Por una democracia republicana
Si algo le faltaba al gobierno saliente para ingresar a la antología del desvarío, bastaría con recordar algunas de sus hazañas de los últimos días. En estas condiciones se entiende el énfasis que ha puesto el discurso inaugural del presidente Mauricio Macri en la necesidad de buscar acuerdos y de apuntar a la unión de los argentinos. No hace falta ser partidario de Cambiemos para darle la razón y para plegarse a su propuesta, sin por eso resignar posiciones legítimamente críticas.
En esto, resulta ilustrativa la evolución de la palabra "concertar". Su acepción latina primitiva era "combatir, pelear", que luego se transformó en "debatir, discutir". Cuando ingresó al castellano su significado se convirtió en "acordar, pactar", manteniendo la idea de que conciliar puntos de vista no es lo mismo que disolver todas las opiniones en un consenso de cuño religioso.
Esta última es, desde siempre, la inclinación de los populismos cuando están en el poder y por eso no es antojadizo que identifiquen Estado y gobierno y atropellen los principios de la democracia republicana. Nada mejor, en este sentido, la definición de Abraham Lincoln: se trata, a la vez, del gobierno del pueblo, por el pueblo y para el pueblo. Más aún, la historia muestra hasta qué punto es crucial el segundo de estos elementos. ¿Por qué? Porque la participación (gobierno del pueblo) no es inherentemente democrática, como lo evidencia el propio populismo. Y han sido muchos los dictadores que alegaron gobernar "para el pueblo" y, al menos por un tiempo, gozaron de su apoyo.
Pero, ¿cómo satisfacer el requisito de "gobierno por el pueblo" en sociedades complejas que tornan inviable la democracia directa? La respuesta que se ha encontrado es favorecer, por un lado, la existencia de mecanismos como los consejos comunales, los referéndum, las asambleas o las iniciativas populares y, por el otro, garantizar una efectiva separación de poderes que establezca límites y contrapesos que impidan cualquier tipo de caudillismo iluminado.
En síntesis: en las democracias republicanas, Estado y gobierno no son sinónimos y el respeto a la soberanía popular y a la separación de poderes resulta tan importante como la celebración de elecciones periódicas. De lo contrario, como enseñaba Max Weber, el riesgo es caer en una "borrachera de poder" que conduzca al afán de perpetuarse, de no rendir cuentas y de incurrir en los dos pecados mortales de la política: echar por la borda la objetividad y la responsabilidad. Cerremos filas para lograr que esto jamás nos vuelva a suceder.
Politólogo y ex secretario de Cultura
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