano de US$ 6500 millones de las reservas del Banco Central para, llegado el caso, pagar los vencimientos de la deuda en dólares del año que viene. Se ignora el para qué, que es la verdadera incógnita.
Cualquier lectura del anuncio de ayer, benevolente o detractora, tendrá siempre el mismo punto de partida: los Kirchner atraviesan un severo problema de caja. A la luz de este dato, las novedades se pueden interpretar de distinta manera. Los más optimistas, que salieron a comprar bonos, entendieron que la Presidenta dio una señal irrevocable a favor de que el Tesoro pagará sus compromisos. Ese juramento haría disminuir la tasa que los inversores exigen para financiar al Estado. Si se toma como criterio lo que rinde el Boden 2015, hoy el país pagaría 12% lo que a Brasil le cobran 5,5%. Como el Gobierno ayer exhibió los fondos con que saldaría su deuda –sigue el razonamiento–, los intereses bajarían al 9%, que es el número mágico que Néstor Kirchner tiene en la cabeza cuando le hablan de colocar un bono en el mercado internacional.
Los optimistas completan su argumento así: con esa tasa del 9%, Hacienda podría obtener un financiamiento razonable, que compensaría y hasta evitaría la utilización de las reservas del Central. Además, como el superávit comercial irá aumentando, el año próximo Martín Redrado recuperará los dólares que se pusieron en juego ayer. Un mundo feliz.
Este itinerario podría ser objetado por el método, no por el resultado. El fondo que se anunció reemplazaría el camino prometido por el marketing de Amado Boudou. El ministro proponía alcanzar el mismo objetivo acordando con los holdouts, sometiéndose a la revisión del artículo IV del Fondo Monetario Internacional (FMI), saldando la deuda con el Club de París y, en el mejor de los casos, normalizando el Indec.
Los Kirchner demostraron ayer que esa disciplina les resulta demasiado exigente o, tal vez, de efectos muy tardíos. Prefirieron, entonces, mostrar la plata. Optaron por la lipoaspiración, en vez de ir al gimnasio que les recomendaba Boudou. Una vía menos virtuosa para alcanzar el mismo objetivo.
No conviene, sin embargo, aplaudir las sanas intenciones del anuncio sin antes resolver una gran incógnita. Hace falta saber si, ahora que disponen del nuevo fondo, la Presidenta y su esposo renunciarán a la ingeniería que habían previsto para pagar la deuda externa. Es decir: el Gobierno preveía, para 2010, servirse de $ 15.000 millones de utilidades teóricas del Central, y de los Derechos Especiales de Giro por US$ 2500 millones transferidos por el FMI, para alcanzar la meta a la que ahora llegaría utilizando las reservas. ¿Abandonará esos instrumentos o los destinará a cubrir el gasto corriente?
La gran pregunta de la economía argentina no es si los Kirchner pagarán la deuda, sino si racionalizarán el gasto. Que el esposo de la Presidenta es obsesivo en el cumplimiento de sus obligaciones financieras está fuera de dudas. Sea por supersticiones biográficas -su abuelo fue prestamista, se crió en una familia de suizos y croatas, fue víctima de la cesación de pagos rusa- o por razones políticas -si cayera en default no podría alegar que sacó a la Argentina de la hoguera-, lo cierto es que Kirchner ya demostró que está dispuesto a hacer cualquier cosa con tal de que no lo acusen de incumplidor: saldó de manera irracional la deuda con el Fondo, se subordinó a Hugo Chávez, expropió los ahorros jubilatorios y -para escándalo de "Pino" Solanas o de Milagro Sala- ayer su esposa redujo la saga del Bicentenario a la creación de una caja para tranquilizar a los acreedores.
En cambio, existen muchos interrogantes acerca de si el Gobierno detendrá el derroche. En 2007, gastó un 50% más que el año anterior; en 2008, un 37% más; este año, otro 29%. ¿Cuánto gastará en 2010? ¿Un 25% más, como calculaban hasta ayer todos los economistas? ¿O, ahora que dispuso pagar la deuda en dólares con reservas, aumentará las erogaciones un 35%, por decir un número? Para que su gesto de ayer tenga sentido, la Presidenta debería dar una nueva conferencia diciendo qué nivel de superávit fiscal alcanzará el año que viene. En una palabra, cuánto va a gastar.
Hasta que no aparezcan esas precisiones, el para qué del anuncio hay que buscarlo en la política. Kirchner pretende seguir siendo el líder indiscutido del oficialismo y su candidato en 2011. Con la pésima imagen que le devuelven las encuestas, ese objetivo irá encareciéndose. La factura que los gobernadores, intendentes, sindicalistas o empresarios amigos pasarán por seguir aceptando su jefatura será cada vez más abultada. A menos seducción, necesitará más plata. Si ésta fuera la dinámica que regirá los próximos dos años -y hay muchas razones para pensar que lo será-, el pronunciamiento de ayer podría tener el peor de los significados. No estaría notificando que los Kirchner pagarán las deudas como sea, sino que pretenden quedarse en el poder, también como sea.
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